youtube pinterest twitter facebook

México y la segunda vuelta

José Fernández Santillán | 03.07.2017
México y la segunda vuelta

Soy de los privilegiados que tuvieron la oportunidad de estar en el evento “Francia, ejemplo electoral, México 2018: ¿segunda vuelta? ¿gobierno de coalición?” que se llevó a cabo el 18 de mayo en el Club de Industriales, y del cual, aquí en Este País, presentamos parte de la transcripción de las participaciones. Conviene, además de dejar constancia documental de las argumentaciones esgrimidas por quienes hicieron uso de la palabra, describir el ambiente que campeó en esa oportunidad: el salón estuvo abarrotado pero, sobre todo, hubo un gran entusiasmo y expectación. En los corrillos, antes de la comida y durante la misma, hubo comentarios a granel sobre la política nacional e internacional. Síntoma de que la convocatoria hecha por Pepe Carral dio en el blanco: hay una gran inquietud en el país por nuestro sistema político y por lo que puede suceder en el 2018. Obviamente, también porque el cartel era muy atractivo: moderador, Federico Reyes Heroles; ponentes, Manlio Fabio Beltrones y Diego Fernández de Cevallos. Y el tema, enormemente llamativo, la segunda vuelta como propuesta para adoptar en nuestro país.

Por supuesto, aquí no pretendo repetir todos y cada uno de los puntos tocados en ese foro, pero sí comentar algunos de los temas más sobresalientes y sugerir alguna propuesta como posible alternativa para la gobernanza democrática en México.

Conviene destacar, en primer lugar, el planteamiento hecho por Federico Reyes Heroles: los partidos políticos no gozan de gran prestigio y confianza entre la ciudadanía. Sin embargo, son absolutamente necesarios para la vida democrática. Simple y sencillamente, no hay democracia representativa sin partidos políticos. Para reforzar esta afirmación me apoyo en uno de los pensadores jurídicos y políticos más respetados, Hans Kelsen:

 

La democracia sólo puede existir si los individuos se reagrupan de conformidad con sus afinidades políticas, con el objeto de orientar la voluntad general hacia sus fines políticos, de manera que entre el individuo y el Estado se inserten las formaciones colectivas que, como partidos políticos, reasuman la igual voluntad de los individuos […]. Sólo la ilusión o la hipocresía pueden hacernos creer que la democracia es posible sin partidos políticos.1

 

Uno de los puntales sobre el cual se levantan los sistemas políticos democráticos es, en efecto, los partidos. De otra manera, la especulación, la discusión y las diferentes alternativas que se puedan presentar quedarían en el aire. No habría forma de concretar reformas institucionales sin la presencia de los partidos políticos.

¿Por qué hoy estamos en la búsqueda de nuevas fórmulas en materia de lo que Giovanni Sartori llamara ingeniería constitucional? Porque, ciertamente, dejamos atrás el sistema presidencial en el que el jefe del Ejecutivo gozó de un poder omnímodo acompañado de la hegemonía del partido oficial, así como de la existencia de una sola élite del poder a la que Frank Brandenburg llamó “la familia revolucionaria”.2 Abandonar ese sistema significó emprender una “transición a la democracia” que, a mi parecer, inició con la reforma política, concebida e instrumentada por Jesús Reyes Heroles en 1977. Gracias a esa iniciativa superamos el sistema de partido dominante compuesto por el Partido Revolucionario Institucional (PRI), como eje rector, y los tres partidos acompañantes, es decir, el Partido Acción Nacional (PAN), el Partido Popular Socialista (PPS) y el Partido Auténtico de la Revolución Mexicana (PARM). Con base en la Ley Federal de Organizaciones Políticas y Procesos Electorales (LFOPPE) alcanzaron su registro el Par­tido Comunista Mexicano (PCM), el Parti­do Socialista de los Trabajadores (PST) y el Partido Demócrata Mexicano (PDM).

Esa reforma fue importante, entre otras cosas, porque dio paso al pluralismo en México. Comenzaba de manera incipiente la competencia electoral.

