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#Norteando: El dedazo de Peña  

Patrick Corcoran  | 06.12.2017
#Norteando: El dedazo de Peña  

La forma en que se llevó a cabo el nombramiento de José Antonio Meade como candidato del PRI para la presidencia parece indefendible en 2017, pero Enrique Peña Nieto hizo un intento:

 

Los priístas tenemos nuestra propia cultura, nuestra propia liturgia. Hay quienes nos estigmatizan porque no somos diferentes, porque no hacemos primarias, ejercicios que otros partidos políticos eventualmente hacen, o que otros partidos políticos de otros países hacen. Está bien que las hagan, se vale… como se vale ser católico, como se vale ser protestante.

 

Dentro de este comentario absurdo, hay un insight importante sobre el PRI: el partido no responde a ideales cívicos, como la libertad o la democracia. Tampoco se deja guiar por valores universales, ni por una ideología específica. Como la iglesia católica, o como un antiguo monarca absolutista, opera con una fe religiosa en sus costumbres y su derecho eterno al poder. 

Desde luego, este apego férvido a las tradiciones genera complicaciones para las iglesias, porque les impide la evolución que la relevancia continua requiere. Sin embargo, es perdonable para una religión, porque su misión no cambia mucho de una generación a otra: se trata de ofrecer a sus feligreses alivio espiritual, y conducir a los pecadores a la salvación.

Los retos de un partido político, en cambio, cambian enormemente a través de los años. Hace cincuenta años, no existía la computación moderna, ni el ejército mundial de los hedge fund y el flujo de capital especulativo que se impulsan por todo el mundo, ni la idea del cambio climático, hoy quizá el desafío más importante para los gobiernos del mundo. Los retos de hoy son completamente incomprensibles para un partido cuya filosofía se quedó en el siglo pasado.

Igualmente, los estándares mundiales de actuación política también están evolucionando constantemente. Un poco de represión no se veía tan mal en 1917, ni en 1967; en 2017, es reprobable. El partido que utiliza sus costumbres más antiguas y retrógradas como brújula no puede estar a la altura de las exigencias del momento.

Implícito en el comentario de Peña Nieto —y en el legado de su administración también— está un partido que no quiere aprender de sus errores ni adaptarse a circunstancias cambiantes. Entonces, ¿cuál es el propósito del PRI? Seguir siendo el PRI, claro. ¿Y cuál es el objetivo básico de obtener el poder? Mantenerse allí. 

Es una receta catastrófica, que condena a cualquier partido al fracaso.

Los partidos políticos son capaces de evolucionar, si existe la voluntad de sus líderes, pero el PRI de Peña Nieto no ha querido. No es una casualidad pues, que sus escándalos se parezcan tanto a los de los presidentes priístas de antaño; su modelo no es Bachelet ni Mujica ni Obama, sino Salinas de Gortari. 

A primera vista, Meade es un candidato mucho más digno que algunos de las otros posibles contendientes priístas. Su currículo está lleno de experiencia relevante, y de alguna forma, logró no quedarse tan manchado por las muchísimas desgracias de la administración peñista. 

¿Pero cómo puede merecer lidiar con el país saliendo de un partido así, con esa filosofía retrógrada? Las elecciones primarias no lo son todo para una democracia, pero el argumento en su contra no debe convertirse en la justificación para el autoritarismo.

 

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