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Paratextos: Adolfo Córdova, el autor que despertó a los dragones

Claudia Cabrera Espinosa | 01.08.2017
Paratextos: Adolfo Córdova, el autor que despertó a los dragones

 El año pasado fuimos testigos de la primera edición de El dragón blanco y otros personajes olvidados, de Adolfo Córdova (Veracruz, 1983), libro que ganó el Premio Bellas Artes de Cuento Infantil Juan de la Cabada 2015, por unanimidad. La obra, conformada por seis relatos, recupera una serie de personajes secundarios que van desde el Gato de Cheshire, de Alicia en el país de las maravillas, hasta los niños perdidos de Peter Pan, pasando por los monos alados de El mago de Oz, el hada de Pinocho, uno de los príncipes de “Los cisnes salvajes” y Fújur, el dragón de La historia interminable.

El procedimiento de Córdova es sencillo e ingenioso. Consiste en retomar un personaje no protagónico de un cuento clásico y crearle una historia anterior, o bien, un futuro. Se trata de precuelas o secuelas cuya gracia radica en la habilidad del autor para inventarles, más allá de una trama alternativa, un alma previa; todo ello respetando el tono narrativo del autor original, pero añadiendo imaginativas fabulaciones en las que se vislumbra una voz nueva y propositiva.

El cuento que mejor ejemplifica esta estrategia es, a nuestro parecer, “El gato en el tren de pensamientos”, cuyo protagonista es el felino al que recordamos por sacar de quicio a la joven protagonista de Alicia en el país de las maravillas, para después ayudarla —o confundirla aún más— en su paso por aquel extravagante universo. El relato de Córdova recrea, de manera sumamente creativa, la forma en la que el gato llegó a ser tal; el tema de lo absurdo oscila entre “El guardagujas”, de Juan José Arreola —en cuanto a la imposibilidad de abordar un tren, fuera de toda lógica, y arribar a un destino— y el mundo delirante de Lewis Carroll. El gato, antes de adquirir su naturaleza felina, fue un duque al que, al igual que a Alicia, le ocurrieron una serie de hechos disparatados que terminaron por trastornarlo, aunque sin despojarlo de su sabiduría filosófica. Lo tachan de embustero y ladrón, y su propia mujer, harta de verlo siempre tan sonriente, decide convertirlo en felino con la ayuda de una hechicera. Pero, a diferencia de Gregorio Samsa, la metamorfosis que le ocurre no afecta su espíritu jovial ni lo conduce a una crisis de identidad. En el mundo de la literatura maravillosa las transformaciones son parte de lo cotidiano. Un día se es ave y otro, príncipe; un día marioneta y al siguiente, niño de verdad. Como era el mundo antes del existencialismo y las vanguardias. En este tenor, el duque, ya convertido en gato, debe convencer a un perro policía de que lo deje subir al tren con destino a Cheshire, todo ello mediante argumentos delirantes en un diálogo sin pies ni cabeza:

 

—Sólo pueden subir los pasajeros que vayan a Cheshire —dijo.

—¡Yo voy a Cheshire! —mintió el Duque, que nunca había oído hablar de ese lugar.

—¡Imposible! —continuó el Perro Policía—, sólo se puede ir a Cheshire si se está en Cheshire.

—Pero ¡no es posible! —dijo.

—¡Exacto!, tanto, como que usted suba a ese tren —ladró el Perro.

El Gato-Duque zigzagueó la cola de coraje.

—¡No es posible que no me reconozca! —dijo—. Yo soy de Cheshire, sangre de Cheshire, tan Cheshire como mi sonrisa de Gato de Cheshire esperando en Cheshire a que me lleven a Cheshire ¡ahora mismo! Gruño cuando estoy contento y zigzagueo la cola de coraje… mire.

—Bueno, en ese caso, suba… pero será un viaje corto.

El Duque no podía creerlo. ¡Al fin, el Tren de Pensamientos!

 

Y así comienza una jornada que se desarrolla entre desvaríos e ingeniosísimos diálogos de criaturas que alguien, en algún lado, está imaginando, y que son francamente dignos del autor de Alicia.

“El Rey Cisne”, por su parte, nos permite dilucidar el modus operandi del autor, así como la gran sensibilidad que requirió la confección de este volumen. En este caso no se busca la explicación del origen de un personaje, sino conocer —imaginar— lo que ocurrió una vez concluida la historia original. El cuento está basado en “Los cisnes salvajes”, aquella impactante narración de Hans Christian Andersen en la que Elisa debe romper un hechizo que ha convertido a sus once hermanos en aves. Para ello debe tejerles suéteres con ortigas y no pronunciar una sola palabra hasta terminar su labor. Al final, tras una serie de dramáticas vicisitudes, ella logra su cometido, los cisnes se convierten en príncipes y llega el anhelado final feliz. Salvo por un detalle: “Sólo el menor de los hermanos tenía todavía un ala de cisne en lugar de un brazo. A su suéter le faltaba una manga. Elisa no había tenido tiempo de concluirla…”.

Una de las virtudes de Córdova es haberse detenido en esta cuestión, aparentemente menor, que la mayoría de los lectores pasamos por alto: ¡uno de los hermanos se queda con un ala de cisne para siempre! Y no sólo haber reparado en ello, haberse inquietado y decidido a tomar la batuta de Andersen para escribirle un final a la historia de Hans, el más joven de los príncipes. En este relato, el ahora protagonista debe lidiar con su doble naturaleza en un reino tan extraño como su propio cuerpo. Se avergüenza de sí mismo, se esconde, huye y, finalmente, debe tomar una decisión: pasar su vida intentando revertir el hechizo o comenzar una nueva aceptándose como es.

El dragón blanco y otros personajes olvidados constituye un magnífico eslabón en la vasta cadena que es la historia de la literatura universal. Abreva de las narraciones maravillosas de grandes autores del mismo modo en que ellos recuperaron las historias tradicionales y los mitos antiguos, los cuales entrañaban una dimensión de lo sagrado. Los cuentos de hadas, herederos de estos últimos, secularizaron y popularizaron historias que llevan consigo un germen ritual. Las metamorfosis que antiguamente se adjudicaron a los dioses, comenzaron a formar parte de un universo mágico en donde la divinidad fue sustituida por diversos portadores de hechizos y conjuros. Finalmente, estas narraciones que surgieron en la oralidad fueron puestas por escrito, se adaptaron para un público infantil y juvenil, y llegan a nuestros días mediante una gran diversidad de medios. El libro de Córdova es uno de los mejores ejemplos contemporáneos de cómo se mantiene viva esta tradición.

Coincidimos con el escritor hidalguense Julio Romano cuando afirma que esta obra “evidencia, y el lector lo notará, que Adolfo Córdova, a pesar de su fijación con personajes secundarios, está llamado a ser uno de los protagonistas de la escena literaria mexicana de los próximos años”. El dragón blanco y otros personajes olvidados fue publicado por el Fondo de Cultura Económica en 2016, como parte de la colección A la orilla del viento, y cuenta con bellas ilustraciones de Riki Blanco.  ~

 

 

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CLAUDIA CABRERA ESPINOSA ha trabajado como editora en McGraw-Hill Interamericana de España (Madrid) y Condé Nast de México, entre otros. Es autora de libros para niños como El cuaderno de Ana y Una historia de aventis. Actualmente estudia el doctorado en Letras Españolas en la UNAM.

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