UNAM VIDA PÚBLICA: Sarukhán y su duende
Reseña de Desde el seto piso*





Éste es un libro extraño, extraño y extraordinario. Es extraño pues en México la tradición de exponer cómo se ha vivido el poder, cuáles son sus laberintos y vicisitudes, la exhibición descarnada de la plomería de los asuntos públicos, es casi inexistente. Resultado: la muy popular, pero inútil, “tradición oral” que crea privilegios adicionales en los informados y, algo aún más grave, la confiscación de las razones públicas para que el resto de la ciudadanía no pueda seguir los razonamientos. Se trata de otra división más que se asienta en los informados, en sus sobremesas, mientras los de verdad interesados siguen viviendo en un apartheid informativo. Eso, por sí mismo, haría de este texto algo de gran interés general. Pero francamente esa valiosa ruptura de tradiciones termina siendo una pieza menor del libro. Lo extraordinario surge a partir de la virtud que el narrador asume, sin ostentarlo, sin hacer gala de ello, sin una cartelera de ventas logrando una total transparencia y apertura. Vaya mérito. Nadie nos anuncia en la cuarta de forros —Sarukhán rompe el silencio, dice lo que honestamente piensa de muchos— que el autor devela los entretelones de la Federación y la Universidad Nacional. ¡Un libro que no puede faltar en su librero! ¡Llévelo!
Para nada. El narrador comienza su historia explicando al lector, a nosotros, a todos los que estamos aquí, dónde se formó cuando fue niño y joven, que tuvo una niñez y una juventud duras, pero no lo hace para provocar lágrimas, sino simplemente como un capítulo de su existencia y de nuestro país. Después vienen los valores de su familia, de ser minoría en el México que acogió a los armenios, las instituciones que lo formaron y lo que tomó de ellas, la disciplina que lo marcó para, al final decirnos, con orgullo y regocijo: por todo lo anterior yo soy él y lo seré por convencimiento, no por troquel impuesto. Sarukhán es lo que es en buena medida por ejercer su opción. Y ese ente, ese ser vivo pensante y actuante, nos puede simpatizar o no, atraer o rechazar, pero eso es lo de menos. Es esa declaración que parece tan sencilla: quién soy, la que le dará al futuro estudiante, profesor, investigador, becario, director del Instituto de Biología, coordinador de la Investigación científica y finalmente rector, la entereza y seguridad para nunca dejar de ser lo que es. Claro que Sarukhán navegó en medio de las tramposas aguas de la trapacería política, de la chapucería, del aventurerismo de la traición, pero su timón no varió de rumbo. Estamos entonces ante un libro raro, extraño en el entorno editorial que nos rodea, pero sobre todo estamos ante un libro extraordinario por la madera de la que está hecho el autor, porque sus avatares administrativos y políticos encontrarán, parafraseando a Kant, un árbol fuerte, un tronco recto. Inamovible. Ave raris.
¿De dónde le vino su firmeza?, difícil decirlo, pero el narrador dialoga permanentemente y toma sus decisiones, guiado por el ser que lo habita que, como todos los duendes, se apodera de la casa para procurar su bien, ellos desaparecen de pronto, y ¡zas!, están ahí porque nos hacen falta sus consejos y además no preguntan, brincan alrededor de la conciencia sin dejar dormir. Ese duende de Sarukhán se llama “excelencia”. No te olvides, José, que todo lo que estás haciendo tiene un objetivo, un rumbo, que brilla como la estrella del norte, invariable en su posición. Tú navega hacia allá y todo lo demás trabajará en función de lo que tú deseas, de tu excelencia. Pero recuerda, José, como los corredores de distancia, no mires a los lados, no te entretengas con las intrigas y maledicencias, no pierdas tu energía en aquello que desvía tu mente. Tú corre con la vista en alto pensando en que la excelencia beneficiará, es cierto, a los jóvenes que tengan acceso a ella, a los docentes que la hagan suya, a las instituciones de la Universidad que la incorporen a su forma de vida, a tu universidad que es la proa de la navegación científica del país, a tu México tan carente de ciencia, de pasión por la excelencia como el mejor camino para llegar a la prosperidad, a una mayor justicia social, porque la excelencia la compartirás con tu familia, con tus amigos, la llevas dentro para quien quiera tomarla. Yo te voy a acompañar y habré de recordártelo tantas veces como sea necesario; sí, señor rector, tu verdadera misión es ésa, buscar que la excelencia prive en la Universidad, pero no nada más en los mandatos de ordenamientos legales, que prive en la mente de los universitarios.