La legislación de 1986 admitió las candidaturas comunes. Es importante hacer este señalamiento porque, precisamente, a partir de esa normatividad fue posible lanzar la candidatura de Cuauhtémoc Cárdenas a las elecciones de 1988, así como la formación del Frente Democrático Nacional (FDN), sin duda, la experiencia de unidad de la izquierda mexicana más importante en toda su historia. Fueron cuatro partidos los que apoyaron la candidatura de Cuauhtémoc Cárdenas: el PARM, el PPS, el Partido del Frente Cardenista de Reconstrucción Nacional  (PFCRN) y el Partido Mexicano Socialista (PSM). A ese grupo de partidos hay que agregar la Corriente Democrática que fue una escisión del PRI y de la cual provenía, precisamente, Cuauhtémoc Cárdenas. En 1989, la oposición ganó el primer estado, Baja California; en 1991, se creó el Instituto Federal Electoral (IFE); en 1997, el PRI perdió el control sobre el Congreso, y en 2000, se dio la alternancia.

Como dijo Manlio en su alocución en el Club de Industriales, el problema es que el presidente de la República llegó cada vez con menos respaldo de los electores: de aquel histórico 95% que alcanzó José López Portillo en 1976 (porque no tuvo contrincante), caímos al 35% de Felipe Calderón, con un 60% de participación. Y lo que se augura es que para el 2018 ningún candidato va a pasar la barrera del 30%.

Lo que ha sucedido en México al adoptar el pluralismo democrático es que el presidente, aparte del déficit de legitimidad, no cuenta con una mayoría estable en el Congreso con la cual poder gobernar. Lo que se forman son mayorías coyunturales. Hay un gobierno dividido que frecuentemente se convierte en un gobierno bloqueado. En esto encontramos el desafío de la gobernabilidad.

El caso excepcional fue el Pacto por México firmado el 2 de diciembre de 2012 por el presidente Enrique Peña Nieto, por Gustavo Madero, presidente del PAN, por Cristina Díaz, presidenta interina del PRI, por Jesús Zambrano, presidente del Partido de la Revolución Democrática (PRD), y por Arturo Escobar, vocero del Partido Verde Ecologista de México (PVEM). Ese pacto dio pie a una coalición parlamentaria que aprobó un paquete de reformas de gran calado. Pero una vez que se aprobaron dichas reformas, volvimos a la tradicional dispersión y disputas entre los partidos políticos. Una vez más, prevalece el interés de grupo sobre el interés general.

Hay, pues, que encontrar alguna solución a este sistema político plural pero ingobernable. Dejamos atrás el sistema político autoritario, hemos dado pasos fundamentales en la transición a la democracia, pero no hemos construido un nuevo sistema político que garantice la gobernabilidad democrática. De allí que al voltear a ver a Francia se nos antoje adoptar el mecanismo de la segunda vuelta. Ciertamente esa segunda vuelta le daría mayor legitimidad y fuerza al presidente de la República. Allí están las cifras: 16 países en América Latina tienen contemplada la segunda vuelta; sólo cuatro no.

¿En qué consiste la segunda vuelta? El 7 de mayo se llevó a cabo esa famosa segunda ronda de los comicios en Francia. Según lo estipulado por la ley electoral de ese país, a esa segunda oportunidad pasaron solamente los dos candidatos más votados en la primera vuelta, misma que se verificó el 23 de abril. Para entender este proceso conviene señalar que el sistema político francés es multipartidista. Por esa razón, en la primera ronda todos los partidos “van por la suya” o, como dijo Federico Reyes Heroles, los electores presentan sus deseos. En primer lugar quedó Emmanuel Macron del partido ¡En Marcha!, o Asociación para la Renovación de la Vida Política (en francés En Marche! o Association pour le renouvellement de la vie politique), con un 24%; en segundo lugar, Marine Le Pen, del Frente Nacional (FN o Front National, en francés), alcanzó el 22%; en tercer lugar, François Fillon, de Los Republicanos (Les Républicains), llegó al 20%; en cuarto sitio, Jean-Luc Mélenchon, del movimiento Francia Insumisa (La France Insoumise), que obtuvo el 19%; y en quinto lugar, Benoît Hamon, del Partido Socialista Francés (psf), con 8%. Desde luego, hubo más participantes, pero conviene citar aquí a estos cinco como las principales fuerzas.

