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#PoliedroDigital: Los malos jefes

Anónima | 27.09.2018
#PoliedroDigital: Los malos jefes
Durante varios años, “Poliedro” fue la sección principal de las centrales de la revista. Con el propósito de honrar a esa tradición impresa y renacer como EP en línea, hemos nombrado “Poliedro Digital” al blog semanal de la Redacción que, al tener diversos colaboradores, es como ese cuerpo geométrico de “muchas caras”.

Jamás he entendido a quienes creen que son mejores en el trabajo si gritan. Me refiero a los jefes, claro. Hablo de las personas que llegan a un puesto alto, tienen gente a su cargo, y sustituyen la eficiencia por el maltrato. Muchos de ellos dirán que funciona —aunque es una manera de verlo, no la creo ni válida ni respetable. Pero vayamos por partes.

Primero:

Me cuenta G que aprendió a leer en la clase de una mujer que se llamaba Dolores y le hacía honor a su nombre. La hermana Dolores, una monja que enseñaba preprimaria, se preciaba de tener 100% de éxito al enseñar a sus alumnos a leer sin tacha. ¿El método? Escribía algo en el pizarrón, paraba frente al escrito a uno de sus alumnitos, y le pedía que leyera mientras ella lo tomaba del pelo en la nuca; si el niño cometía algún error, la hermana le azotaba la frente contra el pizarrón, con fuerza. Iban, la monja y el niño, leyendo poco a poco las oraciones trazadas con un gis. En ese trayecto, el resto de los alumnos —todos varones— hacía esfuerzos sobrehumanos para discernir la combinación anotada. Sobra decir que no encontraban placer en la lectura y que leían únicamente porque querían evitar un frentazo o un jalón de pelo (en los que la monja sí encontraba placer).

Los niños que aprendieron bajo la tutela de esta mujer… ¿creyeron que era una forma eficiente de enseñar o aprender? Entraron al mundo del lenguaje y la comunicación a los golpes, creyendo, tal vez, que era ésa la forma de enfrentar lo desconocido, los retos y las tareas. Algo así es un aprendizaje deficiente e incompleto, que no permite las posibilidades que ofrecen la razón y que no apunta hacia una visión más completa de las cosas.

Segundo:

He tenido muchos trabajos, en parte porque comencé muy joven. Eso no me hace mejor, peor o muy distinta al resto, sólo me da herramientas para integrar mi experiencia y hacer comparaciones. Los mejores jefes que he tenido: no corren, no gritan, no empujan. Han sido humanos y se han enojado (conmigo y con otros, consigo mismos), pero sin acudir al sombrerazo, al chanclazo, a los malos tratos. En todos los casos fueron personas que conocían a fondo su oficio y que estaban, a la vez, abiertos al aprendizaje. Porque son las personas quienes hacen los trabajos y los entregan también a personas, todas falibles y humanas, de ambos lados del proceso. Así que sortear con gracia y empatía los problemas que conlleva trabajar con otros seres humanos ha sido una constante en los jefes buenos.

Los jefes malos, por el contrario, se abruman pronto y creen que todo lo saben. Desde una superioridad moral que no se sustenta en los hechos concretos pegan de alaridos, avientan cosas, enfrentan a sus empleados o a sus proveedores entre sí, y abusan. Señalan cualquier error como si fuera un pecado mortal y son incapaces de asumir su responsabilidad en cualquier desliz. Suelen ser personas que se jactan de sus talentos y sabidurías, por escasos que sean; que sacuden frente a las narices de sus empleados, contrapartes, clientes o aparecidos los puestos que han tenido, y que presumen de la gente relevante a la que conocen. Se han tuteado con ministros, escritores, actores, cantantes, ricos, famosos y sobresalientes. Creen que sus vecindades los convierten también a ellos en gente notable.

No son inseguros en el sentido más común de la palabra; más bien, obtienen su seguridad en lugares muy raros. En los otros, por ejemplo. Y en lo que a otros pueden hacer. Si lastiman, se sienten más poderosos. Si maltratan, sienten justificado su cargo.

Me han tocado jefes que me han dicho o hecho cosas que tal vez alguien les dijo o hizo alguna vez para herirlos y creen que pasándome la herida, sanarán.

Tercero:

El dicho es: “Se sube a un ladrillo y se marea”. Casi siempre aplica a la fama repentina, pero es válido para las personas que tienen sobre otros algo de poder. Son patrones, jefes, superiores. En este país nos gustan mucho las formaciones piramidales en el trabajo. Uno hasta arriba y los demás, como súbditos.

Las historias abundan. Está el jefe que se va de parranda y se lleva a su chofer —puesto ingrato en las ciudades mexicanas, sin planeación— dejándolo en el auto hasta la madrugada para exigirle que al día siguiente, para aplacar a la señora, lleve al niño a la escuela, antes de las siete. O la que da patadas a la puerta, desecha sin apenas mirarlas las propuestas en las que trabajaron sus empleados por horas, sin su dirección, y azota el escritorio en demanda de una explicación a su propia incapacidad.

Por supuesto, están ellos y ellas que usan su puesto para enseñar de más o para 

proponer abusos. Las amenazas de corte sexual que he recibido por parte de superiores en distintos trabajos son más hostiles y sórdidas de lo que este espacio merece. Y también he visto jefas presumir abiertamente sus capacidades en la cama a colegas míos, turbados e incómodos. Muchas veces, esta conducta se relaciona con una megalomanía sin remedio: se creen buenos en su trabajo, se creen buenos en el sexo.

Cuarto:

Creemos que si grita mucho, si azota puertas, si desdeña las propuestas de los otros y lo enmienda todo, del principio al final, sin haber aportado antes sus ideas, es un buen jefe. A veces le creemos que es una persona importante porque olvida las reuniones con sus subalternos, se distrae en las juntas, olvida el nombre de sus empleados. O le creemos cuando dice que no tiene tiempo para la minucia del sufrimiento de quienes trabajan bajo su mando, para los problemas que puedan tener en la intimidad. O pensamos que es alguien de verdad notable porque obliga a trabajar a deshoras después de irse a una larga comida y vuelve con nuevas ideas a trabajar bien pasada la hora de salida, sin gratificaciones de por medio, sin dar siquiera las gracias. Y digo que eso creemos porque veo que es una actitud que se repite una y otra vez, como si fuera loable. Si se imita, es porque tiene prestigio.

Quinto:

Hay otras formas de ser mal jefe. La purita incompetencia es una de ellas. La distracción perenne, el desgano, la falta de herramientas sociales… Sí, todas son pésimas formas de ser jefe. Pero un jefe que abusa y lastima es la peor de todas. Hay pocas cosas menos deseables pasar la vida laboral bajo la dirección de alguien sobrado e incapaz que se valida a través del maltrato y los gritos. No entiendo a la gente que cree que es mejor si grita.

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