Pero, momento, ese duende tiene la fortuna de no estar dialogando con un académico más, ni con un hábil sobreviviente de las tormentas universitarias, ni con un dogmático del signo que se quiera, tampoco con un “grillo” de los que pierden la vida hablando de lo que ellos mismos no entienden, ese duende le habla a un ser humano particularmente sensible, comprometido, inteligente, y que, quizá por sus orígenes familiares armenios, no le tiene miedo al riesgo. No es que Sarukhán no haya medido permanentemente el lance de sus acciones, es la prioridad en que lo sitúa la que marca la diferencia. Por supuesto que en la vida hay riesgos, en la versión de nuestro notable rector hay que asumirlos, encararlos, vencer con la palabra, con la razón, con el diálogo, y si todo ello no funciona, el verdadero luchador estará buscando la mejor de las armas en toda su panoplia para la próxima batalla, para defender la misma causa. Pero es difícil imaginar a un luchador en José Sarukhán, encerrado en esa figura amable, educada que no muestra el hierro, un ser atípico en nuestra fauna política, me imagino que para muchos es poco confiable pues no pertenece a un partido, a un grupo, a una ideología, a una tribu, todas ellas militancias que limitan en la capacidad de entendimiento libertario. ¿Cómo confiar en un alma libre, sin anclajes ni compromisos horizontales? Él sólo tiene uno y su duende se lo recuerda si es necesario: excelencia.
Sarukhán admite al riesgo como parte de su nueva existencia: desde su primer acto como rector designado, cuando dio una conferencia de prensa en un ambiente enrarecido y sabiendo que un sólo error podría generarle una marejada, pero no la rehúye, si ha de ser, que sea. Esa actitud, de nuevo, se convierte en su forma de entender el gobierno universitario. No van a amedrentarme, iré a donde tenga que ir, caminaré por la explanada de rectoría las veces que me venga en gana, exponiéndome a que alguien me increpe o me insulte, iré ganando la Universidad metro a metro, escuela por escuela, facultad por facultad, hasta que pueda yo caminar por toda la institución y dialogar viendo a los ojos a los que son mis compañeros de travesía. La tripulación es enorme y hay de todo, personas que valen su peso en oro y malandrines como los Thénardier que se reproducen en la tenebra y viven para ella, tal y como los retrató Víctor Hugo. Por supuesto, dice Sarukhán, sé de la existencia de quienes quieren un motín a bordo. Quienes viven de imaginarlo y fraguarlo, y tendré que convivir con ellos. Nadaré entre todo tipo de sabandijas, con todo respeto a los insectos y desprecio a los seres humanos que han dejado degradada a la especie.
Desde mi toma de posesión decidí que mi gran herramienta sería la palabra, sé a quién confiársela, sé quién paga con la misma moneda y quién no. La palabra será durante toda la vida de Sarukhán, rectoría incluida, la gran herramienta de trato humano. Si alguien es impreciso por voluntad, si alguien calla cuando debe decir, si alguien tergiversa, peor aún, si alguien miente con la intención de dañar, eso deberá quedar en la memoria del ser público en que se convierte Sarukhán. No es venganza, es realismo puro. Con esa moneda medirá al portero, al elevadorista, al secretario particular, a su staff, a los secretarios de Estado y a los propios presidentes de la República. No extraña entonces que haya encontrado en Miguel Limón Rojas la misma tesitura de valoración vital hacia la palabra. José Sarukhán empieza así a incrementar su muy propio archivo de personas totalmente confiables y las miserables ahogadas en su labia. Muchas de las decisiones que Sarukhán toma a lo largo de sus dos periodos están basadas en esa sutil medición de la cual el interlocutor no se da cuenta. Sarukhán aquilata las palabras, las subvierte, las revierte, se entretiene con ellas, pero nunca pierde el sentido último de éstas: expresar lo que se piensa, decirlo con honestidad. Pensar honestamente se refleja en poder hablar con el mismo mineral.
Ese instrumento se complementa con la extraña cualidad de su mirada. Es desde esos ojos que lo acompañan en la vida que Sarukhán puede detectar el amor infinito de Adelaida, o al presidente que lo está traicionando. Sarukhán fija la mirada, lo cual, diría Montaigne, es una forma de poner el alma por delante. Sarukhán parpadea para darle espacio a su interlocutor y permitirle que encuentre su mejor arma para una situación. No miente ni sabe mentir, no engaña ni se deja engañar, y con sus dos potentes armas guiadas por la razón es capaz de doblegar a cualquiera. En ese sentido es un hombre muy poderoso. Pero entonces Sarukhán no tiene nada que ver con lo que hoy concebimos como un político. Así es, e hizo mucha política, interna con los cuerpos colegiados que conforman el muy peculiar gobierno universitario, política con los líderes estudiantiles del Consejo Estudiantil Universitario (CEU), política con los gremios universitarios que pueden ser tan complejos como una orquesta de gran dotación, política con sus pares, rectores de otras universidades, política con los secretarios de Educación, en particular de Gobernación, de Hacienda, de Programación y Presupuesto en su momento, y también con el regente de la Ciudad que merece capítulo especial. Hizo política de primera en un país gobernado por la mezquindad y la pequeñez.
