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#TelegráfoDeTigre: El día que el amigo de un amigo casi conoció a Rulfo

Raciel Quirino  | 08.10.2018
#TelegráfoDeTigre: El día que el amigo de un amigo casi conoció a Rulfo
#TelegráfoDeTigre es el blog de Raciel Quirino y forma parte de los #BlogsEP

En una ocasión el amigo poeta de un amigo me contó con orgullo que había conocido a Juan Rulfo, o más bien, que lo había visto en una cafetería. Revisaba junto con otro amigo los últimos detalles de una revista y discutían sobre la inclusión de algunos textos. El amigo lo tomó del brazo, se le acercó como para contarle un secreto y dijo: “Mira con disimulo quien está en la otra mesa”. Mi amigo se volvió como si buscara al mesero y ahí estaba, tal como uno imagina que Rulfo pasaría el rato en un café, fume y fume, a solas frente a una taza fría, mirando por la ventana. Mi amigo poeta empalideció y comenzó a temblar. “Voy al baño”, dijo y casi salió corriendo. Se encerró en una casilla, se sentó en el retrete y se puso a llorar. Quizá habían pasado cinco minutos, cuando se escucharon pasos. Contuvo el llanto y carraspeó un poco para avisar que había alguien ahí. No tardó en sonar el chorro de orina. Lleno de vergüenza se limpió las lágrimas. Aguardó a que el hombre saliera y preparó las palabras que habría de usar para presentarse con el maestro, la manera con que le declararía su admiración. “¿Qué le daré para que me firme? No traigo ningún libro suyo. ¿Una servilleta? Ni modo que me firme un libro de Octavio Paz. No mames, piensa, piensa. Pues, aunque sea una libreta”. Cuando salió, una mesera recogía taza y propina de la mesa de Rulfo. “¿Dónde está?”, le preguntó a su amigo. “Ya se fue, estaba esperando su cuenta, güey. Pensé que lo habías visto en el baño. ¿No lo ayudaste a mear? ¿Estabas cagando? ¡No mames! Mira, me firmó una servilleta. Para qué te tardas”.

Circulan cantidad de anécdotas sobre Rulfo, unas simpáticas, otras truculentas y otras tristes. Muchas quizá son puro invento, algunas posiblemente son una mezcla, con más o menos, de realidad y ficción. Empezando por el mismo Rulfo, quien al hablar de su vida ¾sobre todo de su niñez y de los Cristeros y la época del asesinato de su padre¾, pudo haber inventado cosas. Son muchos quienes convivieron o se cruzaron con él que inconscientemente o de forma premeditada, al contar sus experiencias fabulan, le echan más crema a sus tacos para impresionar a alguien (“hubieras visto, amor, Rulfo me dijo que yo era una reata”), cambian cosas porque les falla la memoria ¾inevitablemente las cosas con el tiempo se van deformando; el tiempo es un teléfono descompuesto¾. En ciertos casos, desde luego, sería más importante una anécdota verídica que otra que es un tanto difusa. Lo cierto es que algunas importan no porque realmente ocurrieron o son ficción. La que me contó mi amigo vale porque es de esas anécdotas que las recorren varios sentidos.

Hace poco, otro amigo me platicó algo que francamente excitó mi imaginación. En una de las tantas veces que se le preguntó si estaba escribiendo alguna nueva novela, Rulfo sorpresivamente contestó que sí, que estaba haciendo una que se titularía Recuerdos de Florida. Mucha gente que lo conoció habla de la afición de Rulfo por el alcohol. Florida era un centro de rehabilitación para el alcoholismo donde se utilizaban varias terapias, entre ellas los electroshocks. Al parecer Rulfo estuvo internado una corta temporada en ese sanatorio ¾por cierto, actualmente existe un centro psiquiátrico llamado Florida que se especializa en adicciones al sur de CDMX¾. A la mejor sólo es una lironda chaqueta mental y quizá la respuesta fue como decir: “se titula Deja de estar chingando”. Pero, bueno, el asunto para mí no está en si es verdad o no ¾un neurótico ocioso con ánimo detectivesco haría preguntas, consultaría libros y corroboraría datos sobre el asunto¾. Lo interesante es la cantidad de cosas que me hace imaginar: ¿qué no se podría escribir sobre esto? Alguien hasta haría esa novela hipotética. Me imaginé a un Rulfo en abstinencia, con delirios, frente a doctores que intentan arrancarlo de su ensimismamiento y lo invitan sonrientes a pasar a la sala de electroshocks.

Cuentan que era común ver en las fiestas de escritores de los setenta a Juan Rulfo, siendo ya el autor consagrado, respetado en todo el mundo, apartado en un rincón, a solas, con el rostro medio oculto en una nube de tabaco, con una copa en la mano, mientras los demás se divertían de lo lindo bailando, coqueteando, adulando, presumiendo, etcétera. Pero que lo dejaran solo, arrumbado como mueble pasado de moda, era lo de menos. Cuando se acababan los chescos y las chelas, muchas veces era a Rulfo a quien mandaban a comprar¾esto me lo contó mi amigo poeta que vio a Rulfo en la cafetería¾ y él aceptaba sin hacer ningún aspaviento ni mala cara. Uno de los más grandes escritores de todos los tiempos yendo por cervezas y tortas para la banda. Aquí, de nueva cuenta, hay material, se podrían hacer cuentos con estas anécdotas.

Mis amigos quizá me reclamen que omití y agregué cosas a sus historias. Bueno, me disculpo y aclaro que mi intensión no era ser fiel. Fue tentador presentar a un Rulfo orinando igual que, en esa famosísima foto de Jorge Cuéllar, un Borges de carne y hueso en el urinario del Museo de San Ildefonso. En cuanto a la primera historia, debo decir que sí lloró el poeta y que sí se metió al baño, pero que no es verdad que Rulfo entró a orinar y se fue de la cafetería sin que se entablara contacto con el amigo de mi amigo, porque creo que sí hubo una breve conversación, aunque realmente no recuerdo bien. Además, en realidad el protagonista no fue el amigo de mi amigo, sino mi amigo, que ahora ya no es tan mi amigo. Sobre la historia del sanatorio, creo ser fiel a la versión que me contaron, aunque quizá mi memoria distorsione algo, porque también ella, como el tiempo, es un teléfono descompuesto. Sírvame como excusa final, la conclusión de la física cuántica que dice que “el observar algo, lo modifica”, la cual, abusando de ella, funciona aquí si la modifico de la siguiente manera: “Relatar algo, lo modifica”. Relatar es torcer las cosas.