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La Santa María onettiana y la huida

Héctor Iván González | 01.07.2015
Un escritor uruguayo sesgado del boom, exiliado en España, olvidado por la mayoría de los lectores y, sin embargo, uno de los más grandes que haya dado Latinoamérica.

La narrativa de Juan Carlos Onetti se caracteriza por tópicos como la desolación, la nostalgia, la violencia y la manifestación de la sexualidad. No hay elemento en su obra que no esté íntimamente relacionado con la vida. Lo vital hace que el mismo Onetti sea un punto de referencia del universo que se materializa en su emblemática Santa María. Por eso, al introducirse en sus páginas uno es persuadido de que la nostalgia está en ese lugar y, por ende, todos somos habitantes natos de ella. Dijo Ezra Pound que el cariz de lo renacentista era, por encima de todo, un estado de ánimo. Así sucede con lo onettiano, uno puede sentir que sus libros influyen un peculiar estado de ánimo, donde no son relevantes la técnica en sí misma ni los retos a la imaginación. En la literatura de Onetti encontramos una forma de percibir el mundo:

No había podido escribir el argumento de cine para Stein; tal vez no podría nunca salvarme con el dibujo de la larga frase que bastaría para devolverme nuevamente a la vida. Pero si yo no luchaba contra esa tristeza repentinamente perfecta, si lograba abandonarme a ella y mantener sin fatiga la consciencia de estar triste; si podía, cada mañana, reconocerla y hacer que saltara hacia mí desde un rincón del cuarto, desde una ropa caída en el suelo, desde la voz quejosa de Gertrudis.1

 

Podemos pensar en el inicio de El pozo, El astillero y Juntacadáveres, y notar el impulso de ese ánimo agostado, hastiado y quizá condescendiente con la realidad.

Además, Onetti muchas veces presenta en sus historias una de las características de la novela policiaca clásica. Los personajes viven confortablemente, llevan un orden y, en un momento inesperado, algo los interrumpe: un accidente, un asesinato o un proyecto que les resolverá asuntos pragmáticos. En ese momento, los personajes (como un detective privado que se dispone a resolver el caso) se preparan a acometer la tarea. Algo les promete que en el futuro recibirán la recompensa, el dinero, la mujer, la cura o el retiro para ser libres y felices igual o mucho más que antes de dedicarse a resolver el desaguisado. Siempre hay una tarea por hacer. Me pasa por la mente el inicio de “Jacob y el otro”, espléndido cuento donde el paradigmático Dr. Díaz Grey interrumpe su partida de cartas, y aun cuando le ofrecen solo firmar el acta de defunción se niega y señala que a él solo se le mueren en la mesa de operación. Pienso en “Juntacadáveres”: Larsen, quien debe preparar el prostíbulo, lograr el negocio y poder vivir plácidamente.

Todos tienen ese rasgo onettiano tan importante que nos revela de dónde surge Santa María como una suerte de meta-ciudad y de metáfora del retiro. Hace algunos años, la editorial Era publicó algunas cartas de Onetti dirigidas a Julio E. Payró, pintor, intelectual y amigo íntimo del escritor. Gracias a ellas podemos ver un aspecto de Onetti que no es menos importante: su carácter de amante y conocedor del arte plástico. Particularmente le llamaban la atención los pintores impresionistas, Van Gogh y Gauguin, y Rousseau “El aduanero”, epíteto que se originó por el modus vivendi de este artista del arte naïf. En estas cartas Onetti expresa, en reiteradas ocasiones, su afán por huir a “la isla” —así le llama—, inspirada en muchos sentidos por el arte que retrata grandes extensiones de paisaje, con mesetas, juncos, vados y playas. Rasgos de un mundo aislado, alejado de las grandes confluencias.

La “isla” aparece desde muy temprana edad en Onetti como la libertad añorada, no planteada en términos sociopolíticos, sino como un auténtico espacio de calma y confort. Y, en realidad, ¿no se tratan de esto las novelas policiacas: salvar la vida y huir con la rubia de ojos negros y la recompensa una vez que se ha liquidado a los criminales? En ese sentido, la literatura de Onetti es tan trivial como el sueño de cualquier hombre común, pero tan trascendente que no hay ser que no lo haya ambicionado en algún momento. (Somos pocos los que queremos fenecer en el calor de la refriega.) Pero si pensamos en el contexto actual, desde el más humilde de los trabajadores hasta nuestros políticos tecnócratas, todos quieren trabajar, llenarse los bolsillos o las arcas, según el caso, y retirarse a vivir de sus “ahorros”.