Pero dijimos que estamos ante un libro excepcional, y es excepcional porque toda la labor política de José Sarukhán la llevó adelante con herramientas de trabajo, que son lo menos común en nuestra vida pública ¡y fue muy exitoso! Quiere decir entonces que no se necesita arrastrarse por el fango, mentir, engañar, llenar de falsedades, traicionar a personas y principios para poder ser un político muy eficiente. Eso hace de este texto una pieza de teoría política, es el retrato, autorretrato de un “bicho” raro, y digo bicho por aquello de que andamos entre biólogos, un bicho hasta ahora no clasificado. Maquiavelos y Savonarolas resultan demodés y bastante inútiles en pleno siglo xxi. Hay otras formas de hacer política y José Sarukhán las encarna. Por eso éste es un libro extraordinario, porque estamos ante él gozando de su bonhomía y disfrutando de su enorme habilidad, de la cual apenas habla. Veamos, ¿de cuándo acá la emoción de servicio, la que puede llevar a las lágrimas, esaceptada por un político? Lágrima es igual a debilidad en el lenguaje de los pedestres. Salvo en Barack Obama, que también se cocina aparte y sabe llorar cuando la situación lo merece. Si los políticos no se emocionan con lo que hacen, con aquello que afecta la vida de las personas, de las familias, de sus compatriotas, ¿qué tipo de seres humanos son, o serán marcianos? Sarukhán confiesa su emoción en varios momentos, y quienes hemos tenido el enorme privilegio de tratarlo sabemos que esta emoción surge cuando un estudiante de escasos recursos puede acceder a las mejores posiciones, aparece cuando el rescate de un entorno ecológico hace que los corazones palpiten de manera más acelerada. Sarukhán se emociona no sólo con los premios, las grandes distinciones internacionales y nacionales que ha recibido, se emociona con los hechos cotidianos que están retratados en el texto, la visita a un plantel olvidado, el rostro de un estudiante, esa es la emoción de servicio quetanto extrañamos.
Qué político confiesa haber sentido “mariposas” en el estómago, “mariposas” por no decir resquemor, “mariposas” por no decir angustia, “mariposas” porque al fin y al cabo es un biólogo. Qué político de hoy nos confiesa con toda claridad los personajes públicos con los que tuvo discrepancias serias y lo escribe con nombre y apellido, para que no quede duda, y no son personajes menores: Octavio Paz, Ernesto Zedillo, Manuel Camacho, Gastón García Cantú, para dejar al lector una botana de los incidentes. Cierto, todo ello vienenarrado en un tono gobernado por la ecuanimidad, sin el menor resentimiento, simplemente mencionando los disparates como el de escuchar que un científico no puede comprender la complejidad de las humanidades, o ser anfitrión entre maledicencias de los invitados, entre ellos el presidente y su esposa, sin perder la compostura. Pero ahora si me pierdo en un país en el que la parafernalia hace pensar a quien la usa que ha crecido en su interior, el diamante de Sarukhán nos relata con toda tranquilidad cómo tuvo que conducir su coche, actividad que por cierto realiza con gusto y con frecuencia, hasta Los Pinos para enfrentar a un póker perfectamente armado para echar abajo su programa de cuotas justas y justicieras. Ahora se desplaza como Fittipaldi en un Prius híbrido del cual conoce todos los laberintos del ahorro energético.
Qué personaje nos relata con toda llaneza lo que fueron sus fracasos y lo hace sin rodeos: en esto fracasé. Pero ese mismo personaje nos cuenta con toda tranquilidad y fruición cómo va fraguando, muy lentamente, su gran ilusión, ambición, sueño, de dotar a la Universidad de un sistema de bibliotecas dignas, equipadas, que propiciarán, por supuesto, el acto de la lectura, pero algo aún más valioso: el encuentro del lector con el silencio, con la concentración, con la soledad deseada, con la búsqueda individual única e irrepetible. Líneas, páginas, capítulos, Sarukhán se emociona de recordar lo que gracias a la fortuna y tenacidad administrativa se fue constituyendo en uno de sus grandes éxitos. Borges lo asalta: “Siempre imaginé que el paraíso sería algún tipo de biblioteca”.
