Una misión japonesa. El samurái, de Shusaku Endo
Durante el mes que siguió al temblor del 19 de septiembre, surgieron varios héroes en los medios de comunicación no convencionales. Entre ellos, el equipo japonés de rescate, que, además de ayudar física y emocionalmente, dio aliento a la ciudadanía con sus muestras tan humanas y respetuosas de empatía. Ejemplos de ello fueron llevarse un trozo de pan de muerto de regreso a Japón, o vestir con el atuendo de otra heroína, Frida, al perro Hachikō en las cercanías de la estación tokiota de Shibuya.
Compartimos, pues, con esa gran nación mucho más que el azote de las fallas sísmicas. La novela El samurái, de Shūsaku Endō, nos muestra una conexión más íntima y mucho menos conocida. En ella, el también autor de la famosa Silencio —hecha película en el 2016 por Martin Scorsese— relata los viajes del samurái Hasekura Rokuemon Tsunenaga (1571-1622), “Roku”, hacia la Nueva España en la primera visita oficial nipona a nuestro país. Con una mezcla de apego estricto a la realidad histórica y sensibilidad dramática formidable, Endō nos regala no sólo una narración épica del viaje geográfico y personal, sino una mirada fresca y serena al México de la Conquista.
Durante el siglo XVII, Japón atraviesa una época de esquizofrenia frente a un mundo que cada vez se muestra más amplio. Por una parte, admira a las naciones que cruzan el Pacífico y el Atlántico, la tecnología naval que se los permite y las riquezas provenientes del intercambio. Por otro lado, teme a la colonización sangrienta que Europa ha llevado a los nuevos continentes, misma que adelanta y justifica con incursión religiosa. Así, Japón comercia con la Nueva España por medio de Manila, pero intenta poner límites a la influencia cristiana de misioneros jesuitas y franciscanos. Más adelante, sin embargo, la política aislacionista conocida como sakoku cierra las puertas del reino durante más de doscientos años, en un periodo conocido como Edo.
El periodo Edo gozó de bonanza económica, paz y cohesión interna, al costo de un atraso tecnológico previsible. Ésta es, en cierta manera, la lección que nuestro vecino al otro lado del Pacífico tomó de la intervención europea en los pueblos indígenas de América.
El samurái se sitúa en este ambiente de creciente desconfianza ante los extranjeros. El padre Velasco, un misionero español basado en el padre Luis Sotelo (1574-1624), intenta avanzar su proselitismo cristiano ofreciendo a cambio la riqueza proveniente del intercambio con la Nueva España. El Estado concede un viaje, en el que incluye a comerciantes, marinos y un pequeño contingente diplomático. Entre los seleccionados se encuentran Nishi Kyūsuke, un joven curioso y alegre; Tanaka Tarozaemon, un hombre valiente e impetuoso; Matsuki Chūsaku, desconfiado e inteligente; y nuestro samurái, Roku, que representa el lado austero, honesto y obediente del japonés rural. Con ello, Endō nos muestra un espectro tan perceptivo como atemporal del carácter de su país.
Estos personajes contrastan en su interacción con Velasco, cuyo fervor religioso aviva la llama de su ambición a veces exagerada dentro del mundo de la rancia política comandada por el Vaticano. Durante el largo viaje que los lleva alrededor del mundo, Velasco intenta engañarlos, utilizarlos y, por supuesto, convertirlos. Mientras tanto, los japoneses se maravillan de la extensión insospechada del mundo, al tiempo que son traicionados por su propio Estado, cuya política sakoku hace de su expedición un despropósito. Como sucede en los mejores relatos de viaje, el desarrollo espiritual supera a la aventura experimentada en tierras lejanas. Roku atraviesa dos océanos, camina de Acapulco a Veracruz, España y Roma, y en todos estos sitios encuentra un común denominador: la gente del pueblo. Entre las intrigas y políticas de dirigentes, el ciudadano de a pie siempre está igual de rebasado, ignorado, desprotegido.
El karma desesperado del hombre, que Roku percibe en todas las tierras que visita, hace de El samurái y de su propia visión del cristianismo una obra profundamente humanista. Los enviados japoneses logran ver a través de los mandatarios de la Nueva España para conectar con sus pobladores menos afortunados, al grado de que logran declarar que los indígenas mexicanos —al igual que los propios viajeros japoneses— se han quedado sin hogar.
Roku es el primer embajador del Japón en México. Establece, desde hace cerca de cuatrocientos años, la amistad no sólo institucional sino espiritual que existe entre nuestros dos países. Su personaje deja una huella humana en el lector, que se siente tan cerca de él como lejos de las organizaciones que tanto lo decepcionan: el shogunato Tokugawa, la Iglesia del Vaticano. Ayuda también a entender el porqué de los héroes que escogimos los mexicanos después del terremoto: un perro, una misión extranjera y un conjunto anónimo de individuos. Todo menos el gobierno. EP
__________________
Fernando Clavijo M. es consultor independiente y autor del libro cinegético Marismas de Sinaloa.