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Ocios y letras: De la piedra al pixel. Novedad editorial sobre el pasado, el presente y el futuro del libro

Miguel Ángel Castro | 01.10.2016
Ocios y letras: De la piedra al pixel. Novedad editorial sobre el pasado, el presente y el futuro del libro

En octubre de 2012 se llevó a cabo el congreso internacional “Las edades del libro”, en el Instituto de Investigaciones Bibliográficas (IIB), en el Auditorio José María Vigil de la Biblioteca Nacional; las promotoras y organizadoras de las actividades del congreso, Marina Garone Gravier, Isabel Galina Russell y Laurette Godinas, investigadoras de esa dependencia universitaria, asumieron posteriormente el papel de editoras para publicar versiones extendidas de buena parte de los trabajos que fueron aprobados por un comité de especialistas. El resultado de esa labor es De la piedra al pixel. Reflexiones en torno a las edades del libro, obra de casi mil páginas (982 para ser exactos, impresas en offset en papel Book Creamy de 60 gramos, lo que lo hace un volumen muy manejable a pesar de su grosor; el libro fue editado por la Dirección General de Publicaciones y Fomento Editorial de la unam y el iib, bajo el cuidado editorial de Patricia Zama y la coordinación editorial de Elsa Botello López), que en un tiraje de mil ejemplares sale de la imprenta este año.

La obra reúne treinta estudios divididos en tres apartados, según una de las “edades” en que se inscriben: libro manuscrito, libro impreso y libro electrónico. Estos apartados facilitan al lector adentrarse de manera sistemática a algunos aspectos de la evolución del libro, en cuanto a su producción y consumo, sus medios de circulación, la recepción, la lectura y la materialidad que, a su vez, considera el análisis de diversos elementos como la tipografía, la ornamentación, las imágenes y sus múltiples relaciones, entre otras cosas.

En la introducción general, las editoras consideran que la historia del libro se ha abordado desde dos enfoques predominantes, el ideológico y el comercial, y en menor medida o menos explorado, el material o bibliológico. Mencionan los temas o las líneas de estudio que, a su juicio, corresponden a cada uno de esos enfoques. Al primero, al ideológico, por ejemplo, le conceden el análisis de las ediciones, el del libro como reflejo de las mentalidades, el interés por las traducciones, adaptaciones e imitaciones; por las bibliotecas, las librerías, la recepción y los hábitos de lectura. Al segundo, el comercial, “ensayado para la cultura escrita, libresca”, le atribuyen los estudios sobre la circulación de los libros, desde una “perspectiva económica y cuantitativa... estudios sobre flujo de materiales entre diversas áreas geográficas”. El material o bibliológico, tercera mirada, atiende la caligrafía, la iluminación, la tipografía, el grabado, la ornamentación, el grabado y el diseño de los impresos. Las editoras advierten que este enfoque, además de compartir fuentes y métodos de los enfoques anteriores, propone nuevos temas, “toda vez que procura ver al libro como instrumento singular y propio de la cultura, y lo incorpora y vincula con otras cuestiones y manifestaciones artísticas, así como con otras disciplinas, en particular la historia, la tecnología y los usos de la lengua”.

En la primera parte de De la piedra al pixel, encontramos siete ensayos que abordan diversos aspectos de los manuscritos en diferentes latitudes, soportes y épocas. Sánchez-Prieto Borja discurre sobre las complejidades de la edición crítica de la General Estoria, de Alfonso X, la cual, una vez culminada, permite que la obra pueda “valorarse en sus aspectos propiamente lingüísticos (sintácticos y léxicos), estilísticos, literarios y culturales”. Érik Velásquez presenta una retrospectiva acerca de los mayas precolombinos y los soportes “escriptorios” que sustentaron su lengua, así como la importancia que para este grupo tenía escribir en piedra; Margarita Cossich reflexiona en torno al sistema de escritura jeroglífica que utilizaron los nahuas de Centroamérica hasta el siglo xvii y su relación con la escritura mesoamericana utilizada un siglo antes; Laurette Godinas estudia las producciones de Juan José de Eguiara y Eguren, Juan Antonio Segura y Troncoso, y Cayetano Cabrera y Quintero como fuentes imprescindibles para la comprensión de la cultura escrita novohispana; Jesús de Prado ofrece un estudio sobre la conformación de un comercio libresco especializado que surgió para cubrir las necesidades de la comunidad erudita formada en las universidades de España, a través del análisis de la producción de manuscritos de helenística y hebraística en la obra de Alfonso de Zamora; el ensayo de Elena De Laurentiis y Ángel Fernández Collado permite observar el paso del libro manuscrito al impreso durante los siglos xv y xvi, y la conversión del primero en un artículo de lujo, tomando como ejemplo los 41 códices litúrgicos que recuperó el cardenal Francisco Antonio de Lorenzana de la Sacristía de la Capilla Sixtina, los cuales se seguían elaborando en la corte pontificia gracias al mecenazgo.

