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Biodiversidad y diversidad biocultural en México: más allá del presupuesto 

Carlos H. Ávila Bello | 08.04.2019
Biodiversidad y diversidad biocultural en México: más allá del presupuesto 
La diversidad biológica y biocultural, que por siglos han protegido y mejorado los pueblos originarios de México, juega un papel sustancial no sólo en sus territorios, sino también fuera de ellos.

Yanhuitlán, Oaxaca, fotografía de Laura Roja Paredes/CONABIO

 

 

La biodiversidad de México

México es el quinto país del mundo en cuanto a diversidad biológica, después de Brasil, Colombia, Indonesia y Australia (Mittermeier y Goettsch, 1992). El país se localiza entre dos grandes regiones biogeográficas: la neártica, formada por América del Norte y Groenlandia, y la neotropical, que abarca buena parte de América Central, las Galápagos y casi toda América del Sur (Zunino y Zullini, 2003). Entre estas dos regiones se encuentra la zona de transición mexicana: el istmo de Tehuantepec. Este complejo ambiente ha propiciado diferentes tipos de suelos, climas y vegetación: 26 mil especies de plantas con flores, más que Australia; la presencia de casi todos los tipos de vegetación del mundo, 49 de las 100 especies de pinos existentes; 700 especies de reptiles, el primer lugar mundial; y 439 de mamíferos, segundo lugar mundial (Mittermeier y Goettsch, 1997). Tan sólo esos datos deberían llamar la atención de quienes toman decisiones en el país y del público en general, para pedir y asignar un presupuesto suficiente y equitativo que nos permita proteger y mejorar la naturaleza en nuestro país.

Como apuntan Provencio y Carabias en esta misma publicación, entre 2015 y 2019 la reducción de la inversión en la Secretaría de Medio Ambiente y Recursos Naturales (Semarnat) fue de 61%, en la Comisión Nacional Forestal (Conafor) casi de 70% y en la Comisión Nacional del Agua (Conagua) de 60%. Sin embargo, la naturaleza y los recursos naturales no son sólo asunto de presupuesto. Es importante destacar que 80 de las 176 áreas naturales protegidas (ANP), 46% del total se encuentran en territorios habitados por pueblos originarios. Esto es fundamental ya que la diversidad biológica y biocultural, que por siglos han protegido y mejorado estos pueblos, juegan un papel sustancial no sólo en sus territorios, sino también fuera de ellos. Uno de muchos casos es la zona núcleo de la Reserva de la Biósfera de Los Tuxtlas, donde se origina el río Huazuntlán, en el sur de Veracruz; este río proporciona agua a cerca de 600 mil personas de las ciudades más importantes del sureste del estado (Coatzacoalcos, Minatitlán, Jáltipan y Acayucan, entre otras), además de cubrir las necesidades de todos los municipios y comunidades campesinas de la sierra de Santa Marta. Pero no es sólo agua lo que se obtiene de los territorios indígenas enclavados en esta ANP, la fundamental captura de CO2, la producción de O2 , la conservación del suelo, la obtención de maíz, frijol o café, junto con otros servicios que pueden tener un valor más territorial, pero al mismo tiempo estratégico, como los recursos genéticos asociados al autoconsumo de los pueblos. En ello centraré este texto, con algunos argumentos respecto a por qué las transnacionales se interesan en la biodiversidad y la diversidad biocultural.

 

Pueblos originarios, biodiversidad y diversidad biocultural

Fue a través de la cacería y la recolección, de la observación meticulosa y sistemática, que muchos de los pueblos originarios de América y otras partes del mundo establecieron lazos intrínsecos con la naturaleza. Por ello, la diversidad biológica guarda una estrecha relación con los saberes, las prácticas y el manejo que, desde la llegada de los primeros humanos a América, han llevado a cabo los pueblos que habitan el continente y otros que han incorporado conocimientos desde otras latitudes, como los esclavos llegados de África. Estos saberes han permitido modificar genéticamente plantas silvestres, tan sólo con la intuición de los mecanismos moleculares involucrados, lo que derivó en la domesticación del maíz, el frijol, la calabaza, el chayote, el chile, la papa y el aguacate, entre muchos otros; todo ello constituye, junto con las técnicas usadas para su obtención, la diversidad biocultural, creación humana lograda a través de un proceso coevolutivo con la naturaleza, mismo que dio origen al lenguaje. Éste es uno de los mejores indicadores de diversidad cultural, pues de los nueve países con mayor diversidad lingüística, seis de ellos poseen además una alta diversidad biológica (Posey, 1999). En México se hablan al menos 68 lenguas y 364 variantes1 (Ethnologue, 2017). La diversidad biológica tiene una correlación muy fuerte con la presencia de mayor diversidad lingüística (Gorenflo et al., 2012), porque el lenguaje no es sólo gramática, sino una acción dentro del mundo social y natural que permite entender y usar la biodiversidad con respeto; las lenguas son depositarias de la memoria cultural y guías que influyen en el paisaje y su biodiversidad (Maffi, 2005). De esta manera, la diversidad genética se protege gracias al entendimiento que mujeres y hombres tienen de la naturaleza y de las diferentes formas de relacionarse con ella. Esta cosmovisión implica el manejo comunitario de los recursos, así como ver a plantas, animales, hongos, semillas y otros propágulos como elementos de uso común, contrario al proceso de patentamiento y mercantilización que se busca realizar, especialmente, mediante técnicas de biología molecular.

