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VARIANZA Jebel Irhoud: la profundidad del tiempo

Gerardo Herrera Corral | 01.05.2018
VARIANZA Jebel Irhoud: la profundidad del tiempo

El alma es un vaso

que sólo se llena con eternidad

Amado Nervo

(a 99 años de su muerte)

 

El verdadero triunfo de la teoría sobre el origen de las especies de finales del siglo xviii es la llegada de una nueva manera de ver el tiempo. La concepción de evolución natural en la biología está inexorablemente ligada a una forma de percibir la inmensidad. Las ideas de la teoría de selección natural tardaron mucho en ser aceptadas por la gente y la razón está en la dificultad que representa entender el presente como el resultado de un largo proceso. Sin la teoría, el vasto paisaje se nos presenta desordenado. Sin el marco conceptual evolutivo, le damos un significado arbitrario que siempre desemboca en la manifestación de un creador insondable. En cambio, con la construcción de una estructura de conceptos, la diversidad abrumadora y sus imperceptibles diferencias adquieren de pronto un sentido, pero al hacerlo, nos exigen repensar el tiempo. Por ello, desde el primer momento en que damos al pensamiento la oportunidad de viajar a las profundidades de un océano de épocas antiguas y edades que se disuelven en ancestrales caudales, cada detalle del presente se transforma en una reflexión del tiempo: “el pensamiento y la emoción se mueven en una nueva dimensión en la que cada gota de sudor, cada movimiento muscular, cada jadeo de la respiración se convierten en el símbolo de una historia”.[1]
La voz de millones de años transcurridos, la biología en marcha, la incorporación del tiempo en una cadena de influencias, nos han obligado a abandonar el presente estático, la visión fotográfica de nuestro planeta, para darnos el sentido profundo que tiene el tiempo. Uno puede pensar que siempre estamos conectados con el pasado porque nuestras vidas están ligadas a nuestros padres, nuestros abuelos y a todo aquello que construye los objetos que nos rodean y que vemos en nuestro diario camino a casa, pero no es así. El pasado que conocemos, el que vemos hoy, es sólo una delgada capa, un aluvión de tiempo sin espesor: es la arcilla que se acumula en el estuario, fina mancha de limo en los arroyos. La dimensión del tenue y esbelto sedimento está muy lejos de la formidable profundidad del mar. El tiempo es hondo como un abismo.

Cuando la gente entendió que los fósiles fueron en realidad organismos, se volvió evidente que no todo podría ser el resultado de un solo evento, sea éste o no el diluvio. Se entendió que estas huellas son la evidencia de una gigantesca escala de tiempo. Tan pronto como intentas explicar los fenómenos con base en leyes naturales, el examen de los archivos geológicos te lleva a esa conclusión. Sin embargo, le tomó casi un siglo a la gente aceptar la idea de que estamos frente a las trazas de una historia que se extiende largamente.

Por supuesto, usted puede estar convencido de que la Tierra hoy es idéntica a como era en su estado original, puede creer que eventos milagrosos suspenden el curso de las leyes naturales y usted puede mezclar todas estas ideas para mostrar que aparentemente el producto de una larga historia es simplemente el resultado de un evento milagroso que somos incapaces de entender… la obra de Dios.[2] 

Jebel Irhoud es un sitio arqueológico ubicado a 100 kilómetros de Marrakech, en Marruecos. La región no siempre fue hostil con la vida. En el pasado remoto estaba envuelta en vegetación y la hierba brotaba floreciendo en pétalos desconocidos. La aridez del lugar cerca de la costa atlántica proviene de una región cubierta de ríos y lagos que cambió hace mucho tiempo. Ahí se encontraron los huesos humanos más antiguos que se conocen y junto a ellos las herramientas filosas de arcaicos cazadores, bultos de carbón y huesos de gacela. Este sitio arqueológico en el extremo oeste del continente africano nos muestra que el Homo sapiens podría no haber aparecido en el este de África hace 200 mil años, como se pensaba. Los huesos de cinco esqueletos: dos adultos y tres niños, encontrados aquí, fueron analizados con espectrometría termoluminiscente y pruebas biológicas para concluir que los fósiles de Homo sapiens tienen una antigüedad de entre 281 y 349 mil años.

Hace poco se encontró en Israel un fragmento de maxilar superior que conserva unidos siete dientes. Pertenece a un adulto humano que no vivió más de 40 años y los estudios de datación dicen que se afanaba por vivir hace 177 mil, quizá 194 mil años. Es el primer Homo sapiens en salir del continente africano, primer poblador del continente asiático.

La historia del hombre que cruzó el valle del río Nilo parece concordar con la narración de Jebel Irhoud según la cual el ser humano apareció más temprano de lo que se había supuesto y, por lo mismo, es de esperar que nuestros ancestros dejaran África para internarse en Europa y Asia antes de lo que habíamos pensado. El humano moderno que llegó a Israel pasando por Egipto pudo seguir su curso hacia el Norte y lo hizo 50 mil años antes de lo que imaginamos.

Algunos consideran que los fósiles encontrados en Jebel Irhoud podrían ser de una especie arcaica de humanos que sobrevivió en el norte de África hasta que el Homo sapiens de la región subsahariana lo sustituyó. Se ha considerado la posibilidad de que los restos sean de un probable pre sapiens. Para muchos, el ser humano realmente apareció mucho antes con el Homo habilis que hacía uso de piedras labradas 2.6 millones de años atrás. Este linaje antiguo, previo al Homo sapiens, fue seguido de otras especies como el Homo erectus y el neandertal.

No sabemos cuándo aparece una especie y desaparece otra, de tal manera que es difícil decir cuándo surgió el ser humano como lo conocemos hoy. Si el Homo habilis ya hacía pinturas rupestres, usaba herramientas y mostraba un comportamiento mítico religioso apreciable en sus rituales fúnebres, entonces ya era reflexivo, poseedor de pensamientos y sensible al transcurso del tiempo.

En todo caso, la clave está en el tiempo. La vida misma es el resultado de incontables arreglos moleculares en una sopa prebiótica que existió hace tres mil millones de años. Éstos son los referentes milenarios que nos permiten advertir el cúmulo de los siglos, es el juego de superposiciones que rebasa a la imaginación. Al final, es la eternidad lo único que puede generar la vida y es también lo único que acaba por llenar el alma. Todo está en la profundidad del tiempo. EP

 

 

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Gerardo Herrera Corral es doctor en Ciencias por la Universidad de Dortmund, Alemania, e investigador titular del Departamento de Física del Cinvestav.

 

[1]      Claude Lévi-Strauss, Tristes trópicos, Companhia das Letras, São Paulo, 1996, p. 54. Traducción del autor.

 

[2]      Stephen Jay Gould et al., Conversations About the End of Time, Fromm International, Nueva York, 2001.