Escala obligada: Bravatas atómicas
A lo largo del año pasado, el mundo vivió pasmado y aterrorizado ante lo que parecía el escenario de una guerra nuclear. El polvorín de la destrucción atómica tenía la mecha encendida. Los principales contendientes eran Estados Unidos (EU), que estrenaba presidente, y Corea del Norte, cuyo hombre fuerte del Partido Comunista había tomado las riendas del país desde 2011. Las declaraciones eran incendiarias. Donald Trump y Kim Jong-un intercambian insultos, al parecer, antes de pasar a probar sus armamentos.
Para ensayar la puntería de sus misiles, en abril, Trump atacó una base militar siria, como escarmiento por el uso de armas químicas por parte del presidente Bashar al-Ásad. Y en cuestión de horas, posteriormente, movilizó una flota de buques armados hacia Corea del Norte. Los barcos estaban estacionados en Singapur, y se dirigieron amenazantes al mar de Japón.1 La respuesta de su contraparte no se hizo esperar. El gobierno de Kim Jong-un dijo que habría “consecuencias catastróficas” y “medidas duras” si EU continuaba sus provocaciones. Los cálculos más pesimistas del conflicto inundaron las redes sociales. Entre EU y Corea del Norte existe una distancia de más de 10 mil kilómetros cuadrados, y diversos analistas plantearon varias hipótesis sobre el alcance del poder balístico de los coreanos. La carrera nuclear estaba al alza. Fiel a sus bravuconadas, con el fin de involucrar a otros actores y atizar regionalmente el fuego, Trump escribió en su Twitter que “Corea del Norte está buscando problemas. Si China quiere ayudarnos, estupendo. Si no, ¡resolveremos los problemas sin ellos!”.2 El presidente de Corea del Sur, más que preocupado, declaró que los asuntos de Corea del Norte deben ser prioridad de su país y de nadie más. China dejó claro, frente al ataque a Siria, que estaba en contra de cualquier agresión con armas químicas pero que las diferencias no pueden resolverse mediante el uso de la fuerza.
Tic tac, tic tac. En la primera mitad del año, el reloj de la guerra parecía estar en cuenta regresiva. EU estaba a la ofensiva. Al menos en el Twitter de Donald Trump. Además del lanzamiento de misiles a Siria y la movilización de una flota guerrera hacia el Mar de Japón, la Casa Blanca bombardeó un refugio del Estado Islámico en Afganistán y le quitó accidentalmente la vida a 18 de sus aliados al ensayar un bombardeo eventual a un pequeño poblado al noroeste de Siria. El hilo conductor de todas las movilizaciones y los ataques parecía ser que Trump quería demostrar al mundo que la potencia militar más grande de la Tierra seguía siendo EU, y que sus enemigos —Corea del Norte, el Estado Islámico, Irán o cualquier otro— serían derrotados.
El mismo mes de abril, en lugar de lanzar misiles como demostración de fuerza, el gobierno de Corea del Norte prefirió desplegar un desfile donde participaron los misiles. En el mes de mayo, nuevos protagonistas ingresaron al panorama. Casi simultáneamente al triunfo de Emmanuel Macron en Francia, en Corea del Sur triunfó el liberal Moon Jae-in en las elecciones presidenciales. Fue un revés potencial para Donald Trump y sus políticas de enfrentamiento. Porque si bien el triunfo de Macron representó una tendencia hacia el impulso a la globalización y el fortalecimiento de la Unión Europea (UE), la victoria de Moon podría representar una cierta contención para los arranques bélicos del nuevo presidente de EU y sus peligrosos desplantes.
Es bien sabido que desde el fin de la Guerra de Corea, el país del Norte siguió un modelo comunista con una economía estatizada y la nación del Sur tuvo un despegue espectacular para convertirse en la economía número 12 del mundo. Mientras que Corea del Norte siguió la política de idolatría al líder en turno y de militarización de la sociedad, la del Sur fue dominada por las grandes empresas monopólicas como Hyundai, LG y Samsung. El PIB de Corea del Sur llegó a superar los 1.6 trillones de dólares, mientras que la riqueza del Norte se ha estancado en 40 mil millones de dólares. Eso representa muy poco para sus 25 millones de habitantes. Carlos Slim, solo, tiene más dinero.
Moon Jae-in, la nueva cabeza del gobierno de Corea del Sur, no es ningún anticomunista a ultranza. Sus padres nacieron en el país del Norte, huyeron hacia el Sur, y ahí nació el pequeño que se convertiría en su actual presidente. Moon tiene una familia fragmentada, con una tía que sigue viviendo en el Norte. Tal vez por eso, entre otros factores, su política es de distención, en lugar de enfrentamiento. Moon ha declarado que no es afín al sistema político de Corea del Norte, pero que no por eso le dará la espalda a esa parte de la nación. En el fondo, busca la reunificación. Las dos Coreas forman, históricamente, una sola familia —como en el caso de Vietnam—.
