Identidades subterráneas: ¿Un futuro bisexual?
Como heterosexual, celebré con júbilo la reciente virtual legalización en México del matrimonio homosexual, así como la posterior legalización de ello en Estados Unidos. Contemplé con alegría el poder simbólico de la Casa Blanca iluminada con los colores del arcoíris, emblema del movimiento gay.
Pero más allá del gusto o disgusto que generen, dichos acontecimientos hacen reflexionar sobre las polémicas en torno a la homosexualidad. Ha habido intensos debates respecto a si se trata de algo innato o de una construcción social. Múltiples estudios que apoyan la posición innata han descubierto que existe actividad homosexual o bisexual en una gran cantidad de animales, entre ellos los cisnes negros, pingüinos, palomas, bisontes americanos, delfines rosados, bonobos, elefantes africanos y asiáticos, jirafas, ovejas domésticas, libélulas, moscas de la fruta y en las chinches. Ante la evidencia, yo me inclino a pensar que la homosexualidad sí puede ser innata, pero también me parece que llega a ser más sólida aquella que se construye socialmente. Para ello recurro a otro tipo de evidencia, además de aquella que está ante nuestras narices, y que ha llevado a la legalización del matrimonio homosexual en veintitrés países —todos de Occidente.
Hace tres años argumenté en este mismo espacio (“El amplio espectro de la sexualidad”, Este País, no. 253, mayo de 2012, p. 19) cómo un vistazo al siglo XVII podía abrirle las puertas a una tolerancia hacia la homosexualidad. Para ello me basaba en diversos estudios, además del clásico Historia de la sexualidad, de Michel Foucault. Citaba el libro The Age of Beloveds: Love and the Beloved in Early-Modern Ottoman and European Culture and Society, en el que Walter G. Andrews y Mehmet Kalpakli describían y analizaban la homosexualidad como una práctica común en ciertas ciudades de la Europa del siglo XVI —principalmente Florencia— y al interior del Imperio Otomano. También hice referencia al estudio de Maki Moraniga sobre la homosexualidad entre los samuráis japoneses de alto rango con sus discípulos, así como a aquellos casos de homosexualidad entre los mahu en Hawai, las orquestas femeninas de jazz estadounidense durante la Segunda Guerra Mundial o las compañías femeninas de teatro japonesas del siglo XX. Más impresionante resulta el libro de Roger Freitas, Portrait of a Castrato: Politics, Patronage, and Music in the Life of Atto Melani, donde analiza a los castrati como los hombres congelados en su infancia, cuando el fuego de la pasión sexual está contenido, y están ahí para el deleite de hombres y mujeres, para quienes se convertían en objeto del deseo sexual.
El ser humano tiene distintas maneras de mostrar afecto de acuerdo con los contextos socioculturales; en algunos sitios es aceptado y visto con buenos ojos que un hombre y una mujer se saluden de beso en la mejilla al conocerse, mientras que en otros sitios esto se considera invasivo incluso entre amigos. Hay lugares donde el saludo de beso entre hombres —en la mejilla o en la boca— es común, mientras que en otros resulta repulsivo. Lo mismo respecto a los saludos entre mujeres. Es evidente, entonces, que las muestras de afecto y las formas de saludar varían profundamente de acuerdo al contexto social. Lo mismo aplica con respecto a las actividades homosexuales.
Quizá más que argumentar si la homosexualidad es innata a partir de ejemplos en otras especies, lo que debería considerarse son las diferencias que tiene la homosexualidad en el ser humano con relación a otras especies, precisamente por su capacidad cognitiva. En un mundo cada vez más sobrepoblado, con posibilidades de fertilización in vitro, donde los estigmas sobre la homosexualidad se rompen, y donde el matrimonio poco a poco deja de centrarse en la reproducción y más en el afecto, ¿no se le restará importancia a las diferencias sexuales en las relaciones íntimas? Una persona sin prejuicios sobre la “mariconería” o sobre el sexo con una exclusiva función reproductora, ¿acaso no se enfocará más en estar con la persona que le guste, independientemente de su sexo? De acuerdo con las tendencias y las transformaciones en Occidente, me atrevo a pensar que en el próximo siglo los seres humanos tendrán parejas y matrimonios bisexuales, ya sin ser encasillados como homosexuales o heterosexuales. Simplemente seres sexuales que a través del raciocinio lograrán distinguir entre el amor y la capacidad reproductiva.
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Escritor, sociólogo y DJ, BRUNO BARTRA ejerce desde 2000 el periodismo en medios como Reforma y Replicante. Es miembro fundador del grupo musical La Internacional Sonora Balkanera. Twitter <@brunobartra>.