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#CuentoCorto: Del anonimato al estrellato

Edmundo Berumen Torres | 14.12.2018
#CuentoCorto: Del anonimato al estrellato

José María era feliz. Fue buen estudiante y luego ciudadano que gustaba de llenar formularios en trámites, participar en censos, votar en las elecciones y leer estadísticas. Su carácter introvertido no le impedía estar presente en cientos de indicadores estadísticos que acusaban su pertenencia a múltiples grupos. Claro, el manto anónimo que la estadística le aseguraba le permitía sólo a él identificarse en los grupos a los que pertenecía y aquellos que con alivio se sabía ausente.

Nadie sino él conocía a qué grupo de ingresos, escolaridad, ocupación, lectura de libros, nivel de corrupción, preferencia electoral, estado de salud, propensión a comprar, …, pertenecía; tampoco conocían sus afinidades en gustos, filias y fobias. Disfrutaba sus monólogos al compararse y considerarse con los resultados más recientes del último indicador del INEGI, CONEVAL, INE, SS, BANXICO, SECTUR, así como de alguna casa encuestadora de su confianza.

En la última década amplió la cobertura de sus comparaciones al convertirse en usuario intensivo de Google para buscar indicadores estadísticos similares para otras latitudes. ¡Ah que bien! Se decía en su soliloquio al inspeccionar cada nuevo indicador. (Sin darse cuenta de que alguien ya lo estaba observando y llevando la cuenta y registro de sus consultas.)

Así pasó varios años hasta que una decisión, de primer orden para él, lo empujó a comprarse un teléfono celular “inteligente” (su flamante “smartphone”). Estudioso que era se compenetró de las muchas aplicaciones que tenía al alcance de su mano a toda hora y día. Su nueva adquisición vivía y viajaba con él; se convirtió en su primer amigo y confidente. Ahora su cobertura y alcance los tenía en “tiempo real”, a su antojo. (El fisgón de marras le seguía día y noche, registrando y guardando todo.)

Inició como “mirón” pasivo de mensajes en redes sociales como Facebook, Twitter y Linkedin. Se reía o disgustaba y sus soliloquios tenían audiencia en la palma de su mano, su teléfono inteligente que se agitaba al compás de sus humores. (Y alguien más se enteraba de qué leía o miraba, y en qué sitios lo hacía.)

Las fotografías y memes lo intrigaban y divertían. Con las “selfies” que miraba redescubrió que su celular contaba con una cámara y de inmediato inició a tomar fotos a diestra y siniestra. Las guardaba etiquetándolas con disciplina, incluyendo la fecha y ubicación donde las había tomado, pues su diligente amigo se la proporcionaba. (“Big brother” igualmente feliz.)

Error fatal: José María se inscribió en su primera red social y publicó su primer selfie y comentario mientras contemplaba en un día esplendoroso y asoleado, un valle verde y acuoso a lontananza. (No pasó desapercibido para su encubierta sombra.)

Más tardó en consultar su propia publicación que en recibir “emojis” y textos reaccionando a la misma. Con susto y asombro no supo cómo tomarlo. Se sintió acechado, vigilado, y peor aún, involucrado en una interacción con quien sabe quién, que sabía quién era él, dónde estaba y qué estaba haciendo. (El diablillo sonrió.)

Pasado el susto, examinó con cuidado lo que había provocado, y cambió su ánimo a uno de halago recibido dada la naturaleza de los comentarios y emojis recibidos. Con timidez se animó a responder unos cuantos. Como bumerang a propulsión de chorro las nuevas respuestas crecieron de manera abrumadora dejándolo nuevamente apabullado, pero con una satisfacción y hormigueo en el estómago que no había experimentado nunca; y le gustó. (¡Atrapado!)

Pronto José María pertenecía no a una sino a todas las redes sociales a las que su fiel amigo le daba acceso. Sintiéndose lejano por evadir las interacciones cara-a-cara, cada vez tenía más seguidores y “amigos” con los que interactuaba a diario. El tiempo se le escurría entre los dedos que con frenesí tecleaban día y noche. (¡Eres mío!)

En paralelo, durante la última década arribó la moda en el uso del “big data”, en un maridaje complicado con la estadística. Mientras la última sintetizaba, la primera permitía mayor granularidad en sus análisis. Y José María era el sujeto perfecto. Cumplidor en el llenado de formularios y registros públicos, con intensa interacción en redes, con largo historial de sus visitas a sitios, interacciones y transacciones, pasó del anonimato al estrellato. Ya otros anticipaban sus reacciones a estímulos dirigidos. Ya no era él quien tenía el control. Le bombardeaban día y noche, para su sorpresa, con mensajes y fotos que sí eran de su interés. Ya no decidía él a dónde ir, qué comprar, dónde divertirse, por quién votar. El confort de su anonimato hecho trizas. Un reflector hollywoodense lo cegaba donde quiera que estuviera. ¡Le reconocían en lugares públicos y se acercaban a pedirle opinión, ya que era un líder de opinión entre sus pares, lo reconocían como uno de ellos! No sabía cómo reaccionar, le incomodaban. ¿Cómo lo habían descubierto? ¿Quién les dijo? (¡Inocente palomita!)

Tan solo unos meses de estrellato y su timidez dio lugar al estrés permanente. No dormía, mal comía poco, la cabeza llena de migrañas. Nadie se percató de su muerte. Todos notaron su ausencia en redes. Las ofertas siguieron llegando a sus cuentas un largo tiempo. Finalmente pararon, lo tildaron de encumbrado. El descansaba en paz. (Uno que se me va, ¡carajo!).