C O L O F Ó N
“Mi mal difiere de todos los males; gozo con él, mi mal es lo que quiero y mi dolor es mi salud. No sé por qué me quejo puesto que mi mal viene de mi voluntad; es mi querer el que se convierte en mi mal; pero tanto contento me produce este querer que sufro con agrado, y tanta alegría me da mi dolor que estoy enfermo de delicia”.
Chrétien de Troyes
(citado por Denis de Rougemont
en Amor y Occidente)
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El concepto literario del amor cortés tuvo sus orígenes en la Provenza del siglo xi y se extendió por toda Europa. En la Baja Edad Media fue el sistema de pensamiento amoroso dominante en la literatura. En el amor cortés, la mujer, preferentemente de cuna aristocrática, se concibe como un ser superior e inaccesible, pletórico de virtudes, al que el enamorado, apenas un poeta común, sirve sin demasiada esperanza de ser correspondido. Ella es la Señora y él apenas su siervo. Octavio Paz pensaba que en esta exaltación de la mujer podrían encontrarse las raíces del feminismo contemporáneo. En 1883, Gaston Paris escribió un ensayo sobre El caballero de la carreta, de Chrétien de Troyes, en el que señalaba cuatro puntos que, según él, caracterizan la específica concepción del amor cortés elaborada por los trovadores provenzales:
1. El amante vive en el miedo constante de perder a su amada. Y como esta continua inquietud por no perder sus favores constituye el presupuesto básico del amor cortés, los lazos conyugales quedan necesariamente excluidos. 2. La “dama” es arbitrariamente inaccesible y severa con aquel que la venera, el cual 3. para convertirse en mejor, más perfecto y más digno de su dama debe acometer todo tipo de actos imaginables. Estas condiciones hacen tan difícil y diferenciada la relación entre los dos personajes que 4. el amor deviene un arte, una ciencia con sus leyes y sus reglas de juego.
Todavía en el siglo XVI, los caballeros andantes de los entonces muy populares libros de caballerías, inspirados por los ideales del amor cortés “eran siervos de una dama a quien debían fidelidad amorosa y a quien dirigían sus pensamientos más generosos y el mérito de sus hazañas”, dice Axayácatl Campos García Rojas.
Febrero es un buen mes para leer la antología de Carlos Alvar, Poesía de trovadores, trouvères y minnesinger, publicada por Alianza Editorial en edición bilingüe. La misma editorial publicó El cuento del grial y El caballero de la carreta, de Chrétien de Troyes. De paso conviene leer también Amor y Occidente, de Denis de Rougemont (existe una buena edición publicada por Conaculta, hoy Secretaría de Cultura), y La llama doble, de Octavio Paz.
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Ediciones Antílope es una editorial mexicana independiente fundada hace un poco más de dos años por Jazmina Barrera, Marina Azahua, César Tejeda, Isabel Zapata y Astrid López. Su catálogo incluye títulos como Las mutaciones, de Jorge Comensal (que mucho gustó a algunos miembros de nuestra redacción), Los que regresan, de Javier Peñalosa M., Amalgama / Conflations, de Robin Myers, y Entre un caos de ruinas apenas visibles, de Guillermo Espinosa Estrada, un ensayo sobre Gelos, el dios espartano de la risa. (Recordemos que François Rabelais ya nos advertía sobre el peligro de los agelastas, aquellos que no saben reír.)
En Habla, los editores reunieron dos ensayos feministas que tratan del papel de la voz de las mujeres en el espacio público y su silenciamiento. “Los hombres me explican cosas”, de Rebecca Solnit, es uno de los primeros textos en que se encuentra el término mansplaining, que no sabemos si ya tiene traducción al español (al momento de redactar esta nota el traductor de Google dice que en español es, ¡atención, agelastas!, “mausoleo”). El segundo ensayo, “La voz pública de las mujeres”, lo firma la eminente profesora de letras clásicas Mary Beard. No es extraño que una especialista en clásicos grecolatinos sea también feminista: después de todo, la primera mujer que firmó sus obras —vaya una emancipación, un reclamo de reconocimiento— fue con toda probabilidad Safo de Mitilene, activa a finales del siglo vii y principios del vi a. C.
En este trabajo, Beard también nos recuerda que el primer ejemplo de un hombre callando a una mujer en la literatura occidental lo encontramos ya en el primer capítulo de La Odisea (355-359), cuando Telémaco le ordena a su madre:
…Vete
a tus salas de nuevo y atiende a tus propias labores,
al telar y a la rueca, y ordena, asimismo, a tus siervas
aplicarse al trabajo: el hablar les compete a los hombres
y entre todos a mí, porque tengo el poder en la casa.
Antílope es una palabra de etimología griega incierta y confusa; quizá hacía alusión a los hermosos ojos de estos animales. Como sea, los editores de Antílope tienen buen ojo. EP