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Breverías

Jorge Fernández Granados | 01.02.2018
Breverías

Tal vez no sea nuestra especie la mejor sobre la Tierra, ni siquiera la primera ni la última en la carrera del ingenio; pero, hasta hoy, tenemos por lo menos la paradójica presea de que ha sido la única que ha necesitado herramientas, máquinas y tecnología para sobrevivir en ella.

 

La tecnología distrae, tanto o más de lo que ayuda, en su misión de confortarnos. Cuántas veces no hemos batallado hasta la exasperación con un artefacto diseñado para “hacernos la vida más fácil”.

 

La insospechada venganza de las máquinas radica en que, si en un principio fueron inventadas a nuestra imagen y semejanza, progresivamente nos han esclavizado a su estado de bienestar y, de hecho, ahora somos nosotros quienes cada día parecemos más conformados a ellas, hasta el punto de preguntarnos: ¿quién necesita más de quién: la criatura de su creador o el creador de su criatura?

 

No hay tecnología inocua. Toda acción sobre la naturaleza trae, tarde o temprano, una consecuencia incalculada. El aprendiz de brujo debe saber que la magia no es inocente.

 

El punto de inflexión ocurre, como en otros campos de la vida, cuando el alumno supera al maestro. No está lejos el día —si no es que ha sucedido ya— en que la “inteligencia artificial” sea cuantitativa y cualitativamente superior a la biológica.

 

De la “inteligencia artificial” al “alma artificial” sólo hay un vocablo: el nombre que convenga elegir a ese último reducto de lo que llamamos —o llamábamos, con un poco de soberbia adánica— “humano”.

 

La tecnología, en la práctica, se comporta como los dioses griegos: es tan poderosa como arbitraria, tan elemental como inhumana, tan estricta (matemáticamente) como saboteable (hackeable); es a fin de cuentas una dictadura sólo justificada desde sus propias reglas pero decisiva en cada una de nuestras existencias.

 

Hay que afrontar la posibilidad de que nuestro papel en la evolución sólo consista en ser el eslabón entre la primitiva inteligencia de carbono y la inmortal de silicio.

 

Las ruedas son una extensión de los pies, los instrumentos de audio y video son extensiones de los sentidos, las herramientas (todas, desde el lápiz y el teclado hasta la flecha o un misil nuclear) son una extensión de las manos. No había que esperar mucho para ver aparecer la “inteligencia artificial”. ¿Qué es lo que extiende, hasta límites aún no previstos, la “inteligencia artificial”?

 

El karma ante la tecnología es que, finalmente, sólo agranda o evidencia nuestras sombras. Ella aumenta hasta el delirio la velocidad de un capricho lo mismo que ahonda hasta la agonía una necesidad vital. Es un espejo grotesco donde nuestra más escondida mueca se vuelve la cara más desnuda de nuestra verdadera condición.  EP

 

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Jorge Fernández Granados es poeta y ensayista. Sus libros más recientes son Principio de incertidumbre (Era, 2007), Si en otro mundo todavía. Antología personal (Almadía, 2012) y Vertebral (Almadía, 2017). Ha recibido los premios Internacional de Poesía Jaime Sabines, Nacional de Poesía Aguascalientes e Iberoamericano de Poesía Carlos Pellicer. Pertenece al Sistema Nacional de Creadores de Arte desde 2001.