La segunda parte del libro presenta reflexiones sobre aspectos de lectura y usos de la imagen, la tipografía novohispana y las imprentas en el siglo xix, y está conformada por los trabajos de Adrian Johns, Vanessa Pintado, Clara Bargellini en conjunto con Sandra Zetina, Eumelia Hernández, José Luis Ruvalcaba y Malinalli Wong, Beatriz Berndt León Mariscal, Marina Garone, Dalia Valdez, Manuel Suárez, Kenya Bello, María José Esparza, Lilia Vieyra, Áurea Maya, Ana Utsch, Adriana Bastidas con Hugo Alonso Plazas y Jorge Alberto Vega, Yazmín Liliana Cortés Bandala y Luis R. Hernández Pérez. Johns invita al análisis de la historia de la lectura científica, ya que considera que todavía es un campo desconocido. Clara Bargellini, Sandra Zetina, Eumelia Hernández, José Luis Ruvalcaba y Malinalli Wong estudian con lupa un álbum de grabados antiguos (123 estampas, fechadas entre la segunda mitad del siglo xvi y 1700, la mayoría impresas en Roma) del Fondo Reservado de la Biblioteca Nacional de México. Vanessa Pintado examina los grabados de Fadrique de Basilea que ilustran la edición de La Celestina de Burgos, de 1499. María José Esparza se ocupa de Andrés Boix y Simón Blanquel, dos impresores-editores que marcaron el final de la función pedagógica del binomio texto-imagen, característico de las litografías, para dar paso a la utilización de la imagen con un fin mercantil. Ana Utsch establece las relaciones entre la encuadernación, la arquitectura y la literatura en una edición de Notre-Dame de Paris, de Víctor Hugo. Marina Garone hace un estudio histórico del ornamento tipográfico que se empleaba en los impresos coloniales publicados en la capital y en Puebla; la amplia muestra que utiliza procede de la Biblioteca Nacional de México. Por ese camino de la tipografía, Dalia Valdez analiza el uso que le dio Antonio Alzate en algunos textos críticos y plantea el concepto de “oralización del impreso”. Manuel Suárez insiste en la importancia de considerar los aspectos materiales de los libros en los estudios de catálogos de librerías y lo ejemplifica con el inventario de la librería de Cristóbal de Zúñiga y Ontiveros (1758). Tres investigadores colombianos, Bastidas, Plazas y Vega, nos informan sobre el establecimiento de la primera imprenta en San Juan de Pasto, Colombia, en 1831. Kenya Bello examina algunos libros que se usaron en la Ciudad de México para enseñar las primeras letras; Lilia Vieyra estudia los textos que con el título de “San Lunes de Fidel”, Guillermo Prieto publicó en el periódico La Colonia Española en 1879; Áurea Maya hace un recorrido muy completo por el mercado editorial de las partituras en el siglo xix y resalta su relación con los talleres litográficos; Yazmín Cortés analiza el proyecto de lectura y edición de los “Clásicos verdes”, de José Vasconcelos, y Luis R. Hernández detalla los méritos de la edición que hizo el destacado artista formador de libros Francisco Díaz de León de la obra Ilustre familia. Poema de los siete tratados, de Salomón de la Selva, en 1954.

