#Norteando: ¿El principio del fin de Donald Trump?
Desde que lanzó su candidatura a la presidencia estadounidense hace más que tres años, Donald Trump se ha dedicado a sembrar veneno a la vida política del país. No siempre es fácil medir los efectos de su manera de hacer política --los ataques constantes contra sus adversarios como si fueran enemigos del pueblo, su visión del mundo que combina el maniqueo e ignorancia, y su menosprecio para las minorías-- aunque el veneno nunca sabe muy dulce.
Sin embargo, en recientes semanas se ha comprobado que las agresiones verbales de la Casa Blanca si influyen en la vida real de los ciudadanos, hasta con consecuencias letales. Primero, un apoyador de Trump intentó enviar desde su residencia en Miami 14 bombas por el correo a varios adversarios de Trump, incluso Obama y Hillary Clinton. Al parecer, el discurso de la Casa Blanca ayudó a inspirar al presunto responsable. Segundo, el 27 de octubre, un hombre abrió fuego en un templo judío en Pittsburgh, matando a 11 en el ataque antisemita más letal en la historia del país. El tirador de Pittsburgh también respondía al alza de odio que ha inspirado el movimiento de Trump, que ofrece expresiones de antisemitismo sin precedente reciente. Tercero, un hombre en Kentucky armado con una pistola intentó entrar a una iglesia afroamericana, pero las puertas cerradas con llave le frustraron. Mejor se desplazó a un supermercado a la vuelta de la iglesia, donde mató a dos afroamericanos desconocidos.
Confirmación, pues, de que Trump esté torciendo la vida pública de su país, fomentando odio y sospechas. Claro, la política del país está cada vez más disfuncional desde 1994, y los diferentes grupos raciales y religiosos dentro de la población han tenido sus tensiones desde la fundación del país. Es decir, Trump no es directamente responsable por estas atrocidades. Pero él sí representa la famosa gota que derramo el vaso, o si prefiere una metáfora más apta, un garrafón de gasolina echada encima de un incendio previamente controlado.
Por lo tanto, la prioridad es extirpar su influencia cuanto antes. Un primer paso hacia este objetivo se puede dar el 6 de noviembre, con las votaciones para renovar el Senado y la Cámara de Representantes. Desde la llegada de Trump a la presidencia, los republicanos han mantenido una pequeña mayoría en ambas casas, cosa que ha facilitado los abusos del hombre anaranjado. Entre otros favores, los bloques republicanos del Congreso han logrado frenar investigaciones sobre la administración de Trump, han sacado adelante varias partes de su agenda legislativa, han aprobado sus nombramientos a varios puestos importantes, y han acosado a sus enemigos a través de investigaciones espurias.
Las encuestas del momento pronostican un cambio radical en el equilibrio partidario. Los demócratas tienen una alta probabilidad de tomar control de la Cámara de Representantes, y escazas pero aun vivas posibilidades de retomar el Senado. Pero con una sola Cámara, los demócratas podrán lanzar investigaciones sobre Trump y su familia, y sobre las actividades de las dependencias bajo el control trumpista. Los reportajes periodísticos ya han acumulado un montón de corrupción sin precedente reciente. El Congreso, con sus mayores poderes investigativos, sin duda podrá agregar cuantiosas evidencias de actividades indebidas. Además, una Cámara de Representantes demócrata podrá frustrar los disparates legislativos de Trump, sea cancelar la ciudadanía de hijos de inmigrantes indocumentados o revertir Obamacare, la reforma al sistema de salud pública que logró aprobar su antecesor.
Pero más allá que los impactos concretos, un revés para Trump representaría un golpe psicológico y un mensaje de la ciudadanía que va mucho más allá que las encuestas negativas o las marchas por las calles de Washington. Para iniciar el proceso de sanar la política de los Estados Unidos, se requiere una repudiación a Trump que sea comprensiva y indudable.
El martes 6 de noviembre puede ser un primer paso para la derrota en dos años, y comienzo del fin de la pesadilla actual.