Drama en series: House of Cards cambió de house
El origen de la serie House of Cards es una novela, un thriller político que trata del ascenso a la cima del poder del jefe de la bancada del Partido Conservador inglés, Francis Urquhart. La novela fue publicada en Inglaterra en 1989 y su autor es Michael Dobbs, quien tiene la gracia de haber sido consejero de Margaret Thatcher, jefe de gabinete del Partido Conservador y vicepresidente del mismo; en otras palabras, Dobbs inventó una historia con conocimiento de causa.
En el año 1990, House of Cards fue estrenada como miniserie por la bbc: se trató de tan solo cuatro capítulos, suficientes para provocar un éxito sin precedentes. La bbc tuvo el buen tino de cambiar el final de la primera novela no suicidando al protagonista. Dobbs entendió el punto, resucitó a Urquhart y publicó otros dos títulos: To Play the King, en 1992, y The Final Cut en 1996. La bbc, muy contenta, convirtió esas dos novelas en otras dos miniseries de cuatro capítulos cada una, y así fue como completó —de manera un tanto accidentada— una trilogía de doce capítulos.
La versión protagonizada por Kevin Spacey aparece veintitrés años más tarde que la ya mencionada, en otro espacio/tiempo: Estados Unidos/segunda década del siglo xxi. Lo que en 1990 cabía en doce capítulos y se podía ver a lo largo de seis años, en estos tiempos ocupa sesenta y cinco episodios (serán setenta y ocho, porque no dijeron que la quinta temporada es la última), y puede consumirse en un par de días, ya que la versión actual entrega temporadas completas por internet, con tandas de capítulos “apetitosamente” dispuestos en un menú (las dos series están en Netflix, para quien guste compararlas). La versión del Reino Unido (uk) es ágil, sencilla, compacta; la de Estados Unidos (usa) es densa, refinada, amplia (desbordada). La versión uk es irónica, impregnada de sentido del humor; la versión usa es grave, impregnada de tragedia. La versión uk fue un fenómeno local; la versión usa es un fenómeno mundial. Efectivamente, al compararlas, resultan opuestas, excepto en dos cosas: el protagonista shakespeariano y el morbo. Francis Urquhart y Francis Underwood comparten el mismo código genético: ambos llevan a Shakespeare en la sangre. Para empezar, Urquhart/Underwood es un Yago contemporáneo. Yago provoca la caída de Otelo cuando el moro de Venecia no lo asciende a lugarteniente; de la misma manera procede Urquhart/Underwood respecto al primer ministro electo (presidente, en la versión usa) al no ver cumplida la promesa que le había hecho de un puesto en el gabinete. Este quiebre provoca lo que se podría llamar “la ley del protagonista”. Cuando hablamos de una historia, hablamos de un tiempo delimitado por un principio y un final determinados; y dentro de un tiempo delimitado y determinado, las cosas no suceden sino que deben suceder. Así, toda historia puede ser vista como una entidad jurídica: los hechos cumplen un destino porque es algo imperativo, y como tal, es preciso expresarlo en una ley. El sujeto que está llamado a cumplir un destino es el protagonista, razón por la cual, la ley de la historia es “la ley del protagonista”. En House of Cards, “la ley del protagonista” es: Dado el despecho, debe ser la venganza.
El cumplimiento de este mandato estructura la serie, y cuando Urquhart/Underwood conquista el poder, se entiende como cumplido. Una vez cerrado ese ciclo narrativo, para poder abrir uno nuevo fue preciso que “la ley del protagonista” generara una segunda ley, consecuencia o desprendimiento de la primera: Dada la venganza, debe ser la revancha.
La venganza busca la derrota del enemigo; la revancha, en cambio, busca demostrar que las cosas “tenían” que ser de otra manera. En la venganza hay destrucción; en la revancha, construcción. Gracias a la nueva ley del protagonista, la historia puede continuar.