La tercera sección compila ocho ensayos sobre el libro electrónico y las dudas o discrepancias a las que ha dado pie, de tal suerte que abre con tino el trabajo de José Luis Gonzalo Sánchez-Molero, en el que hace alusión a las reacciones que tuvieron lugar en la antigüedad ante el paso de la cultura oral a la escrita para entrar al actual debate y los temores que despierta otra transición, la del papel al soporte o formato electrónico o digital, a la que ha llamado “síndrome de Trithemius” porque el monje alemán Johannes Trithemius, ante la llegada de la imprenta, escribió una defensa del manuscrito, De laude scriptorum manualium, en 1494. Importa señalar que los argumentos de Trithemius estaban muy bien fundados y que Sánchez-Molero los extiende gozosamente para conocer la que es su defensa de la cultura escrita. Isabel Galina abunda en las implicaciones y en el impacto cultural, legal y económico que han tenido las publicaciones digitales, observa la falta de consistencia en los términos que se emplean para referirse a ellas: libro electrónico, ebook, e-book, libro electrónico aumentado (enhanced e-book), epub, pdfs, más blogs, wikis, apps, páginas o sitios electrónicos, entre otros. Lo mismo hacen en sus trabajos Alejandro Bia Platas, Ana Elisa Ribeiro y Alí Albarrán. Camilo Ayala Ochoa reflexiona sobre el lector actual que se enfrenta a un nuevo universo de lo escrito, el hipertexto o cibertexto ha llegado para modificar nuestros hábitos lectores; afirma que “la lectoautoría es inducida por el uso de hipermedia, multimedia e interactividad. La sociedad actual escribe y lee en e-books, emails, chats, blogs, tuits, wikis, redes sociales y mensajes sms. Eso provoca nuevos tipos de creación”. No hay forma de negarlo. Las consecuencias impactan ya a los procesos de propiedad intelectual, de depósito legal en las bibliotecas, de conservación y preservación, de distribución y regulación comercial, entre otras cosas. En un momento dado cabe incluso preguntarse si los autores necesitan a los editores. Pablo Mora contempla la posibilidad de sobrevivir en los ámbitos de la era electrónica por medio de una bibliografía moderna, acorde al siglo xxi, y plantea la formación de una biblioteca digital en México con los que llama “raros y curiosos”; se trata de poner en juego disciplinas como la literatura, la historia y la bibliografía en plataformas digitales y atender la difusión del patrimonio bibliográfico. Élika Ortega Guzmán toma las nociones de intermedialidad y convergencia para proponer el fenómeno de la “interhistoria”, aborda la que llama ecología de medios y obtiene interesantes conclusiones sobre el papel que puede desempeñar el lector ante las nuevas formas de narrar, a partir de las experiencias del proyecto de la revista electrónica Orsai (cuya historia de éxito data de 2010).

De la piedra al pixel es una propuesta académica para recorrer páginas de la historia del libro por las rutas abiertas por Roger Chartier ya desde hace varios años. En una entrevista que le hizo Iván Jablonka al historiador francés en 2008 (y que por fortuna puede leerse y verse en http://www.laviedesidees.fr/Le-livre-son-passe-son-avenir.html), a propósito del futuro del libro, nos dice:

 

El primer problema es ¿qué es un libro? Cuestión que planteaba Kant en la segunda parte de su Fundamentación de la metafísica de las costumbres, y definía claramente lo que era un libro. Por un lado, es un objeto producto de un trabajo de manufactura, sea el que sea —copia manuscrita, impreso o eventualmente producto electrónico—, y que pertenece a aquel que lo adquiere. Al mismo tiempo, un libro es una obra, un discurso. Kant afirma que es un discurso dirigido al público, que siempre es propiedad de quien lo ha escrito o compuesto y que no puede ser difundido más que por la facultad que le da a un librero (o impresor) o a un editor para que lo ponga en el aire de la circulación pública.

 

De aquí brotan todas las ramas y las hojas del árbol del libro, tanto de sus antecedentes como de sus derivados, que han dado tiempo y espacio a las letras y otros signos para ocupar nuestras inteligencias y entretener nuestros ocios.  ~

 

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MIGUEL ÁNGEL CASTRO ha sido profesor de literatura en diversas instituciones y es profesor de español en el CEPE. Especialista en cultura escrita del siglo XIX, forma parte del Instituto de Investigaciones Bibliográficas de la UNAM. Investiga y rescata la obra de Ángel de Campo, publicó Pueblo y canto: La ciudad de Ángel de Campo, Micrós y Tick-Tack.

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