Francia atrajo la atención mundial en razón del avance experimentado por la ultraderecha neopopulista. Después del triunfo del brexit en Gran Bretaña, el 23 de junio del año pasado, y la victoria de Donald Trump, el 8 de noviembre de 2016, los simpatizantes del conservadurismo extremo pensaron que podía arrasar en las elecciones calendarizadas en Europa para los siguientes meses. Pero el “efecto dominó” no se presentó. Veamos: el 4 de diciembre de 2016, en Austria, el ecologista Alexander van der Bellen derrotó al ultranacionalista y populista Norbert Hofer. El 15 de marzo hubo elecciones en Holanda. El abanderado ultraderechista, Geert Wilders, del Partido por la Libertad (PVV, por sus siglas en neerlandés), fracasó: el Partido Popular por la Libertad y la Democracia (VVP), del primer ministro Mark Rutte, logró alzarse con la victoria. Al anunciar su triunfo dijo: “Hemos derrotado al populismo equivocado.”

La siguiente cita era Francia, país en el que la ultraderecha comandada por Le Pen había capitalizado las frustraciones causadas por el lento crecimiento económico y los problemas de la inmigración. Incluso, había jalado hacia sus filas a buena parte de la clase obrera que antes era aliada de los socialistas.

La novedad en estas elecciones fue Macron, un joven banquero que, si bien trabajó en el gabinete del primer ministro Manuel Valls, es percibido como un hombre que no pertenece al sistema (establishment). La estrategia de Macron consistió en llevarle la contraria a Le Pen: es europeísta, favorable a la globalización, tiene un discurso de tolerancia e inclusión política. Algunos analistas lo vinculan con las tesis manejadas por Barack Obama y Hillary Clinton.3 Está a favor de reforzar la seguridad de las fronteras, pero no a costa de satanizar a la población musulmana.

Vale la pena recordar que ya en 2002 se presentó una situación similar: Jean-Marie Le Pen, fundador del FN, logró pasar a la segunda vuelta; su contrincante fue Jacques Chirac. Los franceses formaron una coalición en defensa de la república. Chirac obtuvo el 82%; Le Pen, el 17.8%. Es a lo que Federico se refiere cuando dice que los franceses fueron a las urnas tapándose la nariz: no les gustaba Chirac, pero no querían que Le Pen llegara al poder.

Ahora, de nueva cuenta, se formó esta “coalición en defensa de la república”: al saber los resultados de la primera vuelta, tanto Fillon como Hamon pidieron a sus seguidores votar por Macron. Hay que ver la realidad: defender los valores de la república, de la democracia liberal que se construyó después de la Segunda Guerra Mundial: el Estado de derecho, la tolerancia, los derechos civiles y políticos, la división y equilibrio de poderes, el sistema de partidos, el reconocimiento de la pluralidad.

Para esta segunda vuelta los votantes le dieron su respaldo a Macron con un 66.1%; Le Pen se quedó con el 33.9% de los votos.

Ninguno de los candidatos de los partidos tradicionales, tanto de derecha como de izquierda, tomó parte en la segunda vuelta. Se trató de un hecho inédito. Durante décadas, los socialistas y los gaullistas compitieron en una alternancia que parecía no ofrecer opciones reales de cambio. Ahora, esta segunda vuelta tuvo la novedad de que ni los gaullistas ni los socialistas tuvieron un candidato propio.

Benoît Hamon, del psf del presidente François Hollande, recibió apenas el 8%. El candidato conservador, François Fillon, abanderado de la causa gaullista, tuvo mejores números, un 20%. Ésta es la primera vez que un candidato oficial de centro-derecha fracasa en llegar a la segunda ronda, desde que el general Charles de Gaulle creó la Francia moderna en 1958.

