COLUMNAS: Falaciario
Amor por las falacias
Si uno escribe las palabras “amor” y “falacia” en un buscador de internet, se encontrará con un gran número de resultados: “las falacias en el amor”, “el amor es una falacia”; incluso un grupo metalero de amantes de la lógica que se hace llamar Amor por las Falacias. Esta profusión de resultados me hizo pensar en la importancia de la mala argumentación en las cuestiones del corazón y en la falta de entendimiento acerca de lo que es un falacia. También me llevó a recordar una plática que tuve con mi amiga Martha respecto a su relación con Juan (decidí usar su historia para probar un punto que me remite a las falacias, pues como dijera Aristóteles: “soy amigo de Platón, pero más amigo de la verdad”). Martha y Juan comenzaron un idilio pasional en el que, en sus inicios, lo que menos abundaba eran los argumentos; todo era una serie de comentarios tautológicos que mostraban lo mucho que estaban de acuerdo en hacerse creer que eran el uno para el otro. El gran problema de su relación radicaba en que ambos eran estudiantes de filosofía, lo cual, como algunos sabemos, es algo que no debe recomendarse nunca; no sólo no debe recomendarse, debe prohibirse por el bien de los involucrados y sus familiares cercanos. El amorío comenzó en su clase de Lógica I, impartida a esa hora matinal en que las neuronas deciden iniciar su sinapsis elemental: las 8:00 de la mañana, hora poco propicia para el razonamiento lógico, pero sí para el coqueteo tempranero.
Conforme los meses fueron pasando, los argumentos no tardaron en aparecer. Martha narra una discusión que tuvieron respecto a una clase que tomaban juntos:
—¿Qué opinas de las intervenciones del “hegeliano” que discute en todas las clases? —le dijo Juan.
—¿El argentino que se sienta hasta atrás? La verdad me parecen interesantes, aunque creo que no tendría por qué subirse a la silla para mostrar su pasión por el tema.
—Creo que no eres la mejor persona para opinar sobre la pertinencia de sus participaciones, claramente tienes una debilidad por los argentinos, por algo te gusta Messi—. Nótese aquí el argumento ad hominem.
—No tiene nada que ver mi gusto por Messi o por los argentinos en esto, me parece interesante que recurra a Hegel para intentar explicar conceptos neoplatónicos, pero no lo pondría en un pedestal.
—Justo eso es lo que me desespera de él, no puede ser que intente meter con calzador a Hegel en todo, ¡incluso en un argumento sobre neoplatónicos!
—Tú me preguntaste qué me parecían sus intervenciones, yo te estoy diciendo que me parecen interesantes. Es como si te preguntara qué opinas de los comentarios de la chica que usa tiara en clase. Siempre grabas las participaciones que más te gustan y casi siempre grabas las de ella, aunque dejan mucho que desear. En cambio, cuando yo participé, paraste la grabación automáticamente. ¿Prefieres discutir de los neoplatónicos y los argentinos con la “princesa” que conmigo? Seguro ella te convence de lo interesante que puede ser Hegel visto desde las hipóstasis—. Nótese aquí el argumento ad baculum.
—No regreses al tema de la grabadora, te he explicado muchas veces que no te grabé ese día porque estaba a punto de acabarse la pila y fue el día que se me ponchó la llanta y casi me asaltan cuando fui a recogerte hasta Azcapotzalco—. Nótese aquí el argumento ad misericordiam.
—Deberías considerar seriamente andar con la “princesa”, seguro ella vive en Coyoacán y odia a Hegel.
Después de repasar lo que me contó Martha, identifiqué tres falacias que habían tenido lugar en su discusión. Al inicio, lo que se discutía era la calidad de los comentarios del compañero hegeliano de su clase. Martha estableció que le parecían interesantes. Sin embargo, el intentar demeritar su valoración con base en una debilidad por los argentinos es un argumento ad hominem, ya que el ataque de Juan no va hacia lo interesante de los planteamientos, sino hacia un aspecto personal de Martha. Por otro lado, cuando ella intenta cambiar de tema y probar un posible interés amoroso de Juan por la compañera amante de los símbolos monárquicos, Martha incurre en una falacia ad baculum que pretende ocasionar miedo en el adversario. Por último, Juan se excusa en la famosa falacia ad misericordiam, que intenta generar un sentimiento de piedad a Martha para que deje en paz el tema de la compañera y su falta de interés por sus participaciones en clase.
Como puede verse al final, lo que menos importó fue la relevancia o no de las participaciones hegelianas, ya que las falacias apartaron el foco de atención sobre lo que se discutía originalmente. Este 2018, además de celebrar el amor platónico, celebremos el amor por el buen razonamiento, que mucha falta nos hace. EP
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Irene Tello Arista es licenciada en Filosofía por la Universidad Nacional Autónoma de México, maestra en Relaciones Internacionales por la New York University y exbecaria Fulbright-García Robles. Actualmente es directora ejecutiva de Impunidad Cero.