youtube pinterest twitter facebook

SINAPSIS    

Meteorito 

Daniela Tarazona | 23.04.2019
SINAPSIS    

Miraba el cielo tumbada sobre el pasto. La temperatura había descendido con la llegada de la noche, como era natural. Creo haber atestiguado el paso de una estrella fugaz. Descubría, entonces, lo que el cielo oscuro ofrecía a los ojos.

Observé, tiempo después, el cuerpo recio de un meteorito en la sala de un museo. Saber que una piedra proviene del espacio exterior siempre me ha conducido al asombro. El viaje de ella, su trayecto, su entrada a la atmósfera y su descubrimiento son asuntos de altísimo poder. De los meteoritos me interesa su identidad oculta y la intromisión con la que llegan al planeta. Lo que no puede prevenirse ocurre: son persistentes y, sin embargo, guardan en su constitución pétrea la deformidad. Como cualquier piedra, ellos son una suma sólida; la constancia de la materia y la perdurable existencia sin definir.

¿Qué significado alcanza una roca interestelar cuando entra a la atmósfera terrestre? En principio, se trata de la interrupción de cierto orden, de lo externo que se inmiscuye sin detenerse, hasta que choca contra la superficie del suelo o sobre el espejo del mar. Entonces la piedra es de este nuevo mundo, aunque se trate de una herencia extraterrestre. La piedra ya nos pertenece.

La vida suma experiencias que podrían considerarse meteóricas. La más elevada de todas es el amor. Esa importación de otra galaxia que viene a manifestarse en la nuestra para fijarse en los ojos como una cicatriz interestelar. El sentimiento se convierte en una piedra que nos habita el cuerpo. Se solidifica y nos enriquece el ánimo. Quizá por eso en el proceso amatorio casi todos los paisajes se distorsionan: la inclusión del otro en nuestra vida nos hace mirar el cielo de nuevo y pensar que la fugacidad es un capricho de la materia. El amor meteórico se fija en nuestro horizonte como una montaña bellísima que no se irá jamás.

Hay quienes dicen que ahora el amor no ocurre con tanta frecuencia. La irrupción de otro en la propia vida no se permite de la misma manera en que antes sucedía. No lo sé de cierto, porque también atestiguo la llegada de meteoritos a la plácida existencia de varias personas que conozco. Disparados por quién sabe qué fuerza, los amantes se encuentran juntos como si hubieran sido parte de un cuerpo íntegro en otra vida o en otra dimensión.

Como las galaxias y sus componentes, el universo suele mostrarnos su familiaridad con rostros que podemos reconocer. Las metáforas planetarias tienen lugar, las galaxias cuentan con formas a las que se les han atribuido identidades. La naturaleza es percibida por sus atributos y el cielo, como la tierra, es un reino que encarna nuestras pasiones.

Entre las órbitas de la Tierra y Marte existe un grupo de asteroides denominados Amor. El primero de ellos en ser descubierto fue Eros (1898), desde un observatorio de Berlín por Carl Gustav Witt. El pasado Día de San Valentín, Christie’s subastó un meteorito con forma de corazón. He buscado en internet quién consiguió comprarlo, pero no he tenido suerte. En el trayecto, encuentro que, en 2018, se subastó un pedazo de la Luna formado por seis piezas.

Los meteoritos ocupan un nuevo espacio y yacen sobre el suelo tras haber recorrido años luz. No se sabe de dónde provienen, pero con esa seriedad de lo inerte suelen venir a decirnos que en el universo importa poco el futuro porque el pasado que vemos al mirar las estrellas no es distinto a nuestra propia extinción.

Leí que el presente de las estrellas que observamos puede corresponder a los tiempos del Imperio romano; si esto es así, ni el pasado ni el presente existen de ningún modo. El cosmos enseña los dientes con ferocidad, como un animal que no muere y que nunca nació.

Si llevamos la vista al cielo, seremos testigos de los fenómenos celestes. Toda elevación tiene sentido —la de la vista o la del corazón—, más aún cuando se trata de la materia sumamente antigua que se desplaza por el espacio con la persistencia de la eternidad y la violencia que quebranta las llanas concepciones acerca del tiempo. Mientras tanto, los asteroides Amor continúan su baile suspendidos en el espacio, a la manera de las criaturas más misteriosas. EP 

 

 

 

________

Daniela Tarazona es autora de las novelas El animal sobre la piedra (Almadía, 2008; Entropía, 2011) y El beso de la liebre (Alfaguara, 2012). 

 

 

Más de este autor