Santa María surge por un asunto real, la prohibición de Perón de que las dos orillas, la uruguaya y la argentina, estuvieran comunicadas, según lo expresó el propio Onetti. Sin embargo, en él, más que una Yoknapatawpha faulkneriana, es un locus amenus (lugar agradable), donde haya total libertad. También es cierto que ni siquiera ahí sus personajes descansan de los peligros de la ciudad y de las situaciones que los ponen en zozobra, lo cual les da verosimilitud, pues ¿quién quiere personajes autocomplacientes? Sino que, además, se muestra que los protagonistas cumplen una de las premisas del hombre moderno, en versos de Cavafis: “Al arruinar tu vida en esta parte del mundo / la has arruinado en todo el universo”.

Juan Carlos Onetti también representó una forma diferente de concebir al escritor. Cuando uno repasa su currículum puede constatar que estuvo en el fragor del periodismo (laboró en la agencia Reuters), de la edición (hacía la publicación Vea y Lea) y del trabajo más anodino que pudiera encontrar (llegó a ser vendedor de puerta en puerta). Respetado por uno de los padres de la literatura rioplatense, Roberto Arlt, Onetti entró dando pasos certeros con la publicación de El pozo, que en gran medida retrata el espíritu de su autor. Es bastante conocida la anécdota de que Arlt hojeó las páginas del relato de Onetti y preguntó al hombre que estaba junto a él: “Decime vos, Kostia, ¿yo publiqué una novela este año?”, el hombre negó: “Anunciaste, pero no pasó nada”. “Entonces, si estás seguro de que no publiqué ningún libro este año, lo que acabo de leer es la mejor novela que se escribió en Buenos Aires este año”.

Lo que nos ofrece por primera vez El pozo no solo es el mejor libro de 1935  sino el ambiente que se respira en las obras de aquel joven-viejo Juan Carlos Onetti. Con descripciones pormenorizadas de los espacios, el autor nos muestra la forma en que la realidad es sandia, como una foto desleída de lo que fue alguna vez el presente. Se vislumbra, en la lejanía, el recuerdo de una mujer a quien la voz narrativa amaba, a su lado la realidad y el sueño se entremezclan dejando al personaje anhelante, nostálgico y solo, completamente solo. Esto nos hace pensar en la figura que ocupa la mujer en la literatura de Onetti. Por lo regular, se trata de mujeres, casi diríamos, terriblemente sensuales, gruesas, de caderas anchas, senos enhiestos, turgentes, un adelanto del paraíso. En cierto modo, podríamos pensar en mulatas o mujeres de un refinamiento tal que infligen dolor a quien lo presencia:

La mujer avanzó con sencillez hasta recuperar su sitio sobre la alfombra; estaba seria sin severidad y, aunque no lo miraba, tampoco escondía los ojos. Tenía el torso desnudo y los grandes pechos continuaban alzados, casi rígidos, con puntas demasiado abultadas. Díez Grey vio la cadena y el medallón, el repentino brillo del cristal sobre la diminuta fotografía.2

 

La presencia femenina permea en la obra, el protagonista siempre está tratando de conquistar a la mujer o siempre la está extrañando, es un ritornello que también está en la realidad de Onetti. De modo que, en este fragmento de La vida breve, la tensión emocional se transforma, se intensifica, cuando aparece la mujer o cuando se le recuerda. Porque, hay que decirlo, Onetti era un amante impertérrito de las Damas, así, con ese término arcaizante y ominoso. La Dama y la prostituta eran el paraíso perdido del mayor narrador que haya tenido el Uruguay.