En agosto se abrió otro capítulo de bravuconadas. Después de otro intercambio de declaraciones amenazantes, el mundo ya no supo quién era más insolente, más pendenciero, más irresponsable y más peligroso. Corea del Norte y EU jugaron a la guerra en el micrófono, y el resultado pudo haber sido una destrucción inaudita. Donald Trump dijo en una cena, como si ofreciera un postre indigesto, que sobre su enemigo caería un ataque “de fuego y furia que el mundo jamás ha visto”.3
Kim Jong-un no se arredró en el terreno de las declaraciones. La agencia de noticias KCNA, portavoz del gobierno de Corea del Norte, dijo que el gobierno de Pyongyang estaba examinando detenidamente un plan para atacar Guam, y amenazó con crear una “envoltura de fuego” alrededor del territorio. Guam es una base militar de EU que incluye un escuadrón de submarinos, una base aérea y una flotilla de guardacostas; se encuentra a 3 mil 400 kilómetros de Corea del Norte, justo a tiro de piedra para lanzar un ataque atómico.
En agosto, a mitad de la estridente guerra verbal entre Pyongyang y la Casa Blanca, se escuchó la voz conciliadora del presidente de Corea del Sur. Señaló con vehemencia que “cualquier acción militar en la península de Corea debe ser decidida solamente por Corea del Sur, y nadie más puede tomar una acción militar en este territorio sin el consentimiento de Corea del Sur”.4
Mientras tanto, el presidente Trump siguió utilizando su Twitter para provocar la ira del jerarca máximo de Corea del Norte, a quien llamó el “hombre cohete”. Horas más tarde, cuando el canciller de esa nación respondió ante las Naciones Unidas (ONU) con otra bravata descomunal, Trump sostuvo que esos dos hombres “no estarán ahí por mucho tiempo”. El bombardeo de palabras parecía llegar a límites explosivos. Corea del Norte dijo que “Estados Unidos ha declarado la guerra”,5 y que se reserva el derecho de derribar aviones estadounidenses aunque no se encuentren en aires norcoreanos. Las voces de alarma sonaron también en Washington. “El presidente Donald Trump está encarrilando al país hacia la Tercera Guerra Munidal”, dijo en septiembre de 2017 el senador Robert Corker, líder del Comité de Relaciones Exteriores del Senado. Republicano como Trump, apoyo fundamental durante los meses álgidos de su campaña, Corker se distanció radicalmente del presidente Trump, el cual, a su juicio, “gobierna su oficina como si fuera un reality show, semajante al de su programa El Aprendiz”.6
El presidente de los Estados Unidos, Donald Trump, y la primera dama en su visita a Corea del Sur, 7 de noviembre de 2017
Parecía una fractura pública y continua entre la Casa Blanca y las huestes republicanas del Capitolio. Trump abrió fuego en su Twitter, como acostumbra, y escribió: “el senador no se va a reelegir porque no tiene las entrañas suficientes para hacerlo”. Corker respondió —el 8 de octubre de 2017, en su Twitter, también—que “la Casa Blanca se ha convertido en un centro de apoyo para los ancianos”. Esta afirmación tiene sentido, a la luz de que el presidente tiene 71 años cumplidos, y su comportamiento dista mucho de ser estable. Corker tampoco es un político joven —tiene 65 años— y atrás quedaron los años en los que ambos jugaban golf como buenos empresarios y mejores amigos.
Así llegó la gira de Donald Trump a los países del extremo oriente. Era el mes de septiembre. Y en ese carrusel bélico, su discurso ante el primer ministro de Japón, Shinzō Abe, fue contundente: “Tokio debe empezar a comprar equipo militar a los Estados Unidos para protegerse contra las amenazas de Corea del Norte”.7 Trump subrayó el hecho de que en días anteriores el gobierno coreano de Kim Jong-un había lanzado un misil que atravesó los aires japoneses, y urgió a las autoridades de Tokio a defenderse por sus propios medios. Después de sus conversaciones con Abe, Trump dijo a la prensa que “Japón podrá derribar los misiles coreanos que crucen sus aires después de completar las compras de equipo militar norteamericano”. Lo que Trump fue a hacer a Japón puede reducirse a una sola estrategia: venta de armas.
