#Norteando: Epidemia de demagogos
"Este año merece un lugar en la historia como el gran aviso sobre el peligro que representan los demagogos".
Existe un arquetipo de político que la historia nos ha presentado una y otra vez, un hombre (casi siempre es hombre) con cierta combinación de los siguientes atributos: bombástico, ruidoso, quejoso, populista, anti-intelectual, conspiratorio, mesiánico, quizá un poco cómico y, en última instancia, bastante peligroso.
Pero en cualquier parte del mundo, en épocas muy distintas, siempre ha habido una gran parte de la población que se enamora de estas figuras. Los ejemplos sobran: Alcibíades y Cleón en tiempos antiguos; Hitler, Perón, y el Senador Joe McCarthy el siglo pasado; el primer ministro italiano Silvio Berlusconi y el gobernador de Tokio Shintaro Ishihara en la última década. La gran mayoría de estos individuos aprovechan de la desilusión popular frente al liderazgo de las élites, aunque ellos mismos también sean élites. No sé precisamente qué hay en la psicología de algunas personas para que les atraigan estos demagogos. En lo personal, se me hace repelente un hombre que utiliza el prestigio de un puesto público para darle voz a teorías de conspiración, y me inspira desdén alguien que se pinta a sí mismo como el único capaz de resolver los problemas del día.
El año actual merece un lugar en la historia como el gran aviso sobre el peligro que representan estos tipos. Hasta el momento, el de más consecuencia ha sido Boris Johnson, el alcalde de Londres que encabezó el movimiento de sacar al Reino Unido de la Unión Europea. En unas seis semanas veremos si Donald Trump jala el camino de su país y el mundo hacia terreno desconocido.
Pero el ejemplo más avanzado del virus de la demagogia se encuentra en las Filipinas, en la persona de su flamante presidente, Rodrigo Duterte. Durante sus décadas de presidente municipal de la tercera ciudad más grande del país, Duterte se ganó una reputación como un duro contra el crimen. Durante la campaña presidencial, generó noticias internacionales cuando bromeó en términos vulgares sobre la violación y homicidio de una misionaria australiana en su ciudad unos 27 años antes. Ya siendo presidente, generó un incidente internacional hace unas semanas cuando calificó a Barack Obama como “un hijo de puta”; su primer encuentro con el presidente estadounidense fue súbitamente cancelado después.
Y el colmo vino esta semana, cuando compareció un ex-gatillero ante el Senado filipino que formó parte de un escuadrón de la muerte fundado por Duterte en 1988, cuando servía de alcalde de Davao. Edgar Matobato dice que él solo ayudó a matar a 50 presuntos delincuentes, pero que el aparato de muerte que armó Duterte fue responsable por más 1,000 homicidios extrajudiciales. Más allá de la gravedad de las acusaciones -de ser reales- estos no serían crímenes de un pasado distante e irrelevante; Duterte ha lanzado una guerra contra el narco en base a su experiencia a nivel municipal.
Así pues, cuando se le entrega los poderes del Estado a este tipo de personalidad, resulta muy delgada la línea entre las idioteces verbales y los desaciertos de más consecuencia.
Hay tres lecciones que sobresalen este año de demagogia: 1) En un cualquier político, pero sobre todo los aspirantes a puestos ejecutivos, es una gran virtud ser serio, hasta aburrido; 2) Un estado fuerte e independiente --desde el servicio civil y el Poder Judicial hasta el banco central y las fuerzas armadas-- es un buen contrapeso contra los peligros de un Duterte; y 3) Es importante que los líderes satisfagan las necesidades de toda la gente, y que no dejen grandes partes de la población marginalizada. Y más aún, que la clase política se perciba como concentrada en las necesidades de la gente.
Esto último suena tan obvio que es casi ingenuo, pero es aquí dónde ha fallado el liderazgo del Reino Unido, que ignoró que a muchos votantes no les importaba el papel de Londres como una capital mundial de finanzas. Igualmente los líderes del partido Republicano, que desconocían que una gran parte de su base electoral no tenía mucha pasión por ideales conservadores, sino reclamaba un gobierno que les hace la vida más fácil.