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Obra plástica de Jorge Carral

Redacción Este País | 01.07.2015
Obra plástica de Jorge Carral

Jorge Carral nació en la Ciudad de México. Estudió pintura en San Miguel de Allende y en el Art Center College of Design, en California, y durante algunos años trabajó en empresas siempre orientadas al diseño y las artes gráficas, pero fue hasta el 2000 que decidió dedicarse por entero a su verdadera vocación: la pintura. Ha incursionado en diversas técnicas, incluyendo el grabado, el acrílico y el óleo, cuyos secretos ha llegado a dominar. Después llegó al hiperrealismo, que surgió en Estados Unidos a finales de los años sesenta como respuesta al abstraccionismo y el arte pop que imperaban en esa época. Siguiendo la tradición de paisajistas tan renombrados como José María Velasco, Carral se inunda de la belleza de la naturaleza para plasmarla en sus lienzos.

Cuenta el autor que, en un día de campo, disfrutaba de un paisaje radiante. Tal como acostumbraba, sacó papel y un estuche de acuarelas y dio una orden a la mano: captura esa luz. Pero esta se movía de la pequeña roca que hasta hace unos segundos estaba iluminando; entonces el artista se dio cuenta de que estaba presenciando una obra de teatro que aquel paraje había preparado únicamente para sus ojos. Decidió dejar de lado las acuarelas y observar, realmente detenerse en cada detalle: las texturas, los brillos y las sombras; además, percibir la dirección en la que el viento movía las hojas, escuchar los sonidos de su entorno.

A partir de entonces, ha mantenido un estrecho vínculo con la naturaleza, basado en la contemplación. Aprendió a experimentar los paisajes con todos sus sentidos para después plasmarlos en el lienzo. Cuando estamos ante sus manglares, podemos sentir la frescura del agua que corre por el cauce del río, podemos tocar la gruesa y lisa superficie de las hojas de los platanares.

El procedimiento llama la atención: el propósito del artista es retratar con la mayor fidelidad posible el paisaje; debido a las dificultades que representaría —por ejemplo— cargar con el lienzo y los óleos en la lancha desde la que el artista observa el manglar, prefiere tomar una fotografía que capture la luz del momento. La singularidad estriba en que, una vez instalado en su estudio, se enfrenta al desafío de recrear cada haz de luz, cada textura, cada pequeña brisa que llegó a su piel en ese sitio y que reproduce gracias a la imagen que tomó con la cámara. El pintor rescata la vida que había quedado atrapada en ella.

El propio Carral ha narrado esto en entrevistas. También ha contado que al entrar a los platanares de Malinalco que aparecen en varias de las imágenes que ilustran este número, sintió que entraba a un templo, donde los árboles eran los pilares y las enormes hojas sobre su cabeza asemejaban vitrales por los que se filtraba la luz. La conciencia que tiene el artista de la magnificencia de la naturaleza, y de la importancia de su preservación, quedan patentes en el cuidado al detalle que pone en cada una de sus obras.

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