Es curioso, se podría pensar a José Sarukhán como un hombre crecido entre tradiciones, familiares, comunitarias, e incluso dentro de los troqueles de la más rígida academia. Pero su realidad es totalmente otra, José Sarukhán se alimenta de la modernidad, cree en ella como producto de la razón sustentada en los hechos. Fue ese impulso a la modernidad el que lo llevó a romper fronteras y estudiar una disciplina vinculada con el medio ambiente y el entorno, que en sus días de estudiante era poco menos que popular. Modernidad porque al regresar a su Instituto, donde por cierto tuve el honor de conocerlo en los años 80, no tuvo empacho en cambiar moldes administrativos, formas de proceder académicas, vamos, lo que fuera necesario para llevar a su disciplina a la última frontera. De nuevo el duende embajador de la excelencia que no acepta contraargumentaciones, estuvo allí incansable. Ni excesos administrativos ni pretexto alguno. Excelencia ahora, excelencia siempre. Más allá de los laberintos burocráticos, hay algo aún más resistente: “Nada le cuesta más trabajo al ser humano que ir de una costumbre a otra”. Llevar la excelencia a la mente de los universitarios debehaber sido una odisea.
Pero José Sarukhán es más que un científico de avanzada, es un hombre que cree en la modernidad como forma de convivencia de los seres humanos. Por eso su voz siempre es educada, con sus subordinados, con el mesero que atiende en un restaurante, con un conductor, con todos. Esa voz educada habla del autocontrol que tanto invocó Elías Canetti como parte de una muestra de autocontención que es la civilización misma. José es un hombre profundamente civilizado, se puede enojar, puede estar furioso, pero es incapaz de agresión alguna, sí de algunos exabruptos como decir en un programa de televisión en vivo que aceptar los transgénicos era tanto como bajarse los “chones” frente a las transnacionales. Ese hombre educado, educadísimo, no se pierde en las delicadezas de las buenas maneras. Sabe para qué sirve el poder, dónde debe utilizarlo y dónde no es opción, no le tiembla la mano en calificar con las palabras más duras a quien considera que lacera a su país o a la institución a la que entregó su vida. Los verdaderos “dueños” de la Universidad deben de ser los profesores, los investigadores, no los grupúsculos, gremios que a través de diatribas y amenazas tratan de apoderarse de la Universidad.
No hay concesiones para las burocracias universitarias que desfilan en una hilera interminable como las mejores personificaciones de la resistencia, del conservadurismo, que lo único que saben es seguir siendo lo poco que son. En ese desfile aparece un expediente oscuro que ningún rector se había atrevido a ventilar. Todos los que hemos trabajado en rectoría sabíamos de un área que atendía directamente al rector, cuyos objetivos eran poco definidos públicamente, pero que decían servir a una entelequia llamada “control político”. Su nombre Secretaría auxiliar, Secretaría de rectoría y otros. Pero no cabe duda que al rebasar la capacidad de hacer públicas sus actividades incursionaron en territorios indignos para la Universidad. Sarukhán lo dice con claridad, nada de “navegar en la ignorancia”, pero tampoco la candidez de pretender control sobre actores cuyas coordenadas se encontraban en otra parte, actores que, como bien lo dice el exrector, se presentaban colgados de hilos en sentido literal y metafórico, de alambres, que desaparecían en la tramoya, auténticos títeres que sin embargo engendraban, en palabras de Sarukhán, “carne de cañón” para intereses particulares. Sarukhán desnuda ese entramado de hacer política con la Universidad. La Universidad tiene y debe hacer política, su carácter nacional deviene en el involucramiento de los debates nacionales. Pero una cosa es dar la cara en la plaza pública, fijar posiciones, esgrimir argumentos, información y otra muy distinta recibir órdenes y dineros para servir a las intrigas de los políticos en curso.
¿Qué ayudó a que ese ser excepcional no perdiera el equilibrio personal? Estoy convencido de que en parte es el humor enraizado, como cuando temeroso de la entrada de ProVida a destruir una exposición gay en el Museo del Chopo, se imagina el acto vandálico con más estruendo que Mussorgsky frente a los “Cuadros de una exposición”; o la recomendación de ese gran científico que fue Arturo Rosenblueth que al referirse a Salvador Malo, uno de los más cercanos colaboradores del rector, le escribe una nota en la que le asevera “Salvador es salvador y Malo es buenísimo”; o cuando recibe en la Unidad de Seminarios Ignacio Chávez a su “Alteza Real”, el príncipe Felipe de Borbón, y saliendo éste, el grupo decide enmendarle el título y en lugar de su “Alteza Real” sustituir su designación por su “Altura Real”.
