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SOMOS LO QUE DECIMOS“A l’hora de l’hora” Entender la temporalidad

Ricardo Ancira | 01.03.2018
SOMOS LO QUE DECIMOS: “A l’hora de l’hora” Entender la temporalidad

Si bien contamos con unidades de medida (mes, semana, minuto…), seguimos careciendo, a estas alturas, de abstracciones que nos permitan concebir el tiempo.

En efecto, nos vemos obligados, como en el párrafo anterior, a comprenderlo como una longitud (largo/corto), una cantidad (mucho/poco) o bien un volumen (un montón/un chorro de años). Existen, asimismo, otros cuantificadores: bastante, suficiente, demasiado; también coloquiales: “harto”, “un chingo”, “un titipuchal”. Relacionados todos con el espacio. Por ello, el pasado se ubica atrás y el futuro adelante. Por la misma razón también se utiliza próximo, es decir cercano, antepuesto o pospuesto: “el próximo domingo”, “el año próximo”. Ya ni nos fijamos en que, descabelladamente, un acontecimiento tiene lugar… ¡en una fecha!

El asunto medular es que el presente, en rigor, no existe. “Ahora te voy a decir la verdad” alude a una acción por venir que, una vez expresada, ya es un asunto pasado. Penosa, la condición humana.

Hay tiempos fuera, completos, compartidos, muertos, de sembrar y de cosechar. “¡Qué tiempos aquellos!”, “todavía estás a tiempo”, “para siempre”, “ahora o nunca” son expresiones transparentes. En “necesito tiempo” y “dame unos días” se posterga una decisión.1 “Tiempo del centro” es un anglicismo para referirse a la hora, cuyo punto de origen también es británico: Greenwich.

“Time is money”: como si fuera dinero, el tiempo se ahorra, se gana, se quita, se gasta, se invierte, se desperdicia o se pierde, lo cual refuerza la imagen de un bien no renovable. “Toda la vida” expresa una realidad extensa pero finita. Temporales o de temporal hay tierras, empleos o situaciones… En México, los arreglos temporales suelen volverse permanentes. Una temporada es una cantidad determinada de días dedicados a alguna actividad teatral, deportiva, de tauromaquia o televisiva. “Vuelvo en un segundo/minuto” son promesas tan inescrutables como ahori(ti)(titi)ta, al rat(it)o o ya mer(it)o.2

Ha habido relojes de sol, agua (clepsidras), arena, chimenea, salón y pared (ornamentados con los nostálgicos péndulos y/o cucús), los de bolsillo y su anacrónica leontina. Vendrían después los de pulsera, redondos o cuadrados,3 luego analógicos o digitales, de acero o cuarzo, algunos con piedras y metales preciosos. Hoy están a la vanguardia el iWatch y similares. Pero el más célebre sigue siendo el Big Ben.

Se dice: “ya es/era hora”, “hora pico”, “la de la verdad”, “a buena(s) hora(s)”, “a/de última hora”, “enhorabuena”, “en mala hora”, o bien que “los avaros ni eso dan”. Los menús constan de dos o más tiempos (la imagen es exacta: unos platillos llegan antes que los otros). “Tiempo real”, “medio tiempo”, “hacer tiempo” y “las cero/altas horas” son frases surrealistas.

“Al mal tiempo, buena cara” y “capear el temporal” (evitar algo con maña) corresponden a la acepción climática de la palabra. La relación entre ella y la cronológica estriba en que en julio y agosto hace calor, y entre diciembre y febrero, frío: un tiempo condiciona al otro.4 Es por ello que puede ser bueno, malo, inestable.

“Había una vez” introduce de manera imprecisa los cuentos infantiles, como el idiotismo “érase que se era”.Igual de indeterminadas son las locuciones “de vez en cuando” y “de cuando en cuando”. “Al tiempo que” y “a un tiempo” marcan simultaneidad. En música —y también en la literatura y las artes escénicas— el tempo es la cadencia. El buen/mal timing es otro préstamo lingüístico para diferenciar lo oportuno de lo inoportuno. “Dar cuerda” (a alguien) significa ‘propiciar que hable o actúe a sus anchas’.

Antes, durante y después nos aproximan a la sucesión temporal. Durante, como es obvio, implica una duración. Se habla de antes o después de una guerra, una tormenta, de impuestos, de ortodoncias, gimnasios, dietas (en éstos, el photoshop es un gran aliado). Con a. C. y d. C. la civilización occidental impuso el año cero (que ciertos papas cambiaron a su antojo) y los imperiales julio y agosto;6 también los mitológicos martes (Marte),7 jueves (Júpiter), lunes (Luna), miércoles (Mercurio), viernes (Venus) y domingo (de dominĭucus, día del Señor).

Preguntó una alumna japonesa que aprendía español: “Profesor, si los mexicanos están obsesionados con los tiempos: antepresente, futuro perifrástico, copretérito… ¿entonces por qué siempre llegan tarde?”.

Con los relojes se mide tanto el tiempo —en general— como, en particular, lo adinerado o pretencioso de una persona. EP

 

NOTAS

1. “Necesito mi espacio” cumple la misma función.

2. Solemos prometer “hacernos un tiempito” (que no tiempecito) para ocuparnos de algún asunto.

3. Hace medio siglo maravillaron los automáticos.

4. Eurocentrismo puro.

5. Giro o expresión que no se ajusta a las reglas gramaticales.

6. El primer calendario romano constaba de diez meses; los tres últimos se numeraban: octavo (octubre), noveno (noviembre) y décimo (diciembre). Enero y febrero provienen de Ianuro y Februo (también: Plutón), respectivamente.

7. Igual marzo.

 

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Ricardo Ancira es profesor de Literatura Francesa en la FFyL y de Español Superior en el CEPE de la UNAM. Obtuvo un premio en el Concurso Internacional de Cuento Juan Rulfo 2001 por “...y Dios creó los USATM” y es autor del libro de relatos Agosto tiene la culpa (El tapiz del unicornio, 2015).

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