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#PoliedroDigital: Ya lo dijo Chaplin: un día sin risa es un día perdido

Claudia Benítez | 17.08.2018
#PoliedroDigital: Ya lo dijo Chaplin: un día sin risa es un día perdido
Durante varios años, “Poliedro” fue la sección principal de las centrales de la revista Este País. Con el propósito de honrar a esa tradición impresa y renacer como EP en línea, hemos nombrado “Poliedro Digital” al blog semanal de la Redacción que, al tener diversos colaboradores, es como ese cuerpo geométrico de “muchas caras”.

A quién no le gusta hacer reír a los demás. Es sin duda grato ver cómo algo que acabamos de decir, una frase que ideamos con fines risibles, le arranca una carcajada a nuestros interlocutores, o por lo menos una risita franca.

De niña y adolescente muchas veces fantaseé con ser comediante. Bill Murray era uno de mis actores cómicos favoritos. Lo vi por primera vez en Los cazafantasmas, al lado del también grandioso Dan Aykroyd. Murray me parecía una de las personas más divertidas del planeta. Algún día yo haría una película como El Día de la marmota.

Después llegaron a la construcción de mi sueño de “algún día haré comedia” el buen Tin Tan —a quien siempre recordaré con cariño como la voz del oso Baloo en El libro de la selva de Disney—, Woody Allen, Buster Keaton, los hermanos Marx y el genial humor británico de Chaplin, Rowan Atkinson, Peter Sellers y los Monty Python. Y la lista podría continuar…

En mis años veinte, en mi afán de ser humorista, me dio por escribir sketches. El único que llegó a materializarse —y que escribí con una amiga— fue uno en el que una chica se ahoga en su sopa, y todo porque logré convencer a un grupo de amigos de que me ayudaran a filmarlo como un experimento que podría proporcionarles buenos ratos de entretenimiento. La historia va de una joven que está en un restaurante lleno de personajes curiosos, como un hombre que se come las servilletas y bebe leche de su zapato, y otro que saca comida de su sombrero de copa. La chica pide una sopa. El mesero le trae una de fideos en un tazón gigantesco. Ella, que se ve muy cansada, cabecea y bosteza, cada vez más encorvada sobre el tazón. Finalmente se queda dormida y su cara termina dentro de la sopa, en la que comienza a ahogarse. Los demás comensales observan sorprendidos lo que sucede. Un hombre exclama: “¡Que alguien le dé una servilleta!”, pero nadie hace nada por ayudar a la chica, quien da de manotazos y en ningún momento se le ocurre simplemente sacar la cabeza del tazón. Una vez que ha terminado de ahogarse, quedando su cuerpo inerte con la cabeza completamente sumergida en la sopa, todo vuelve a la normalidad en el restaurante, como si nada hubiera ocurrido.

El cortometraje —que se llamó El significado está en la sopa— sin duda hizo reír a mis amigos involucrados en el proyecto. A otros… No lo sé.

Ser verdaderamente gracioso sin caer en hacer el tonto no es fácil. Para algunos es un talento innato y en su caso probablemente no se requiere hacer un gran esfuerzo para elaborar un buen chascarrillo —aunque creo que una buena dosis de auténtico carisma también ayuda—. Para decir un chiste que funcione, además de ingenio se necesita saber decirlo en el momento preciso y saber cuándo dar el remate, de ahí que a la habilidad cómica se le considere un indicador de inteligencia verbal. Por lo general las personas realmente inteligentes tienen un gran sentido del humor. Por eso dijo Nietzsche que “el potencial intelectual de un hombre se mide por la dosis de humor que es capaz de utilizar”.

Ese cortometraje que hice fue un intento de comedia un tanto fallido. Hasta ahí llegó mi pretendida carrera cómica, lo que me dejó con la certeza de que carezco del talento innato de un buen comediante. Pero aunque no haya cumplido mi sueño de tener como profesión el producir material humorístico, siempre disfrutaré hacer reír a otros y siempre apreciaré cualquier cosa que me haga reír genuinamente. Porque como bien dijo Chaplin, un día sin risa es un día perdido.

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