La inversión en la protección del ambiente debe enfatizarse en los recursos genéticos, ya que son estratégicos y de interés global, por lo que las transnacionales de la alimentación y las farmacéuticas tienen especial interés en ellos. México ocupa el segundo lugar mundial por el número de especies medicinales registradas (4,500 especies diferentes), sólo por debajo de China, con 5,000 (Estrada Lugo, entrevistado por Muñetón Pérez, 2009). Poco más de 80% de los mexicanos usan plantas medicinales en diferentes momentos y de diferentes maneras, por lo que se puede deducir que este sector representa un mercado fundamental para transnacionales como Bayer-Monsanto.

 

Biodiversidad y genes, recursos estratégicos

Desde 1993 se ha discutido en el mundo sobre la protección de la biodiversidad, especialmente en las conferencias de las partes del Convenio sobre la Diversidad Biológica (CDB) (ONU, 1992). Sin embargo, la mayor parte de los enunciados del Plan Estratégico para la Diversidad Biológica 2011-2020, las Metas de Aichi, el mismo contenido del CDB y el Protocolo de Nagoya (2011), retomados y aumentados en la Declaración de Cancún (elaborada en diciembre de 2016 tras la COP 13), sólo representan buenas intenciones, ya que en conjunto son una contraposición entre las grandes empresas que buscan apropiarse de la diversidad biológica y cultural de los países megadiversos, y los pueblos originarios y sus representaciones, que son quienes los han conservado y han mejorado el patrimonio genético. El ejemplo más notorio es el artículo 8j del CDB, en donde se establece que:

En la medida de lo posible (sic) y con arreglo a su legislación nacional, se respetará, preservará y mantendrán los conocimientos, las innovaciones y las prácticas de las comunidades indígenas y locales que entrañen estilos tradicionales de vida pertinentes para la conservación y la utilización sostenible de la diversidad biológica y promoverá su aplicación más amplia, con la aprobación y la participación de quienes posean esos conocimientos, innovaciones y prácticas, y fomentará que los beneficios derivados de la utilización de esos conocimientos, innovaciones y prácticas se compartan equitativamente.

Sin embargo, las comunidades donde se ha aplicado han logrado obtener solamente de 0.1% a 2.5% de las ganancias logradas por las empresas transnacionales, lo que es absolutamente desigual. Además, los recursos genéticos y los conocimientos tradicionales se consideran bajo la normatividad industrial sujeta a patentes, aceptando la apropiación de estos y su tecnología implícita en los conocimientos asociados, para llamarla eufemísticamente “Propiedad conjunta de los derechos de propiedad intelectual pertinentes” (ONU, 2011). Lo que se busca es convertir a la biodiversidad y la diversidad biocultural en mercancías. Este enfoque ha sido llamado por Valencia Mulkay (2017), la guerra de la economía del crecimiento, del consumismo y de la biotecnología, basada en:

1. La imposición del crecimiento, la dependencia económica y tecnológica.

2. Dar un valor comercial a la naturaleza, especialmente por el desarrollo de la biotecnología y la ingeniería genética.

3. Crear e imponer leyes que permitan a particulares y grandes empresas despojar a los pueblos originarios de las riquezas naturales y el conocimiento que han conservado por generaciones.

4. La producción ilimitada, sobrepasando la capacidad de carga de los ecosistemas.2

5. Crear necesidades basadas en la publicidad (persuasión) y el consumo, lo que acertadamente llaman Bauman y Bordoni (2016) el totalitarismo del consumo y la obsolescencia programada de casi todos los bienes; lo que lleva a producir residuos, contaminación, deterioro del suelo, del agua y la biosfera en general.

6. La pérdida de seguridad alimentaria, la destrucción de la subsistencia, así como de los lazos ancestrales que unen a los seres humanos con la tierra, provocando pérdida de valores espirituales y culturales y, con ellos, de identidad y rumbo.