Por su parte, si uno tiende una mirada retrospectiva a la obra de marras, a los cuentos y las novelas, notará que siempre hay una pulsión erótica, fuerte, palpable hasta el punto de que llega a ser un tanto grotesca y casi sórdida. Como la chica del cuento “El infierno tan temido”, que en su afán por recuperar al hombre le envía fotos obscenas a él y luego a la familia política de este. Fotos que caen en manos de la madre de su esposa fallecida, de la hija, y que solo buscan hacer patente el despecho de una amante que no perdona haber sido abandonada en el idilio:

Si pensaba en Risso, evocaba un suceso antiguo, volvía a reprocharle no haberle pegado, haberla apartado para siempre con un insulto desvaído, una sonrisa inteligente, un comentario que la mezclaba a ella con todas las demás mujeres.3

 

Yendo mucho más allá de la descripción políticamente correcta, aséptica, Onetti deja claro que las mujeres también tienen deseos, también gozan con el sexo y también sienten rabia de ser privadas de esa satisfacción:

Había empezado a creer que la muchacha que le había escrito largas y exageradas cartas en las breves separaciones veraniegas del noviazgo era la misma que procuraba su desesperación y su aniquilamiento enviándole las fotografías. Y llegó a pensar que, siempre, el amante que ha logrado respirar en la obstinación sin consuelo de la cama el olor sombrío de la muerte, está condenado a perseguir —para él y para ella— la destrucción, la paz definitiva de la nada.4

 

Hay un poco de cinismo en su perspectiva, hay otro poco de valentía pero hay, sobre todo, mucho conocimiento de causa, pues se siente que nadie como él ha puesto atención a sus compañeras. En alguna ocasión, el documentalista Jorge Rufinelli comentó que Juan Carlos Onetti le confesó en su exilio en España que lo que más extrañaba de Montevideo eran “Los amores”. También reiteró una frase onettiana que se vuelve adagio: “Que quede constancia de que jamás seduje a una mujer, siempre fui seducido […] y tengo pruebas”.

Es por eso que se percibe que en la pasión contenida de Larsen o de Díaz Grey está presente la pulsión de Onetti, esa suerte de vibración por los detalles, los rastros, que adelantan algún tipo de información en la conquista. Aquí no se trata de retomar elementos del romanticismo tardío, a lo Baudelaire, ni de hablar de una suerte de problematización de las relaciones de pareja en la primera mitad del siglo xx, aquí se trata pura y llanamente de la búsqueda literaria de una obra que responda a una necesidad personal, peculiar y casi intransferible. Una obra que se hacía con la pasión del amante, y no del esposo regido por la obligación, una obra que se fraguaba en la mente de un escritor que no pretendía ni la obtención de puestos públicos ni la de llegar a ser una celebridad; Onetti es pura y “esencialmente” un hombre de infinito talento, de vastísima cultura, que ponía en papel sus inquietudes y obsesiones personales. Es por esto que gozaba de un humor desenfadado, un infinito sentido común que no le permitía tomarse en serio. Como citó Juan Villoro cuando Mario Vargas Llosa le ganó el premio Rómulo Gallegos con su novela La casa verde, Onetti contestó que lo que pasaba es que en ambas novelas (refiriéndose a Juntacadáveres) había burdeles, pero en la de Mario había orquesta. Onetti no buscaba la fama ni la celebridad, o sí la buscaba, pero el hecho de no obtenerla no le afectaba; lo que buscaba Onetti era la huida, la isla, el desdoblamiento que podemos constatar en el cinismo de que Larsen pueda inventar un lugar en su novela y luego largarse a vivir ahí mismo, como quien se ríe de las convenciones del realismo y hace lo que siempre quiso el joven Juan Carlos, tomar un barco que se estrellara en la nada del siempre y del jamás. 

 

1 Juan Carlos Onetti, Novelas I: Obras completas I, ed. Hortensia Campanella, preámbulo de Dolly Onetti, pról. Juan Villoro, Galaxia Gutenberg, España, Círculo de lectores, p. 449.

2 Ibíd., p. 452.

3 Juan Carlos Onetti, Cuentos completos, pról. Antonio Muñoz Molina, Alfaguara, México, p. 219.

4 Ibíd., p. 223.

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Héctor Iván González (Ciudad de México, 1980) es escritor y traductor. Hizo estudios de Lengua y Literatura francesas en la UNAM. Colabora en varios medios. Fue becario del programa Jóvenes Creadores del FONCA 2012-2013 en el género de novela. Su primer libro de ensayos, Menos constante que el viento, saldrá próximamente con el sello Abismos Casa Editorial.

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