En esta segunda vuelta, la ultraderecha populista fue frenada por el dique de la cultura civilista francesa; pero no puede esconderse que los ciudadanos están cansados de la corrupción, la demagogia y la ineficiencia ofrecida por los partidos tradicionales. Macron debe trabajar de una manera diferente; debe satisfacer a ese ciudadano insatisfecho.

Conviene señalar que el foro “Francia, ejemplo electoral, México 2018: ¿segunda vuelta? ¿gobierno de coalición?” se realizó a mediados de mayo. Allí, Diego Fernández de Cevallos dijo que ya no quedaba tiempo para presentar una iniciativa legislativa para instrumentar en México la segunda vuelta. En realidad, cosa que dejó en claro Jorge Alcocer, el plazo para presentar iniciativas de reforma vencía el 31 de mayo. Es más, el PRD presentó una iniciativa de reforma el 25 de octubre de 2016 para implantar la segunda vuelta y el PAN también presentó otra el 8 de diciembre del año pasado. No obstante, ninguna de las dos iniciativas prosperó. Por consiguiente, en sentido estricto, quedaban 13 días para presentar alguna iniciativa; poco tiempo, pero sí quedaba algo. En la mesa en la que estuve, nos enfrascamos en una interesante discusión acerca de este lapso de tiempo.

En lo que sí tiene razón Diego es en resaltar que, de haberse presentado una iniciativa de segunda vuelta a última hora, se hubiese visto con dedicatoria: un bloque dirigido contra Andrés Manuel López Obrador, y esto “hubiese incendiado al país”. 

 

 

Para entender mejor al sistema francés hay que decir, con Beltrones, que “la segunda vuelta es un instrumento de un sistema que los ha llevado de un parlamentarismo a un semipresidencialismo”. Y un punto fundamental es que la segunda vuelta también se aplica para el caso de la conformación de la Asamblea Nacional de Francia (Assemblée Nationale, en francés), vale decir, el poder legislativo. Y esto con el propósito de que los ciudadanos decidan si le dan o no al nuevo mandatario la “mayoría presidencial”.

Me explico: Emmanuel Macron nombró como primer ministro a Édouard Philippe del Partido de los Republicanos, con quien decidió aliarse para formar, precisamente, esa mayoría parlamentaria; mayoría a la que podrían aliarse eventualmente los socialistas. De esta suerte, Philippe serviría como correa de transmisión entre el presidente de la República y la Asamblea Nacional de Francia.

La segunda vuelta parlamentaria contribuiría a consolidar esa mayoría presidencial o, en todo caso, para decirle al presidente que busque otra manera de arreglárselas con la Asamblea mediante el nombramiento de un primer ministro afín a la configuración de la mayoría parlamentaria. El punto es continuar con lo hecho en la segunda vuelta presidencial: impedir que la extrema derecha se apropie de las instituciones de la república.

De esta suerte, hay que ver el cuadro completo del sistema francés: no sólo se trata de adoptar la segunda vuelta para las elecciones presidenciales, sino también para las elecciones parlamentarias. Esto es, para que el ejecutivo y el legislativo colaboren; para que entre ellos haya lazos y rupturas, para que se conjure la mutua desconfianza y los bloqueos.

Hemos de señalar que la segunda vuelta parlamentaria confirmó esa “mayoría presidencial” en Francia: ¡En Marcha! tendrá 361 de 577 asientos.

Bueno, si por el momento no es posible implantar en México la segunda vuelta, lo que nos queda a la mano es el recurso de los gobiernos de coalición que ya está contemplado en la fracción II del artículo 89 de la Constitución. Para este propósito debe aclararse que las coaliciones electorales son una cosa, y otra distinta, el gobierno de coalición.

En las elecciones celebradas el 4 de junio, por ejemplo, se presentó en el Estado de México la coalición electoral que apoyó a Alfredo del Mazo. Esta coalición estuvo formada por el PRI, el PVEM, el Partido Nueva Alianza (PNA) y el Partido Encuentro Social. En Nayarit se formó la coalición electoral Juntos por Ti encabezada por Antonio Echevarría. Este grupo de partidos estuvo conformado por el PAN, el PRD, el Partido del Trabajo (PT) y el Partido de la Revolución Socialista (PRS).

