TABERNA
Breve historia del fuego
Antes de aprender a controlar el fuego, nuestros antepasados buscaban vegetales y animales chamuscados por incendios naturales y, más adelante, probablemente los hayan cocinado en los terrenos y rocas que quedaban calientes después del incendio. Los cambios en el tamaño de nuestros dientes y sistema digestivo, que coinciden con un aumento en el tamaño del cerebro, sugieren que esto puede haber sucedido hace cerca de 2 millones de años. Comer alimentos cocidos facilita la extracción de calorías con menor esfuerzo en tiempo y mandíbulas, permite la digestión de tubérculos, y es más seguro pues elimina patógenos. Más adelante aún, pueden haber transportado estas brasas a sus cuevas para mantener fogatas, cuya evidencia más antigua fue encontrada en una cueva de Sud África que data de un millón de años.
Controlar el fuego es algo que seguimos aprendiendo a hacer. En el hogar, el origen más frecuente de incendios sigue siendo la cocina y, dentro de ella, aquellos ocasionados por grasa. Más allá de las ciudades, una mirada a los documentos publicados por la Comisión Nacional Forestal nos muestra que las 153 mil hectáreas anuales que se perdían al fuego en la década de 1970 han pasado a 254 mil en los 80s, y a 267 mil en los 90s[1], pero en nuestro país no han avanzado mucho más. Entre las causas listadas, llama la atención la gran proporción de incendios cuya causa es “intencional”, y dentro de esa las sub causas “vandalismo”, “cambio de uso de suelo” y “quema” mal manejada. Sí, hay incendios por causas naturales, pero la mayoría son error humano. Gracias a la distribución de nuestro ecosistema, la mayor parte de la superficie quemada es de pastizal, y matorrales y arbustos, con tan sólo 18% promedio de bosque.
El fuego nos encanta, es una expresión de energía tan hipnotizadora como el mar, nos recuerda el pasado como especie, pero también anuncia nuestro futuro cósmico. En los últimos años, sin embargo, los incendios han crecido en frecuencia y fuerza a nivel mundial, en particular en la franja mediterránea que incluye lugares como Portugal, Grecia y la muy mencionada California[2]. Allí también hay una fuerte incidencia del error humano, pero debe aceptarse que las condiciones del cambio climático hacen más propenso el terreno a la combustión. El desbalance energético del planeta eleva la temperatura, lo que resulta en menos humedad en la tierra y en la vegetación viva o muerta, así de sencillo. El incendio Camp Fire de California, un verdadero huracán de aire caliente, quemó unas 28 mil hectáreas en su primer día, algunas por ráfagas de calor que asemejan la combustión espontánea.
Fuera de revertir el cambio climático, la respuesta apunta a una política forestal más tolerante de los incendios a menor escala. Cuando son contenidos, pero no completamente apagados, los incendios naturales ayudan al equilibrio del ecosistema. Si los bosques se queman con cierta frecuencia, los árboles pequeños no arden a altas temperaturas y permiten que los árboles de gran tamaño subsistan. Algunos árboles incluso se han adaptado para liberar sus semillas con humo o fuego y así poblar la tierra recién quemada. En la sabana los incendios son más frecuentes, pero no logran temperaturas tan altas (sin incendios, estas se convertirían en bosques).
Como tantas otras cosas, el fuego es objeto de la política y la economía. El bosque michoacano, hábitat de la Mariposa Monarca, se quema a más de mil hectáreas anuales para satisfacer la demanda de EEUU por aguacate. Están las quemas de cultivos de coca en Bolivia y Colombia por parte del combate a las drogas de sus consumidores insaciables, de nuevo EEUU. Tampoco podemos olvidar el famoso Incendio del Reichstag, el Parlamento alemán en el Berlín de 1933, a sólo un mes de la subida de los nazis al poder y que sirvió como justificación para perseguir a sus adversarios políticos hasta lograr una hegemonía partidista.
Esto último parece ya haber sucedido en México: como una quema fuera de control, la llamarada renovadora de Morena amenaza con dominar el ecosistema político, económico y cultural. Los partidos jóvenes ardieron cual pastizal, pero los más viejos quemaron con tal fuerza que se vulneró el subsuelo institucional. El gran crítico de arte y de la vida como arte, Soren Kierkegaard, nos cuenta una fábula en su libro Either/Or, en la que un teatro se quema y el payaso sale a informar al público. Todos piensan que es broma y aplauden, riendo. Cuando insiste, la respuesta es más hilarante. Así terminará el mundo, advierte el filósofo, entre las risas de quienes creen que todo es broma.
[1] Vale la pena notar que el dato para 1998 es atípico, pues el huracán Gilberto generó una grave sequía.
[2] En los EEUU el área afectada ha aumentado en 1,000% en los últimos 40 años.