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Tragedia, corrupción y solidaridad

José Ramón López Rubí C. | 02.10.2017
Tragedia, corrupción y solidaridad

Mi “ABC” tras el 19 de septiembre:

 

A. La Naturaleza no debe ser usada ni aceptada como “chivo expiatorio”.

Debe ser aceptada como lo que es, una realidad objetiva preexistente con la que interactuamos complicadamente, no como una serie de caprichos de la imaginación social ni como un juguete político y económico. En esta línea, los terremotos son eventos físicos naturales, no desastres en sí mismos. Sus consecuencias pueden ser desastrosas, sobre todo para los humanos, y los desastres de los que hablamos son precisamente sobre nosotros y nuestras sociedades. Otro (des)encuentro de la Naturaleza y la Historia. Ni el terremoto es un “desastre natural” ni las consecuencias (¡sociales!) desastrosas son “obra de la Naturaleza”. Combinados, terremoto y consecuencias sociales, forman otra cosa: “desastres socionaturales”. Causas naturales y sociales, consecuencias principalmente humanas. Entonces, a mayor intensidad sísmica y menor distancia del epicentro, mayor peligrosidad de un terremoto. Nótese que esa peligrosidad es relativa a lo social, es decir, al final es una función del grado de intensidad, la distancia referida y condiciones sociales específicas –por esta combinación es que no tiene pleno sentido la curiosa insistencia de algunos en implicar que “todo fue mejor que en 85”. Y que no se trate de “desastres naturales” quiere decir que hay responsabilidad humana en la Tragedia.

 

B. Esa responsabilidad tiene que ver con una forma de la irresponsabilidad: la corrupción. A mayor corrupción, mayor tragedia social.

Cuando la corrupción es mayor, la vulnerabilidad social y urbana es mayor; cuando un terremoto encuentra esa vulnerabilidad la tragedia es mayor, porque las consecuencias sociales son más grandes y más desastrosas. La corrupción sistémica significa la constante de distraer recursos de sistemas públicos (más de uno) y así recortar capacidades para responder públicamente a los riesgos y emergencias. Esta respuesta, después de terremotos como el de ambos 19 de septiembre, significa un paquete tan concreto como decisivo: rescatar sobrevivientes, atender heridos y demás damnificados, impedir mayor desorden e inseguridad, reconstruir las ciudades. La importancia de la corrupción y sus efectos es obvia. La corrupción es tanto riqueza privada ilegítima como vulnerabilidad social, humana y estatal.

Si alguien cree que el factor corrupción no es cierto por creer que la gran causa es siempre la pobreza, la pregunta que tiene que hacerse es una: ¿por qué hay tragedias en zonas de clase media y media-alta? Si alguien cree que no hay culpa ni de la pobreza ni de la corrupción porque hay casos como el de Japón, no sólo le faltan detalles sino que no está pensando algo: una tragedia sería mayor si Japón fuera menos rico y más corrupto. Hay que pensar en serio los casos de Oaxaca y Chiapas. Terremotos, pobrezas, corrupción…

 

C. Otro factor social de los desastres no naturales es el déficit de solidaridad previa.

Este déficit no carece de nexos con la corrupción: después de todo, la corrupción implica que X no es solidario con otros por ser contrario a lo público al perseguir a su costa (de lo público) beneficios estrictamente privados. Esta unión de corrupción e insolidaridad se expresa en la pobreza y la desigualdad, dos problemas que se expresan urbanamente y marcan la vida de una ciudad. Se expresan en forma de calles, colonias, edificios, viviendas y convivencia vecinal. En México, afortunadamente no existe un déficit de solidaridad posterior a ciertas tragedias. Pero la solidaridad pre-tragedia también importa. E importa mucho. Hay que preguntarse si la tragedia después de un terremoto no sería menor si la solidaridad anterior fuera mayor, o si la solidaridad post-tragedia no sería tan desproporcionadamente necesaria si antes no existiera un déficit solidario que contradice a la libertad individual. No sólo hay tragedias tras terremotos o huracanes. Y la solidaridad social ayuda a prevenir y minimizar riesgos. No ayuda a impedir esos fenómenos naturales ni a desaparecer todo riesgo sino a disminuir su peligrosidad social. La solidaridad hace menos riesgosa la vida de muchos individuos, hace mejores ciudadanos y crea condiciones favorables a respuestas mejor organizadas, más abarcadoras y más ágiles frente a una emergencia.

México sí tiene un déficit de solidaridad pre-tragedia. Es necesario decirlo. Se refleja en la suciedad de las calles, el espacio público más compartido; en el tamaño de problemas como la violencia machista; en el menor número de asociaciones civiles dedicadas al tema solidaridad en comparación con otras –no es cierto que la sociedad civil sea solidaria por definición-, así como en la facilidad con que políticos y empresarios desbaratan los intentos de elevar el salario mínimo, un salario tan mínimo que es una medida insolidaria y no puede sino tener malos efectos de vivienda y libertad. Nos urge ser más solidarios ante problemas como la pobreza extrema, la precariedad laboral sistemática y las desigualdades entre vecinos.

Agregando y resumiendo: a mayor intensidad geológica y menor lejanía “epicéntrica” y mayor corrupción y menor solidaridad, corresponde mayor vulnerabilidad urbana, mayor riesgo social y mayor tragedia humana. Un terremoto como el que acabamos de sufrir nos sirve para recordar que debemos reducir notablemente la corrupción y aumentar racionalmente la solidaridad.

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