A nivel local, el reparto de puestos entre los partidos ganadores queda a la negociación entre las dirigencias de los partidos y, sobre todo, de quien resultó ganador; vale decir, es un acuerdo pragmático, lo mismo que la manera en que se llevará a cabo la relación entre los poderes Ejecutivo y el Legislativo. Por cierto, en el caso del Estado de México, lo único que estuvo en disputa fue la gubernatura; tanto el Congreso local como los ayuntamientos serán renovados el año próximo. Luego entonces, el gobernador entrante encontrará a un Poder Legislativo dominado por el PRI (cargado hacia Eruviel Ávila), lo mismo que la mayoría de los ayuntamientos.

A nivel nacional, ciertamente, ha habido coaliciones electorales como la que ya mencionamos del FDN, en 1988, con cuatro partidos. La izquierda mexicana siguió coaligándose en las elecciones subsecuentes, es decir, 1994, 2000, 2006 y 2012, siempre alrededor del PRD. El candidato presidencial de la izquierda fue también Cuauhtémoc Cárdenas contra Ernesto Zedillo (1994) y contra Vicente Fox (2000); Andrés Manuel López Obrador contra Felipe Calderón (2006) y contra Enrique Peña Nieto (2012). En 2012, el PRI fue en alianza con el PVEM y con el PNA; pero en enero de 2012 canceló su compromiso con este último partido.4 El PAN fue en solitario a esas elecciones presidenciales teniendo como candidata a Josefina Vázquez Mota.

Las coaliciones electorales más comunes, desde luego, han sido las conformadas, de un lado, por el PRI-PVEM-PNA, de otro lado, por el PRD-PT-Movimiento Ciudadano. La novedad ha sido la alianza establecida por el PRD y el PAN. Ésta funcionó el año pasado en estados como Quintana Roo (Carlos Joaquín González), Veracruz (Miguel Ángel Yunes) y Durango (José Rosas Aispuro). Agustín Basave, entonces presidente del PRD, y Ricardo Anaya, presidente del PAN, prometieron que no serían simplemente coaliciones electorales, sino también coaliciones de gobierno. La idea que justificó esta integración entre la izquierda y la derecha fue el antipriismo; esto es, frenar la continuidad de los gobiernos tricolores en esos estados.

Sea como fuere, con vistas al 2018, el país necesita garantizar una gobernabilidad democrática que, de acuerdo con los elementos jurídicos a disposición, efectivamente, sólo nos dejan la opción del gobierno de coalición. Y, por los antecedentes que hemos expuesto hasta aquí, la vía para arribar a esto es la conformación de una coalición electoral.

Decía Manlio Fabio Beltrones que debemos pasar de gobiernos divididos a gobiernos compartidos, y Diego Fernández de Cevallos lo complementó señalando que esas coaliciones necesitan tener incentivos tanto en el gobierno como en el Congreso. Para decirlo en palabras llanas y sencillas: los partidos coaligados deben tener posiciones en el gobierno federal y comisiones tanto en la Cámara de diputados como en la Cámara de senadores. En el caso de que decidan abandonar la coalición, lógico es que tengan que dejar esas posiciones. Esto ya supone una alianza entre partidos que involucra un acuerdo previo: un programa de gobierno, una agenda legislativa y una bitácora para resolver posibles disputas e imprevistos.

Bien sabemos que también hay incentivos perversos. Hasta ahora a los partidos políticos en México les ha sido más redituable salirse de las alianzas que permanecer en ellas. Precisamente eso fue lo que pasó con el Pacto por México. Una vez que las principales reformas fueron aprobadas, no hubo ninguna expectativa de seguir dentro del pacto o continuar con el espíritu aliancista. Era mejor jugarle la contra al gobierno e ir a la competencia electoral de medio término bajo el ropaje de la oposición y no del oficialismo. Además, se había registrado la fatídica noche de Iguala entre el 26-27 de septiembre de 2014, y los vientos soplaban en dirección contraria al gobierno federal. Mejor dejarlo solo que asumir los costos de ir con él a enfrentar el desaguisado de los 43 estudiantes normalistas desaparecidos.