 

 

A manera de conclusión

Conservar la biodiversidad y la diversidad biocultural es fundamental, ya que permitirá salvaguardar recursos genéticos indispensables para la supervivencia de quienes dependen directa e indirectamente de ellos. Lograr la autosuficiencia alimentaria, la autonomía y la conservación integral de la naturaleza de un país debe ser el primer objetivo sensato para lograr equidad e independencia. Tanto los estados “desarrollados” como las grandes empresas de la industria biotecnológica tienen presentes estas ideas por lo que han mantenido los subsidios a sus agricultores, así como el apoyo para la formación de recursos humanos y proyectos de investigación en estas áreas del conocimiento, además de influir en los gobiernos de países pobres y en la FAO, para estimular el consumo de sus productos usando recursos públicos y promoviendo programas sociales que permitan la distribución y uso de semillas transgénicas (Morales S. y Ramírez D., 2015) y otros productos asociados a su producción, como el glifosato.

Esto ha sido posible gracias al debilitamiento de las funciones fundamentales del Estado, que debería estar comprometido con las ciudadanas y los ciudadanos del país, no con los intereses de transnacionales y particulares poderosos, fenómeno asociado al neoliberalismo y al proceso de globalización de la economía, que han provocado que el Estado pierda la capacidad para conseguir que las cosas se hagan y para decidir qué cosas deberían hacerse (Bauman y Bordoni, 2016). De acuerdo con estos últimos autores, las decisiones son tomadas ahora por poderes fácticos que, por su naturaleza supranacional, no están obligados a respetar leyes locales, control que les permite dominar a la sociedad e impedir cualquier tipo de resistencia, para imponer, a través de legisladores o legisladoras ligados a sus intereses, la promoción de leyes que favorecen la apropiación de los recursos. El presupuesto para la conservación de la naturaleza en México no debe disminuir y debe acompañarse del estímulo a la participación ciudadana bien informada y la de los pueblos originarios en sus propias lenguas, así como del mantenimiento digno de los ecosistemas y el fomento a la organización, para hacernos partícipes de las decisiones que se toman en relación con los territorios y los recursos que se encuentran en ellos, pues este país es de todas y todos. EP

 

Literatura consultada

Ethnologe, 2017, Languages of the world, Mexico, consultado el 4 de marzo de 2019, disponible en ethnologue.com/map

L. Gorenflo, S. Romaine, R. A. Mittermeier y K. Walker, 2012, “Co-occurrence of linguistic and biological diversity in biodiversity hotspots and high biodiversity wilderness areas” en Proceedings of the National Academy of Sciences, 109 (21), pp. 8032-8037.

L. Maffi, 2005, “Linguistic, cultural and biological diversity”, en Annual Review of Anthropology 34, pp. 599-617.

R. Mittermeier y C. Goettsch Mittermeier, 1992, “La importancia de la diversidad biológica de México”, en: José Sarukhán y Rodolfo Dirzo (comp.), México ante los retos de la biodiversidad, Conabio, México, pp. 63-73.

P. Muñetón Pérez, 2009, “Plantas medicinales, un complemento vital para la salud de los mexicanos, entrevista con el maestro Erick Estrada Lugo”, Revista Digital Universitaria 10, consultada el 4 de marzo de 2019, disponible en revista.unam.mx/vol.10/num9/art58/int58.htm/

T. Morales Santos y F. J. Ramírez Díaz, 2015, Bioseguridad, recursos fitogenéticos y su acceso en lo que va del siglo, Universidad Autónoma de Chapingo, México.

ONU, 1992, Convenio sobre la Diversidad Biológica, Programa de las Naciones Unidas para el Medio Ambiente, Nueva York.

ONU, 2011. Protocolo de Nagoya sobre Acceso a los Recursos Genéticos y Participación Justa y Equitativa en los beneficios que se deriven de su utilización al Convenio sobre la Diversidad Biológica, Programa de las Naciones Unidas para el Medio Ambiente, Nueva York.

D. A. Posey, 1999, “Introduction: culture and nature”, en The inextricable link. Intermediate Technology Publications, Programa de las Naciones Unidas para el Medio Ambiente, Londres.

M. Valencia Mulkay, 2017, “Breve historia del decrecimiento y la tarea del arte”, Unidiversidad. Revista de Pensamiento y Cultura de la BUAP 28, pp. 6-15.

M. Zunino y A. Zullini, 2003, Biogeografía: La dimensión espacial de la evolución, FCE. México.

1 inali.gob.mx/comunicados/451-las-364-variantes-de-las-lenguas-indigenas-nacionales-con-algun-riesgo-de-desaparecer-inali.html

2 En términos ecológicos, la capacidad de carga es la cantidad máxima de organismos que un determinado ambiente puede soportar sin sufrir cambios irreversibles, es decir, sin sobrepasar su resiliencia.

 

 

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Carlos H. Ávila Bello es ingeniero agrónomo por la Universidad Autónoma Metropolitana Xochimilco, con maestría en Botánica y doctorado en Agroecología por el Colegio de Postgraduados. Es profesor-investigador de la Universidad Veracruzana con experiencia en investigación y trabajo con pueblos originarios para buscar alternativas y soluciones al uso sustentable de la naturaleza asociada a la producción agropecuaria y forestal.

 

 

 

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