Falaciario Puñalada en la tierra: evitando la lluvia con falacias
“Qué bonito es ver llover, pero no mojarse.” Quizá para muchos este refrán hace referencia a la diferencia abismal que existe entre presenciar una situación a la distancia y ser víctima de ella. Aunque probablemente este refrán hace referencia a todo tipo de situaciones similares, para mí no hay mayor veracidad que la interpretación literal de la frase. Es hermoso ver o escuchar la lluvia desde un lugar resguardado, pero otra cosa es vivir un chapuzón en medio de la calle. Sobre todo para las personas que, como yo, tienen un verdadero resquemor a mojarse en la lluvia. Traigo a colación este refrán para hablar de la falacia detrás de la superstición que aconseja clavar un cuchillo en la tierra para evitar que llueva. Para los que no conozcan este ritual, algunos aconsejan que se clave el cuchillo en medio de un patio, otros aconsejan que el mango del mismo forme una línea recta con miras al cumulonimbus más cercano.
Antes de continuar con este análisis quiero hacer una confesión: yo soy fiel seguidora de esta superstición. A pesar de que en “mi casa se respetan las leyes de la termodinámica”, aunque sé que no hay vínculo entre mi acción y la condición atmosférica, incluso sabiendo que detrás de mi razonamiento hay una falacia, cuando veo venir un nubarrón yo saco mi cuchillo como si fuera el método científico. Y no soy la única, existen varios métodos recomendados para evitar que llueva, pero las supersticiones, como los gustos, se parten en géneros. Pienso en Keith Richards y su palo mágico (sin albur) que “supuestamente” detiene la lluvia en un concierto.
Después de este mea culpa quiero explicar la falacia detrás de esta superstición y de muchas otras: la falacia de la falsa causa. La falacia de la falsa causa es un razonamiento incorrecto que considera que dos eventos guardan una relación de causalidad entre sí sólo por la relación que percibimos entre ellos. Esta falacia tiene dos acepciones que se identifican por sus nombres en latín: post hoc ergo propter hoc (después de esto, eso, entonces a consecuencia de esto, eso) y cum hoc ergo propter hoc (con esto, por tanto, a causa de esto). La primera acepción identifica una relación de temporalidad entre dos eventos, cuando un evento antecede a otro y concluye que el primero causó el segundo. Por ejemplo: si uno voltea una imagen de San Antonio y luego consigue una pareja y se cree que el voltear al santo ocasionó el amorío.
La segunda acepción identifica una relación de simultaneidad en la que dos eventos se presentan al mismo tiempo y se concluye que uno es la causa del otro. Este tipo de falacia se explica con la frase: “correlación no implica causalidad”. Por ejemplo: si uno considera que tomar vinagre en ayunas por las mañanas reduce el riesgo de padecer una enfermedad cardiovascular y no considera que hay muchos otros factores que probablemente inciden en mayor medida en la disminución del riesgo: como hacer ejercicio o comer en forma moderada.
En el caso de la superstición de clavar un cuchillo en la tierra para evitar que llueva, la falacia de la falsa causa se puede dar en las dos acepciones: en la acepción de post hoc ergo propter hoc, si vemos o tememos que caiga un diluvio, clavamos nuestro cuchillo y sale el sol e identificamos el hecho de apuñalar el pedazo de tierra como la causa de que no lloviera. O en la acepción de cum hoc ergo propter hoc, en caso de que empezara a llover, yo clavo mi cuchillo, deja de llover y pienso que mi acción tuvo relación con ello. Esto es una falacia puesto que los numerosos contraejemplos a nuestro rito, es decir, los miles de veces en los que clavamos un cuchillo y aun así terminamos empapados son ignorados por los supersticiosos. También es una falacia puesto que no tenemos conocimiento alguno que realmente vincule nuestra acción trapera con la condición atmosférica.
Reconozco, lo contradictorio que puede parecer el escribir este texto sabiendo que seguiré clavando cuchillos en un intento por desafiar los pronósticos del Weather Channel. Sin embargo, tal y como le mencioné a Moises, mi compañero de trabajo, quien me hizo darme cuenta de mi falla lógica: qué sería de la vida sin sus pequeños ritos y supersticiones.