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La impunidad de las clases privilegiadas: el caso de Brock Turner

Patrick Corcoran | 21.06.2016
La impunidad de las clases privilegiadas: el caso de Brock Turner

El escándalo de los Porkys veracruzanos tiene un inquietante y extraño eco en el caso actual de Brock Turner en California. Hace un año y medio, Turner fue un nadador con aspiraciones olímpicas, mientras estudiaba en Stanford, una de las universidades más prestigiosas del país. Los Porkys, por su parte, fueron los “hijos del poder” que habitaban en una de las colonias más nice de su ciudad. Así pues, antes de los crímenes que los harían famosos, cada quien representaba el privilegio en su país respectivo.

 El caso de Turner cobró fama nacional hace tres semanas, pero tiene sus antecedentes en el 2015, durante su primer año en Stanford. Después de una típica fiesta universitaria con demasiado alcohol, Turner llevó a una muchacha inconsciente a un pedazo de suelo detrás de un contenedor público de basura. Allí le quitó la ropa y la violó.

El crimen fue detenido cuando dos alumnos que andaban en bicicleta vieron esa escena rara, se acercaron para averiguar qué pasaba, y Turner salió corriendo. Uno de los ciclistas lo persiguió y lo detuvo, y momentos después, le hablaron a la policía. Durante todo este tiempo, la víctima no se despertó. Según una declaración de la mujer, (que recorrió más o menos cada biografía de Facebook cuando fue publicado por el portal Buzzfeed), desde la fiesta hasta despertarse en el hospital, ella no recordaba nada.

El caso de Turner se volvió un tema de interés nacional hace tres semanas, cuando el juez le sentenció a sólo seis meses de cárcel, mucho menos de los seis años que pedían los fiscales. El juez justificó la decisión con el “impacto severo” que podría provocar para Turner un encarcelamiento más largo, evidentemente, sin preocuparse mucho por el impacto severo que una violación puede ocasionar en la víctima. La sensación irracional fue amplificada por el padre de Turner. En una carta al juez, el señor minimizó el crimen como nada más que “20 minutos de acción,” utilizando una frase más apta para un adolescente presumiendo sus conquistas a sus amigos. Uno no tiene que ser psicólogo para vincular un papá que disculpa uno de los crímenes más graves con un hijo que no duda en cometerlo.

No sé si refleja una mayor atrocidad que lo que se les acusa a los Porkys (y cabe mencionar que, a diferencia de Turner, ellos no han sido condenados de nada), pero basta decir que cada caso es horrible e indignante. Más allá del coraje que despierta cualquier ataque de este tipo, estos dos casos también enfurecen por la actitud de los agresores (o presuntos agresores en caso de los Porkys).

En los dos, los atacantes crecieron en un ambiente privilegiado, por la cual evidentemente se convencieron que no les corresponden tanto las leyes de la sociedad como las exigencias de la decencia moral. Tanto Turner como los Porkys intentaron huir en lugar de dar la cara por sus agresiones -- el Porky Diego Cruz Alonso llegó hasta España –-. En ambos casos, los papás buscaron protegerlos, que evidentemente es lo que le toca a un papá, aunque la protección habilite y justifique las agresiones. Si los agresores no hubieran crecido pensando que sus papás pueden borrar cualquiera de sus pecados, me pregunto si estos muchachos serían capaces de tanta maldad.

Este sentido de superioridad en base de las condiciones de nacimiento, que es el residuo de tiempos feudales, no debe existir hoy.

La reacción del público, contundentemente negativa, sugiere un cambio de normas: que la gente en México y Estados Unidos está cada vez menos dispuesta a otorgar a un grupo de “elegidos” el derecho de abusar de los demás con impunidad. Los dos incidentes son casos célebres ahora, y los presuntos violadores tienen el repudio que merecen. Es loable. Sin embargo, hace falta que los que han disfrutado de un privilegio injustificado durante demasiado tiempo se adapten.

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