#CuotaDeGénero: El dos y el infinito
1.
Cuando a Fernando se le murió su perro y faltó a la comida del domingo, mi abuela dijo: Pues que se compre otro y ya. Mi abuela no entendía cuánto había revolucionado esa muerte a la familia de mi entonces novio. Nada iba a ser igual. Su mamá entró en una depresión profunda y todos llorábamos la muerte de Goofie.
2.
A propósito de Esperando a Godot, Samuel Beckett dijo que sólo necesitaba de dos actos para mostrar que ese hecho se repetiría para siempre. El número dos basta para dar la sensación de infinito.
1.
¿Qué es una persona sola? Lo finito. El amor no es eterno. Menos si es de tres o más personas. Tampoco lo es cuando es de dos. No sé si Beckett tenía razón.
2.
No trates de sustituir a nadie ni a nada. El amor no se sustituye. No se puede. Ojalá se pudiera. Pero es sólo tapar una cosa con otra. Una curita en realidad no es otra piel. Es mejor dejar la herida al aire y que sane sola aunque duela.
1.
He tenido muchos Converse en los últimos quince años. Siempre son de colores diferentes. He repetido algunos, pero nunca han sido subsecuentes. Si los tenis que acabo de terminarme eran azul marino, no puedo comprarme otros de ese color. No es por superstición. Sólo que me da la misma sensación que empezar a leer una nueva novela el día que terminé otra. Como si quisiera engañar a ese vacío que se me asienta en el pecho y ni siquiera disfruto lo nuevo. Sólo me da más tristeza y extraño peor a lo que acabo de perder. Además, no tiro de inmediato los Converse viejitos. Los dejo en mi clóset y a veces, meses después, les doy una última usada. Hasta que sienta que realmente ya no hay marcha atrás. Hasta que me saquen sangre a veces. Hasta entender que ya no hay manera alguna de usarlos. Pasa lo mismo con los libros. Los dejo a mi lado en la mesa de noche y releo pasajes. Algunos los transcribo o les tomo foto. De todas maneras sé que esos fragmentos se van a perder. Igual que terminaré tirando mis tenis a la basura. Hasta que un día, cuando otros se acaben, cuando varios pares medien entre esos tenis usados hasta el cansancio y la yo de hoy, vuelva a comprar unos de ese lejano color. Hoy decidí que no podía seguir usando mis Converse color vino porque están totalmente destrozados por dentro. Y compré unos crema. Nunca había tenido unos crema. Los voy a usar en la lluvia para que se sientan míos de una vez.
2.
El primer año que montamos una exposición del Catálogo Iberoamericano de Ilustración en la FIL de Guadalajara, el arquitecto había puesto mal un sobremuro y a medianoche, cuando ya poníamos los últimos cuadros y nos preparábamos para ir a cenar, el muro entero se vino abajo. Ese muro además tenía un mural que entre varios amigos ilustradores habíamos pintado durante dos días. El mural se hizo pedazos. Los cristales de los cuadros también. Sólo quedaba salvar las obras enmarcadas. Algunos marcos. Ninguna persona resultó herida. No podía creer lo que estaba pasando. Me dio sentimiento y, cuando me di cuenta, estaba llorando. Mi amigo Jorge me dijo que ya dejara de llorar. Pero yo lloraba mientras recogía las obras y los pedazos de vidrio y los marcos. Así que le dije que qué tenía que llorara, que a él en qué le afectaba, si de todos modos estaba recogiendo. A veces se mezclan todos los pedazos de todo. Y lo roto y la solución ocurren al mismo tiempo.
1.
Empecé a meditar el año pasado. En la app que bajé por recomendación de mi amiga Paola, venía una animación en donde explicaban que no interfirieras con tus emociones. Que las emociones y pensamientos pueden verse como una carretera. La mente es la carretera y las ideas y emociones son los coches. Que cuando una no nos gusta, queremos interferir, bloquearla. Y eso es como meternos en el tráfico y provocar un choque o un atropello. Meditar, decía esa animación, es sentarte al lado de la carretera a ver pasar los autos, sin dar mayor importancia a ninguno por encima de otro. Ya sé. Qué oso que mis conocimientos espirituales vengan de una app. Nunca fui a la iglesia tampoco.
2.
Cuando cumplí treinta y tres años mi hermano me regaló una pluma fuente, un cuaderno y una carta. En la carta me explicaba la teoría de Robert Plutchik, un psicólogo que hizo una suerte de círculo cromático pero de ocho emociones básicas: alegría, confianza, miedo, sorpresa, tristeza, aversión, ira, anticipación, alegría. Cada una con distintas intensidades y cada una ubicada en el círculo en contraposición a su opuesto: alegría vs. tristeza, miedo vs. ira. La suma de cada emoción da emociones más complejas: alegría más confianza igual a amor. Hay emociones secundarias y terciarias. Se mezclan igual como se mezclarían los colores y vibran diferente dependiendo de al lado de qué se paren y de sus combinaciones. En la carta, mi hermano me invitaba a tratar de identificar qué emoción estaba sintiendo diariamente y a hacer un dibujo a partir de eso. Dibujé una licuadora un día y no seguí haciéndolo. Todos los días siento todas las emociones a la vez y no sé cómo separarlas ni identificarlas. No se siente bien. Se siente como estar en un juego de Six Flags sin chaleco protector, sólo agarrado con tu propia fuerza. Diario tengo la certeza de que me voy a caer.
1.
Conocer algo es saber nombrarlo. Como tener paladar para sabores muy sutiles y específicos o el oído perfecto. Lo que no sé bien es qué se hace con las emociones después de saber reconocerlas. ¿Te quedas igual al borde de la carretera o haces algo con ellas? ¿Música? ¿Un pastel?
2.
El otro día volvía a ver la película de Her. Hay una escena donde Theodore le pregunta a Samantha si será que ya habrá sentido todas las emociones que va a sentir en su vida. El diálogo es así:
T: A veces siento que ya sentí todo lo que voy a sentir. Que de aquí en adelante no voy a sentir nada nuevo. Sólo versiones menores de lo que ya sentí.
S: Sé que eso no es verdad. Te he visto sentir. Te he visto maravillarte de cosas. Digo, puede que sólo no lo veas en este momento, pero es entendible. Has pasado por mucho últimamente. Perdiste una parte de ti.
1.
¿Me siento sola? ¿Estar solo es perder una parte de sí? ¿Si no somos dos en el mundo no existe lo infinito? Si al infinito le quitas la mitad queda un solo círculo. Con una microscópica fractura en el lado donde estaba pegado el otro círculo, que nunca más se vuelve a cerrar. Igual que el chaleco protector de Six Flags, que el mural que resulta imposible rearmar, que el muro que no se vuelve a poner en pie o que los tenis que irremediablemente se acaban. Qué importa que sean del mismo color o no. No son los mismos. Nada es lo mismo. Nunca. Los días buenos terminan. Los malos también.
2.
Me siento sola al borde de la carretera y veo todos los fragmentos pasar, esperando que el día acabe. Un día. Todos los días. Hasta que deje de sentir los días pasar. Esa concentración o flujo que llegan solos son lo más cercano a la paz. Por lo menos no duelen. La vida se siente cuando duele. Cuando no, sólo se vive y ya.
El sueño de una alubia, Amanda Mijangos