IDENTIDADES SUBTERRÁNEAS: Réquiem por el disco compacto
Una de las cosas que más me sorprendieron en septiembre de 2014 cuando realicé una gira neoyorquina con mi banda, fue que solo vendimos un par de discos. Ello no se debió, sin embargo, a que tuviéramos conciertos con poca gente o escaso interés del público; por el contrario, algunas de esas presentaciones se hallan entre las mejores que hemos tenido respecto al ambiente festivo. Nuestros discos estaban bien exhibidos y además anunciábamos su venta durante los conciertos. Pero al final de cada presentación, nos preguntaban por playeras estampadas con el logotipo del grupo. En años anteriores y en sitios como Londres, Barcelona o el Festival de Glastonbury, la demanda por los discos había sido alta y, en cambio, la venta de playeras casi nula.
Esto se debe a la gran transformación que ha sufrido la industria de la música grabada —a la cual hoy en día resulta un tanto difícil llamar “industria discográfica”. A treinta años de haber sido lanzado al mercado, se puede decir con bastante seguridad que el disco compacto tiene sus días contados. Pero, contrario a lo que se podría pensar, no ha sido ni la piratería ni el revival de los discos de acetato lo que ha machacado al CD: la piratería no ha triunfado, ya que sus mayores ventas se realizan en discos compactos, por lo que también ha sufrido con la debacle de estos. Por otro lado, el regreso de los acetatos se debe sobre todo a un culto al objeto. Sin embargo, hoy en día casi toda la música que se escucha en los acetatos, salvo pocas excepciones, proviene de un archivo digital y no de una grabación análoga. Los defensores del acetato, a inicios de la década de 1990 basaban sus argumentos en la calidad superior del sonido análogo. Cabe señalar que dicha diferencia no es perceptible para el oído humano, como sí lo era el famoso hiss de la aguja rozando el acetato. El formato digital del disco compacto acabó con el hiss, y en ello radicó buena parte de su éxito.
Hay otra diferencia entre dos tipos de archivos de audio que resulta inaudible para el humano: aquella entre los mp3 de alta densidad y los archivos PCM, o el audio convencional en CD. Estos últimos ocupan aproximadamente 11.5 megabytes de memoria por minuto. El mp3 de la época de Napster (hacia 1998), ocupaba 0.7 megas por minuto, y su más baja calidad sí era perceptible incluso en un equipo de sonido casero. Pero conforme subió la densidad de los mp3, se llegó al que ahora es convencional, de 320 kbps, o 2.4 megabytes por minuto, cuya diferencia con el audio de CD no detecta el oído humano, incluso en un sistema de sonido adecuado para una congregación masiva. Al principio, ello parecía una ventaja para los CD, debido a que el mp3 es un formato digital y se puede grabar en un disco compacto —de hecho, la piratería gozó enormemente de ello. Es aquí donde cabe mencionar el rol de modos de reproducción, derivados de la nanotecnología y la fibra óptica: en el primer campo está la memoria flash de enorme capacidad, en un espacio microscópico, como los discos duros de estado sólido o las memorias flash vía usb (una de 16 GB, por ejemplo, equivale a cerca de veintidós discos). Las memorias físicas instaladas en reproductores de audio como el iPod, aunadas con la alta calidad de audio del mp3 de 320 kbps, fueron la causa de que el discman se convirtiera en un aparato obsoleto, y que desde 2012 las ventas de música en formato digital hayan desbancado en varios países a las ventas físicas.
En el segundo campo, la fibra óptica, está la alta velocidad de internet y lo que es conocido como “la nube”, o la información almacenada en la red. Los reproductores portátiles en los últimos años, a partir del lanzamiento del iPod touch, tienen menos memoria en sus discos que las generaciones anteriores. Una razón de ello es que el costo de un disco magnético —el del iPod original— es mucho menor al de uno de estado sólido —el del touch. Pero lo esencial en el nuevo iPod es la conexión a internet y la posibilidad de poder instalarle programas, o apps, que reproduzcan música desde la nube, como Deezer, Spotify o Rdio, entre otros. Incluso el sitio web Amazon, responsable de llevar a la quiebra a las tiendas convencionales de discos como Tower Records y Virgin, proporciona a todos sus compradores de CD físicos una versión digital del mismo, descargable al instante, misma que puede ser escuchada en su app Amazon Cloud. Buena parte de estos programas funcionan en tablets, celulares y computadoras personales, los cuales se pueden conectar a un equipo de sonido, incluso de manera inalámbrica.
Así, cuando se puede tener acceso a una biblioteca de sesenta millones de canciones en la palma de la mano con un efectivo motor de búsqueda, no solo resulta oneroso buscar un CD y meterlo a un reproductor, sino también entrar al sitio de iTunes o Amazon, comprar unas canciones y descargarlas. Ir por un disco a una tienda o un concierto resulta casi inconcebible para las generaciones más jóvenes. Como ha escrito George Yúdice en Nuevas tecnologías, música y experiencia (Gedisa Editorial, 2007), probablemente en estos tiempos la humanidad escucha muchísima más música que en cualquier otra época, solo que lo hace a través de la red. En ese contexto, quizá cuando quería vender los discos de mi banda en los conciertos neoyorquinos, algunos de los más jóvenes veían mi acción casi equivalente a tomar una botella de plástico vacía, llenarla con agua en un bebedero público, e intentarla vender.
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Escritor, sociólogo y DJ, BRUNO BARTRA ejerce desde 2000 el periodismo en medios como Reforma y Replicante. Actualmente cursa un doctorado en etnomusicología. Es miembro fundador del grupo musical La Internacional Sonora Balkanera.