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DRAMA EN SERIES:  Master of None: Curry Allen o millennials en serie

Ernesto Anaya Ottone | 01.03.2018
DRAMA EN SERIES:  Master of None: Curry Allen o millennials en serie

Es cómico, ingenioso y divertido. Vive en Nueva York, escribe, dirige y actúa sus propios sketches y películas. Empezó como comediante de stand-up comedy, pasó por la Universidad de Nueva York, se interpreta a sí mismo, publica libros y ha ganado premios importantes. También ha sido acusado de conducta sexual inapropiada. Pero no es Woody Allen, sino Aziz Ansari (Columbia, Carolina del Sur, 1983), factótum de Master of None (Netflix, 2015), serie cómica en la que él mismo interpreta a Dev, un actor de origen indio que por su condición étnica está condenado a papeles secundarios o estereotipados. Advierto que el título de esta columna irritaría sobremanera a Dev, hipersensible a cualquier atisbo de racismo que cruce por su camino, pero el paralelismo con Woody Allen es inevitable.

En 1977, el humor estadounidense encontró su expresión más fresca y renovada en la comedia romántica Annie Hall, primera película “seria” de Allen que dejaba atrás la farsa intelectual-disparatada de los primeros años. Con ella, el director y guionista obtuvo cuatro Oscares y se volvió una celebridad mundial. Annie Hall tiene mucho de experimental: rompe “la cuarta pared”, entra y sale de la ficción, juega con los tiempos narrativos, incorpora la animación, el gag, el absurdo y, cosa fundamental, pone en el centro al arquetipo del sujeto frágil, vulnerable, atormentado y autoderrotado. Cuarenta años después, el humor estadounidense encuentra su expresión más fresca y renovada en la comedia romántica Master of None, primer trabajo “serio” de Aziz Ansari que deja atrás la farsa disparatada de sus inicios: el exitoso programa de sketches, Human Giant (mtv, 2007-2008), y luego la serie Parks & Recreation (nbc, 2009-2015), sátira política en forma de documental al estilo de The Office (bbc Two, 2001-2003).

Master of None le dio a Ansari un Globo de Oro como mejor actor de comedia,1 dos Emmys consecutivos por mejor guión de comedia, además de múltiples nominaciones, incluida mejor serie. Tal como Annie Hall, Master of None también experimenta: pone la cámara fija dentro de un taxi por más de diez minutos; en un episodio, los personajes centrales de la serie aparecen sólo en la primera y en la última escena; hay rupturas, parodias, momentos oníricos, proyecciones psicológicas, de todo. Al igual que en Annie Hall, también aquí el protagonista resulta ser alter ego del escritor-actor: Dev está hecho a imagen y semejanza de Aziz, quien llegó al extremo de involucrar a sus padres en el papel de ellos mismos.2 Entre los denominadores comunes hay uno que merece ser analizado de manera particular: la figura del sujeto patético. Más que un elemento común, se trata de algo esencial en el humor estadounidense, una de las claves que explica por qué Master of None ha resultado tan exitosa.

 

 

No existe tierra prometida que pueda serlo para siempre. El mito del país de la abundancia, de las oportunidades y los grandes destinos sirvió para llevar a cabo la conquista continental, pero resultó contraproducente cuando, pasada esa conquista, hubo que convivir cada vez con menos abundancia, menos oportunidades y menos destino. El sueño americano que impone un objetivo superior (el éxito absoluto), que supone el fracaso del otro (el éxito competitivo), que exige ser mejor que el vecino, que otra clase social u otra raza (el éxito relativo), resultó una pesadilla para una parte considerable de la población. La guerra civil del último tercio del siglo XIX y el quiebre de la bolsa en 1929 arrojaron a las calles a cantidades ingentes de losers. Fue así como, junto a la imagen narcisista del self-made man, surgió su contraparte, igualmente potente, igualmente narcisista: el frustrado y el loco. Apareció Charlie Chaplin (1889-1977), el vagabundo de modos distinguidos, adorable perdedor, alter ego de su intérprete,3 y el anárquico, mordaz, pícaro y verborreico Groucho Marx (1890-1977), también alter ego de sí mismo. Ambos constituyen las raíces del humor estadounidense y alimentan un frondoso árbol que, por un lado, dio frutos como Los tres chiflados, Jerry Lewis, Mel Brooks, Saturday Night Live y Eddie Murphy; y, por otro, el impávido Buster Keaton, las refinadas comedias de Ernst Lubitsch, las corrosivas de Billy Wilder, el pesimista Charlie Brown,4 el neurótico Woody Allen y los truculentos hermanos Coen. Las dos ramas del árbol se entrecruzan, porque donde hay locura también hay frustración (Groucho perdiendo dinero), y donde hay frustración, también hay locura (Chaplin comiéndose el zapato).

