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DRAMA EN SERIES: Qué tiene Agatha Christie que Trapped no tiene

Ernesto Anaya Ottone | 01.01.2018
DRAMA EN SERIES: Qué tiene Agatha Christie que Trapped no tiene

En diciembre de 1926 desapareció Agatha Christie. Iba en auto rumbo a Yorkshire (ya cerca de la frontera con Escocia), destino al que nunca llegó: encontraron su vehículo abandonado a la orilla de un lago cerca de Londres. El mundo entero entró en suspenso. La ironía no podía ser mayor: ese mismo año, la escritora se había convertido en la reina de la novela policial con El asesinato de Roger Ackroyd, donde hizo algo inédito dentro del género: la voz que relata la historia, en primera persona, resulta ser el asesino. Tenía treinta y seis años, era apenas su cuarta novela y estaba en la cresta de la ola, felizmente casada y con una hija de siete años. ¿Quién podría querer hacerle daño? La artífice del misterio estaba atrapada en uno. Para colmo se trataba de un invierno durísimo y la nieve lo cubría todo. El cuerpo no aparecía, la presión del gobierno inglés fue tal, que la policía llegó a contratar a sir Arthur Conan Doyle para que investigara el caso. El célebre y veterano escritor husmeó en la vida de su exitosa colega descubriendo que el marido tenía una amante. Concluyó que Archibald Christie quería terminar el matrimonio y quedarse con la fortuna de Agatha, y por eso la había asesinado. Tesis sin sustento porque a los once días, Agatha apareció registrada como huésped de un pequeño hotel en la costa, víctima, según ella, de un ataque de amnesia. Sin embargo, se había registrado usando el apellido de la amante del marido: era evidente que quería desenmascarar la infidelidad. El asunto terminó en el divorcio de la pareja Christie y, años más tarde, esos días que estuvo en ese hotel aislado por la nieve le inspiraron una obra de teatro emblemática, La ratonera, ambientada en un pequeño hotel de provincia, también aislado por la nieve, donde un asesino manipula a sus víctimas. La obra no fue cualquier cosa: desde su estreno en 1952 hasta la actualidad no ha dejado de presentarse, acumulando más de cuarenta y cinco mil funciones, lo que demuestra la naturaleza teatral de la fórmula patentada por Agatha Christie: un grupo atrapado, un espacio cerrado y un gran crimen. La fórmula es aplicable de mil maneras y Trapped (2015), la serie islandesa que conquistó a Europa (y a Netflix), parece ser una de ellas: en un pequeño puerto en el norte de Islandia, también aislado por la nieve, un cadáver flota a la deriva.

Un crítico definió la serie como “Agatha Christie on ice”;[1] sin embargo, aun cuando Trapped cumple con la fórmula, sobre el hielo de Islandia se desliza una historia a la que le falta el ingrediente esencial, aquello que hizo de Agatha Christie el fenómeno que sigue siendo.

 

 

¿Qué significa que un crimen sea grande? En términos dramáticos poco importa si el hecho sucede en el Gran Cañón, en la Muralla china o en un fiordo nórdico; o que la víctima sea el presidente de los Estados Unidos, el papa o John Lennon; o si el crimen resulta particularmente brutal. La calidad dramática de un asesinato depende de algo más sutil, algo que Agatha Christie dominaba a la perfección: el enigma.

Toda historia, del género que sea, tiene siempre una estructura triangular. Para que haya historia es preciso contar con tres personajes en conflicto (si son dos, es una disputa, como sucede en el deporte). ¿Qué los une? Un evento futuro e incierto. Ese evento futuro e incierto es, en el caso de las historias de crímenes, un enigma: el centro del triángulo dramático. En un extremo está el asesino, en el otro, el detective, y en el tercero (sólo en este tipo de historias), el espectador. El enigma intriga, provoca, desafía al espectador que ya no es un voyerista o una cuarta pared, sino un adversario. Ese desdoblamiento de espectador a parte dramática es lo que hace tan adictivo al género. Entre las partes del triángulo dramático la relación es siempre conflictiva. El conflicto fundamental en una historia de crímenes es siempre el mismo: ocultamiento/develación. El ocultamiento es, por excelencia, una elaboración del asesino, y en la medida en que haya mayor elaboración, mejor será la calidad del enigma y, por lo tanto, más grande será el crimen. Por otra parte, la develación es la destreza del detective (y el espectador) para inducir los hechos; una tarea propia del héroe: sacar a la luz, liberar lo que está oculto. Al igual que el héroe, el detective también devuelve la paz a la comunidad, también él es un personaje dotado de un talento particular, un elegido.