En plena soledad me veo en la cama al leer que en la lista dada a conocer por rectoría para suceder al rector Carpizo faltaba el nombre de José Sarukhán, tal y como había sido acordado. En su lugar apareció un extraño personaje que nadie conocía, una doctora Josefa Lucán y su equipo razonó hasta llegar a la conocida conclusión: como dice el propio Sarukhán, fue la primera ocasión en que en la alteración de su nombre aparecía también la alteración de su sexo.
Me recibió con su pipa encendida, me miró con el ceño cuestionador y no era para menos, llegaba yo a proponerle fórmulas para reducir a los becarios que se encontraban en el exterior. Corrían los fatídicos inicios de los 80 y Sarukhán era director del Instituto de Biología. No era un capricho administrativo, aquello de las devaluaciones drásticas afectaban directamente a nuestros estudiantes en el extranjero. Era una labor muy ingrata. Con casi todos los directores había yo tenido éxito en tanto que siempre había algo que podía reducirse o sustituirse con estudios en México. Con Sarukhán fueron varias sesiones, hueso difícil de roer; él fumaba su pipa, no me quitaba la mirada de encima, yo un imberbe frente a un señorón, y a pesar de mis amplios documentos y explicaciones verbales de que el recorte debería de tocar a todas las instituciones, ese hombre se defendió como un felino, se salió con la suya. Argumentó de una manera tan paciente, tan sólida y tan respetuosa, que no pude más que salir aceptando el touché, muy elegante touché, perdí la batalla, fue la derrota más gozosa que tuve en ese periodo. Llegué a mi casa a comer y le dije a Beatriz, mi compañera de vida: He conocido a un hombre que ojalá algún día sea rector. Mi apreciación puede parecer vanidosa y temeraria, pero es que Sarukhán encarna uno de los más altos valores destacado por Baltazar Gracián: la templanza. Fue esa templanza la que me sedujo, la que lo convirtió en un gran académico, un orgullo de nuestro país, tan necesitado de ellos, por esa templanza pudo ser un rector firme desde los huesos de su conciencia, si es que algo así existe, fue esa templanza la que le permitió sortear a los gobiernos federales. Por eso éste es un libro excepcional, porque estamos ante un hombre excepcional.
Pero esta nota sería ingrata, muy ingrata, sin mencionar un rasgo vital de José Sarukhán, de los Sarukhán. Digamos que es sábado y se encuentra de vena, José puede llegar a nuestra casa, en su Prius con una bolsa de papel de estraza en la mano. Su contenido es todo lo necesario, cuchillo incluido, para preparar, él mismo y sin ayuda de absolutamente nadie, una versión muy elaborada y deliciosa de un postre de naranjas con canela y vermut, inolvidable.
Supongamos otro fin de semana en el cual Adelaida, su incansable compañera, motor y crítica sin concesiones, espléndida cocinera, ha preparado unas viandas selladas por su origen armenio que reciben explicación puntual de la pareja, pero llegado a un punto, José se levanta y emprende su travesía culinaria en solitario. Helados, nieves preparados en el Rolls Royce de cocina con mezclas de una sutileza y algo de herejía. El gozo es simple, delicioso, absorbente al grado de que acaba con cualquier conversación: lo primero es lo primero. Lo demás puede esperar. Gozos sencillos, delicados de Adelaida y José que retratan la sencillez de su alma.
Cómo pudieron mantener los pies en la tierra frente a una vida política tan intensa, quizá precisamente porque se sabían prestados, y nada más prestados. Y ahora los abuelos sin fronteras, reinventados y muy activos, siguen metidos en sus grandes pasiones. ¡Qué lección de vida! Porque la eminencia, el exrector, fundador de la Comisión Nacional para el Conocimiento y Uso de la Biodiversidad (conabio) y miembro de la Royal Society, podría convertirlo en un ser infumable, de esos seres con los cuales no quiere uno compartir ni medio cacahuate. Pero los Sarukhán son una deliciosa compañía, todos ellos generosidad y bonhomía, lo que tienen, conocimiento o helado, lo comparten para gozo de los otros.
Pero entonces, ¿qué hacemos con ellos? Por supuesto admirarlos por su trayectoria, pero sobre todo, ver a Pepe a los ojos, escuchar detenidamente sus palabras que nunca sobran, y dejar que nos abracen en su templanza. Quererlos, reír y llorar con ellos.
Un abrazo cerrado. EP
Federico Reyes Heroles es fundador de la revista Este País.