En Master of None confluye la quintaesencia del humor estadounidense: su protagonista se adscribe al estereotipo del hombre débil, frágil, loser. Dev quiere hacer cine pero resulta en conductor de un ridículo programa de concursos; quiere una aventura amorosa pero resulta que la amante es casada y el marido lo cacha a la primera; logra que una mujer le dé su número telefónico pero le roban el celular, y así sucesivamente. Se trata, eso sí, de una fragilidad distinta a la de Woody Allen. Dev no debe su infelicidad a un carácter nervioso, sino a puros conflictos exteriores: su aspecto lo estigmatiza, la paternidad lo espanta, la religión lo persigue. La locura también resulta en una dirección distinta a la de Allen: aquí ser loco no equivale a ser contracultural sino contrageneracional.5 Es por ello que el contrapunto con los padres es un elemento central de esta comedia. Con Master of None, Ansari, más que contar una historia, está retratando a una generación, y aquí reside el segundo factor de éxito, lo que la vuelve por completo original.

Los millennials o generación Y constituyen el segmento de humanidad que nació entre 1980 y 1995 (Ansari es de 1983). Así como mi generación vio con naturalidad que existía la tele y que el hombre llegaba a la luna (soy X), la generación Y vio con naturalidad el paso de la Betamax al vhs, al dvd y al Blu-ray; del teléfono fijo al celular; del disquete al cd, el usb y luego la nube, cambios que experimentó en menos de veinte años. Se trata de una generación que le tiene miedo a dos cosas: desconectarse y decidir. Así como navega por internet, quiere una vida con todas las opciones abiertas, todo el tiempo. Se le ha llamado la generación Peter Pan porque demora el paso a la edad adulta. En Master of None, Dev y sus amigos se comportan como niños, el papá (que no tuvo infancia) lee Harry Potter, cunde el hedonismo. Vivir es pasar de un juego a otro. Se trata entonces de jugar, no de hacer historia.

Como el núcleo duro de toda historia es el dilema, esto es, la obligación de decidir, podemos entender por dónde va el carácter millennial de la serie. Si en Annie Hall, Woody Allen rompió la cuarta pared, en Master of None, Ansari rompió la historia misma. Cada vez que Dev tiene que decidir algo (deber de todo protagonista), elige siempre la opción en que la historia resulta imposible. Podemos decir que en Master of None el “había una vez” se repite una y otra vez. En la primera temporada, Dev descubre el amor, se espanta y sale huyendo a Italia para aprender a hacer pasta. En la segunda temporada encuentra una excelente manera de que la historia no suceda: se convierte en mejor amigo de una mujer comprometida con otro hombre y que sólo está de paso por Nueva York —y además, es italiana—. Es así como se ve atrapado en un largo y audaz coqueteo (mutuo) que nunca da paso a la relación sexual: ella es ambivalente, no se decide, le gusta sentirse deseada y tiene a la mano a un Dev que no hace más que desear la historia (la relación sexual) que nunca sucede.

El mismo fenómeno lo encontramos en el otro eje de acción, el mundo laboral: en la primera temporada, Dev tiene la oportunidad de protagonizar una sitcom que lo hará millonario, pero se autoboicotea. En la segunda temporada es conductor de un ridículo programa de concursos al que renuncia, espantado ante la oferta de una contratación por siete años.

Master of None resulta un desfile de situaciones dramáticas ingeniosas, encantadoras, incluso monumentales; todas con el mismo destino: none. Más que ver episodios, queda uno con la sensación de estar mirando programas; no en vano debajo del título de la serie aparece la palabra “presenta”, como si se tratara de un show con invitados. Por cierto, el título es brillante. Le tomó meses a Ansari dar con él. Viene del dicho anglosajón, “Jack of all trades, master of none”. En versión española: “Aprendiz de todo, maestro de nada”; en versión sudamericana: “El que mucho abarca, poco aprieta”; en versión Lipovetsky: “La era del vacío”.  EP

 

NOTAS

 1.  Ansari es más cómico que actor, sus personajes son estereotipos. Desde mi punto de vista, se trata de un caso parecido al de Roberto Benigni: la situación dramática que hace complejo al payaso.

2. Resultan tiesos pero encantadores, capaces de reírse de sí mismos: en la serie, el papá, que en la vida real también es gastroenterólogo, colecciona objetos que extrae del estómago de sus pacientes, aclarando: “pero nada que salga de sus traseros”.

3. Chaplin era británico pero el fenómeno cinematográfico fue estadounidense, pues Estados Unidos lo convirtió en mito.

4. En diciembre de 1965, la cadena CBS estrenó el especial de media hora La Navidad de Charlie Brown. El impacto fue tan grande que a partir de ese momento la comedia en televisión adoptó para siempre el formato de media hora. Los episodios de Master of None no son la excepción.

5. El problema racial que plantea la serie no tiene que ver con racismo, sino con la terquedad de Dev al pretender que no se tome en cuenta su etnia en un campo laboral donde el aspecto manda, por eso resulta cómico.

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Ernesto Anaya Ottone, chileno naturalizado mexicano, es licenciado en Ciencias Jurídicas, guionista y dramaturgo. Autor de nueve obras de teatro, entre ellas Las meninas (Premio Nacional de Dramaturgia Oscar Liera 2006), Maracanazo y Humboldt, México para los mexicanos. Fue profesor de dramaturgia en la Escuela Mexicana de Escritores. Escribe y dirige la serie animada en red Catolicadas.

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