Así se volvieron a establecer relaciones coyunturales entre el poder ejecutivo y el poder legislativo. Y en ésas estamos: vamos a una elección presidencial sin haber dado el gran salto hacia la construcción de un sistema político claramente definido.

Con lo apretado de las elecciones del Estado de México, se planteó de nuevo la necesidad de contar con la segunda vuelta. Así quedó expresado en las redes sociales y en la opinión de muchos analistas. Si, hipotéticamente, tuviésemos ese instrumento electoral, hubiesen pasado a la segunda ronda Alfredo del Mazo y Delfina Gómez. Lo más seguro es que se hubiese formado, como en Francia, una coalición antipopulista.

Regreso una vez más a lo que sucedió en el foro del 18 de mayo. Pepe Carral hizo explícita su preocupación de que llegara un líder populista a la presidencia de la República en 2018; Diego Fernández de Cevallos señaló que tenemos dos caminos: o fortalecer las instituciones o entregarnos a un mesías. En alguno de los comentarios de pasillo oí decir que si hablamos de gobiernos de coaliciones, la única coalición que podría frenar a López Obrador sería aquella formada entre el PRI y el PAN, que en la mesa estuvieron representados, respectivamente, por Manlio Fabio Beltrones y Diego Fernández de Cevallos. En este caso el partido bisagra tendría que ser el PRD. 

Debe quedar claro que el gobierno de coalición es una alternativa momentánea; pero debemos pensar en una reforma de gran calado, un verdadero y propio cambio de sistema político que, como he insistido aquí, garantice la gobernabilidad democrática.

Desde luego, no podemos adoptar única y exclusivamente la segunda vuelta presidencial. Los países de América Latina que tienen ese recurso sin la segunda vuelta legislativa han tenido que lidiar —como Perú en la época de Alberto Fujimori— con un Ejecutivo fuerte y un Legislativo difuminado. A la postre, Fujimori terminó dando un autogolpe de Estado: disolvió el Congreso para gobernar con poderes concentrados en su persona.

Hay que adoptar, pues, también la segunda vuelta parlamentaria que posibilite la colaboración entre el Ejecutivo y el Legislativo. Esto implica la creación de la figura de primer ministro o jefe de gabinete.

Un último señalamiento: al término del evento, cuando ya me enfilaba a los elevadores, escuche decir a alguien “ésta es la primera reunión pública, después de muchos meses, en la que, afortunadamente, no oigo hablar de Donald Trump”. EstePaís    

 

NOTAS

1 Hans Kelsen, “Essenza e valore della democrazia”, La democrazia, il Mulino, Bolonia,  1981, pp. 56-57.

2 Frank Brandenburg, The Making of Modern Mexico, Prentice-Hall, Englewood Cliff, Nueva Jersey, 1970, p. 3.

3 Brenda Morrow, “Emmanuel Macron’s Political Positions: 5 Fast Facts You Need to Know”, Heavy, 23 de abril del 2017.

4 Francisco José Paoli Bolio, “Tiempo de coaliciones: cinco lustros de elecciones en México”, Revista IUS, vol. VI, núm. 30, julio-diciembre del 2012, p. 15.

 

_______________

José Fernández Santillán es profesor del Tecnológico de Monterrey (CCM). Discípulo y traductor del filósofo italiano Norberto Bobbio. Ha sido Fulbright-Scholar-in-Residence en la Universidad de Baltimore (2015); profesor visitante de la Universidad de Georgetown (2013), e investigador visitante en la Universidad de Harvard (2010). Entre sus libros se encuentra Política, gobierno y sociedad civil (Fontamara, 2013). Fue miembro del Consejo Editorial de la revista Este País. Es investigador nacional nivel III del SNI.

Más de este autor