El héroe de Trapped es Andri Olafsson, jefe de policía de Siglufjörđur. Andri tiene aspecto bonachón, amigable, el tipo ideal para ser Santa Claus en las fiestas familiares. Hay que aclarar que Islandia es un país con una de las tasas de homicidio más bajas del mundo (1.8 por cada cien mil habitantes). Sólo en un lugar como ése, alguien con un aspecto tan dulce podría ser jefe de policía. Andri, más dos simpáticos ayudantes, todos policías humanitarios, conforman un trío, más propio de una comedia, que resulta atrapado en la tragedia. El contraste entre policías tiernos y asesinos despiadados es uno de los puntos fuertes de la serie y recuerda a Fargo, de los hermanos Coen, donde una policía embarazada de siete meses investiga espantosos crímenes, también ahí cubiertos de nieve.

El héroe siempre tiene un camino difícil por recorrer. En primer lugar, empieza no siendo héroe: Andri vive una separación, su exmujer encontró pareja y quiere llevarse a las dos hijas a la capital; su jefe, desde Reikiavik, es un tipo arbitrario e incompetente que le ganó el puesto de mala manera. Pero el desempeño heroico de Andri resulta impecable: resuelve el crimen en apenas diez días, sin apoyo, contra viento y marea (de nieve). ¿Por qué en diez días? Porque al creador de la serie, el director islandés Baltasar Kormákur Samper (1966), se le ocurrió contar esta historia de manera cronológica: un día por capítulo. La ocurrencia, innecesaria, lo obligó a comprimir tramas, giros y coincidencias para poder resolver el caso, además de diversos dramas familiares. Todo esto con una apariencia hiperrealista; sin embargo, Trapped es sumamente artificial.

Para dar la apariencia de que se trata de un gran crimen, el primer artificio consiste en hacer que todo sea grande: si es una isla, es la más remota; si es un fiordo, es inmenso; si aparece un cadáver, está desnudo, apuñalado y desmembrado; si cae nieve, es una avalancha. En tan sólo diez días mueren otras dos personas, hay un segundo asesinato y un suicidio (y se trata del país con menor criminalidad en el mundo). El segundo artificio consiste en confundir coincidencia con conexión. Las historias de crímenes están llenas de conexiones porque se trata de una cadena de causas y efectos, de la que sólo se muestran un par de eslabones. Cuando uno descubre un eslabón, entonces las cosas coinciden. A eso juegan las historias policiales. El artificio de Trapped es hacerlo al revés: en esta historia, las cosas primero coinciden y después aparece la conexión. Donde se necesita establecer (ubicar, investigar) una relación de causa y efecto, se pone una coincidencia y la historia progresa de manera fácil, llegando a hacer coincidir lo que incluso no tiene conexión. Las consecuencias son graves porque el detective no brilla por la búsqueda de las pistas, sino que las encuentra, convenientemente, por el camino, y si falta alguna pieza del rompecabezas, se recurre a un voyerista que vive al otro lado de la bahía y espía a todo el pueblo con un potente catalejo. Una solución que Agatha Christie hubiera estimado poco elegante, por decir lo menos.

Baltasar Kormákur es un director talentoso, y desde un punto de vista formal no puede haber más que elogios por el cuidado con el que está hecha la serie, en este aspecto más que disfrutable (destaca la música minimalista). El problema de Trapped es la baja calidad de su enigma: el crimen carece de premeditación. Aquí, los muertos tienen que ver más con la catástrofe, con el evento que desmorona todo, no está en juego el deseo criminal genuino de querer eliminar sin ser eliminado. El resultado es que el drama es enorme y el crimen, chiquito.

Viene una segunda temporada y un nuevo enigma: ¿de qué se puede tratar? EP 

 

[1]      Karl Quinn en The Sydney Morning Herald.

 

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Ernesto Anaya Ottone, chileno naturalizado mexicano, es licenciado en Ciencias Jurídicas, guionista y dramaturgo. Autor de nueve obras de teatro, entre ellas Las meninas (Premio Nacional de Dramaturgia Oscar Liera 2006), Maracanazo y Humboldt, México para los mexicanos. Fue profesor de dramaturgia en la Escuela Mexicana de Escritores. Escribe y dirige la serie animada en red Catolicadas.

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