Ahora bien, lo que Urquhart/Underwood construye no es una nación, sino poder, que es lo que genuinamente hace un político; y como en este caso se trata de un político sin escrúpulos y con mucha imaginación, es inevitable vincular a Urquhart/Underwood con Ricardo III. Urquhart intriga, asesina y arrebata como el jorobado aspirante a rey (en este caso sin joroba, porque la monstruosidad va por dentro), y al igual que Ricardo III, nuestro protagonista mira a la cámara (rompe la cuarta pared) y le habla directamente a los espectadores, haciéndolos sus confidentes, sus cómplices: House of Cards aprovecha la circunstancia para convertir al inocente espectador en un voyeur. Cuando Urquhart/Underwood nos dirige la palabra y nos cuenta sus oscuras intenciones, o cuando enjuicia descarnadamente, ya no tenemos claro si estamos alimentando el legítimo morbo del espectador o el ilegítimo morbo del morboso. Lo que sí queda claro es que después de las dos primeras escenas, de inmediato exigimos nuevas dosis: ya somos inquilinos de House of Cards.
La diferencia más drástica entre la versión uk y la usa tiene que ver con el tercer ingrediente shakespeariano de la historia: la señora Urquhart/Underwood. Matilde en la novela, Elizabeth en la versión uk, y Claire en la versión usa, las tres caben en un solo nombre: Lady Macbeth. La esposa del político es tan ambiciosa como el marido, y no desaprovecha ninguna oportunidad para hacerle sugerencias y alentarlo (incluso es capaz de retirarse para que Urquhart/Underwood “afiance” vínculos con una joven periodista, indispensable para generar opinión pública, sospechas y escándalos). Pero Lady Macbeth usa resulta muy distinta a Lady Macbeth uk. Elizabeth es una presencia discreta, secundaria, una esposa leal para un hombre sin lealtades, que vive en función del objetivo del marido. Lady Macbeth usa, en cambio, no está cómoda con el papel de simple estimuladora; ella necesita desarrollar su propio objetivo, que es —increíblemente— desplazar al marido. Desde el punto de vista de la historia, para Claire no hay alternativa: tiene que ser así porque —como vimos anteriormente— hay una ley que cumplir (dado el despecho, debe ser la venganza; dada la venganza, debe ser la revancha) y alguien tiene que cargar con ese deber.
Durante el primer ciclo (que en usa abarca dos temporadas de veintiséis capítulos), “la ley del protagonista” fue cumplida hasta el agotamiento por Urquhart/Underwood. En la versión estadounidense —ante la exigencia de tener que continuar la serie— el mandato pasó a Lady Macbeth, y con él, el rol protagónico. ¿Cuál es el despecho? Que el marido no cumplió la promesa de darle un puesto en la Casa Blanca. ¿Cuál es la venganza? Eclipsar al marido —algo que Shakespeare nunca imaginó—: Lady Macbeth vs. Macbeth.
Se me ocurre pensar que la serie británica reconstruyó una novela, mientras que la versión estadounidense la deconstruyó: de lo mismo, hizo otra cosa. En la versión actual, Francis y Claire mutan: a partir de la cuarta temporada dejan de ser Ricardo III y Lady Macbeth. Ahora son la proyección estetizada de Bill y Hillary Clinton. Shakespeare ha quedado lejos y House of Cards ha sufrido demasiadas mudanzas: la novela se convirtió en tres novelas, estas se convirtieron en doce episodios televisivos, y los episodios mutaron a megaserie en internet. Cuando las cosas se hacen solo considerando la demanda, es lo que suele suceder. Finalmente, House of Cards cambió de house. ~
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ERNESTO ANAYA OTTONE, chileno naturalizado mexicano, es guionista y dramaturgo. Autor de nueve obras de teatro, entre ellas Las meninas (Premio Nacional de Dramaturgia Oscar Liera 2006), Maracanazo (por el 50 aniversario del CUT/UNAM) y Humboldt, México para los mexicanos. En 2015 fue profesor de dramaturgia en la Escuela Mexicana de Escritores. Escribe y dirige la serie animada en red Catolicadas.