En el cambio de año, el líder máximo del Partido Comunista de Corea del Norte hizo un movimiento táctico para ganarle a Trump la partida de ajedrez atómico. Aprovechando la cercanía de los Juegos Olímpicos de Invierno, en Pyeongchang, una localidad de Corea del Sur muy cercana a la frontera con Corea del Norte, declaró que su país estaría dispuesto a considerar la posibilidad de participar en los Juegos, siempre y cuando fuera invitado por su vecino del Sur. De manera casi inmediata, Corea del Sur extendió la mano hacia el Norte. El presidente Moon Jae-in —conocido ya por su postura pacifista y conciliadora de las dos Coreas— dijo que por supuesto Corea del Norte era un invitado especial para las Olimpiadas de Invierno. Y Kim siguió ganando la partida. Dijo que su país había concluido las pruebas de su arsenal atómico y que estaba preparado para responder con un bombardeo al interior de EU si su gobierno insistía en amenazarlos y atacarlos. Y Trump cayó en la provocación. De manera infantil, como es su costumbre, escribió en su Twitter, el 2 de enero de 2018, que su botón atómico era más grande que el de Corea del Norte.
Con todo esto, en realidad Trump quedó fuera del juego. Las dos Coreas iniciaron, de manera independiente, negociaciones de paz. Era lo que quería Moon Jae-in, y a esa tarea se sumó Kim Jong-un. Al declarar que Corea del Norte había finalizado con éxito las pruebas de su arsenal nuclear, Kim justificó ante el mundo la suspensión de los lanzamientos de misiles, arrebatándole a Trump su bandera más importante, y abriendo la puerta para levantar las sanciones económicas impuestas por la ONU.
El espíritu olímpico del orbe, que hermana a la humanidad en su diversidad de razas, himnos y banderas, resultó un soplo de esperanza en los últimos meses de amenazas bélicas. En la inauguración de los Juegos Olímpicos de Invierno, en la gélida ciudad de Pyeongchang, cerca de la frontera entre las dos Coreas, los contingentes de Corea del Norte y Corea del Sur marcharon juntos, detrás de una misma bandera.
La carga simbólica del evento llenó los medios de comunicación del mundo entero. El mensaje fue un llamado a la paz. A la unificación de dos países enemigos, separados por la historia y las ideologías. Un muro de contención a los discursos incendiarios y las jactancias bélicas de los líderes. Algo que puede ser el inicio de un cambio profundo, el fin del último rescoldo de la Guerra Fría. El deshielo de la relación entre los dos países puede iniciarse con estos Juegos Olímpicos de Invierno. Nadie lo hubiera imaginado. Corea del Norte envió una delegación de 22 atletas y un conjunto de artistas para el evento. Y la joven Kim Yo-jong, hermana menor del líder del Partido Comunista Kim Jong-un, estuvo sentada en la ceremonia de inauguración muy cerca de Mike Pence, vicepresidente de EU, quien encabezó la delegación estadounidense.
No es la primera vez que las dos Coreas marchan juntas en Juegos Olímpicos. Lo hicieron previamente en Sydney, en 2000; en Atenas, en 2004 y en Torino, en 2006. Pero en las olimpiadas de Seúl, en 1988, Corea del Norte no participó después de organizar un ataque terrorista que hizo estallar un vuelo de South Korean Airlines, diez meses antes de los Juegos Olímpicos.
Ahora todo parece haber cambiado. El acercamiento representa una victoria para Moon Jae-in, presidente de Corea del Sur, quien desde su arribo al poder ha señalado que las dos Coreas tienen que resolver sus conflictos sin interferencias externas; es además una prueba de las habilidades de Kim Jong-un, el dictador de Corea del Norte que supo aprovechar la oportunidad de desactivar un conflicto internacional que no le convenía, y es un fracaso para Donald Trump —uno más—, quien predijo que las amenazas de Pyongyang terminarían en un holocausto de sangre y fuego. Una puerta para la paz se ha abierto con las Olimpiadas de Invierno. Es un respiro para el resto de la humanidad. EP
NOTAS
1. http://www.bbc.com/mundo/noticias-internacional-39543870
2. https://twitter.com/realdonaldtrump/status/ 851767718248361986?lang=es. A partir de ahora se indicará solamente en el cuerpo del texto que las citas provienen de la cuenta oficial de Twitter de Donald Trump.
4. Discurso televisado en el marco del 72 aniversario del fin de la Segunda Guerra Mundial y la liberación de Corea del Sur del dominio japonés (1910-1945), Centro Sejong para las Artes Escénicas de Seúl, 15 de agosto de 2017.
5. Declaración del ministro norcoreano de Exteriores, Ri Yong-ho, Nueva York, 25 de septiembre de 2017.
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Mario Guillermo Huacuja es autor de El viaje más largo y En el nombre del hijo, entre otras novelas. Ha sido profesor universitario, comentarista de radio, guionista de televisión y funcionario público.