#CuotaDeGénero: Área gris verde
I.
Digamos que el azul es un polo y el amarillo el otro. Sur y norte. O norte y sur. O este y oeste. O viceversa. Da igual. Y digamos que existe un área gris que es todo lo verde, su punto culmen, el esmeralda, de lo más amarillento a lo más azulado. Pongamos que un asesinato es el azul. Y que una caricia consensuada es el amarillo. O viceversa. Imaginemos que en esta área hay hombres y mujeres. Todos juntos. Las mujeres no son azul o amarillo. Tampoco los hombres. Pensemos que el verde más verde es eso que no podemos comprender y mejor callamos. Los colores son acciones. La luz que vuelve posible ver los colores es la sociedad. Y nuestros ojos son los nuestros. Los que tienen trabajo para distinguir colores. Los que transmiten el daltonismo o lo padecen. Los que ven en el azul lo frío y en el amarillo lo cálido. Nuestros ojos son los nuestros.
A veces un verde es más difícil de explicar que un gris. Para unos es turquesa para otros, verde perico. El área verde digamos que es el acoso.
2.
Todas hemos sufrido acoso en la vida. No quiero volver a mi infancia o adolescencia pasando por metro Copilco temerosa de los policías estacionados, sino saltar hasta los 22 años, cuando acababa de salir de la universidad.
Tampoco quiero ser muy específica en los contextos, porque poco me interesa hacer públicos ciertos nombres. No por protegerlos a ellos, sino a mí. Y porque lo que me parece más importante es dejar las ideas claras. Y los nombres al ser nombrados, sobre todo cuando son de hombres poderosos (o con cierto poder), terminan ahogando el mensaje. A mí me importa más de momento el mensaje. O las ideas. Precisamente porque en estas áreas grises o verdes es imposible hacer justicia (desde el Estado). Pero al recrear y describir las acciones, las desnormalizamos (un poco). Al nombrarlas las hacemos visibles. Y algún tipo de justicia se hace. Aunque sea poética.
c.
Pasó hace casi diez años y yo aún no me atrevo a decir su nombre. Llamémoslo el Editor. Conocí al Editor en un curso hace muchos años.
Un par de meses atrás cenaba con amigos. Todos hablaban de la participación del Editor en libros, en proyectos, en ferias. Y yo sentí que quería vomitar. Me di cuenta de que es imposible no encontrármelo en el mundo. Pero creo que lo que me revolvió el estómago es que prácticamente todos en esa mesa sabían lo que había pasado entre el Editor y yo. Así que mejor me levanté al baño en lo que cambiaban de tema.
Por eso aquí, once años después, y muchos intentos fallidos de deshacerme de este sentimiento, entiendo que no es mi intención denunciar al Editor, porque no hizo nada que esté penado, sino entender por qué sigo con la experiencia atorada hasta hoy.
4.
En 2017, en un taller de narrativa, el ejercicio consistía en escribir un chisme. Éramos seis personas. Conocía a una de las alumnas desde hacía más de una década. De la maestra y de otro compañero era amiga desde un año atrás. Al resto nunca lo había visto.
No se me ocurría nada. En eso recordé la anécdota del Editor y con la sangre bullendo empecé a escribir desenfrenadamente en mi cuaderno. Sabía que eso no era exactamente un chisme, pero seguí. Tal vez con el tono de chisme al fin podría deshacerme de la historia. De lo que me provoca recordarla o contarla. Como éramos pocos, dio tiempo de leer lo que cada uno escribió.
No creas en todo lo que dicen de mí, me pidió. Yo soy el mejor editor del país. Yo soy El Editor.
El Editor no dejaba de escupirme cuando hablaba. Escupía mucho, pero también estaba demasiado cerca de mi rostro. Había llegado casi una hora tarde a la cita. Me saludó demasiado efusivamente. Llevaba un par de semanas de conocerlo y me había pedido que hiciera la corrección de estilo de un libro. Me di cuenta de que había tomado mucho. Antes de entrar a su casa, me pidió que lo acompañara a la tienda por cerveza.
No me voy a quedar mucho, le avisé, queriendo irme en ese momento. Sólo explícame qué textos quieres que transcriba y me voy.
Llegamos a su casa y me dio un tour no pedido. Nos detuvimos en el estudio y me mostró los libros con los que íbamos a trabajar.
Yo creo que mejor me los llevo y los transcribo en mi casa.
Estos libros no salen de aquí, me dijo con otra voz. No viniste a trabajar hoy.
¿Entonces a qué vine?
Me invitó a hablar del proyecto en el comedor. Pero en vez de eso, me condujo a su cuarto y sin prender la luz me susurró al oído la trillada frase: Aquí es donde la magia sucede. Lo tenía parado atrás de mí, bloqueándome la salida. No me moví hasta que se quitó y me dejó pasar hacia el comedor.
Sólo está un poco borracho, pensé. Las veces anteriores no se había portado así, nos habíamos llevado bien. Nos sentamos frente a frente, con la mesa entre nosotros. Pero cuando se levantó por otra cerveza, de regreso movió la silla y quedamos cara a cara.
No creas lo que la gente dice de mí, me repitió.
Nadie me había hablado de él. Me alejaba poco a poco hasta que ya no podía hacerme más atrás.
Eres muy cerrada. Ábrete a las posibilidades, me sugirió escupiéndome una a una las palabras pronunciadas cada vez más cerca de mi cara mientras hablaba y yo no podía alejarme más. Déjate ser, su mano sobre mi pierna, paseándola de mi rodilla a mi muslo. Su cara a unos centímetros de la mía.
Me hice de piedra.
Se enojó. ¿Por qué eres tan cerrada?, carajo, ¡suéltate!, y se tomó de hidalgo lo último de su cerveza y revisó su celular. Se perdió momentáneamente el tema. Quitó su mano de mi cuerpo y se alejó de mi cara.
El Editor siguió hablando en un monólogo que lo condujo, como quien toma la salida equivocada en un distribuidor vial, al infierno. Me habló de sus trabajos. De sus amigos. De su familia. De lo que le dolía. De lo que había perdido y lo que aún tenía. Lloró. No sé por qué lloraba. No me acuerdo. Sólo sé que comencé a sentir una mezcla de lástima y miedo en una simultaneidad aterradora. Quería irme de ahí pero me dolía verlo triste. Me sentía humillada cuando me decía que era una cerrada, y a la vez notaba que quería provocarme a demostrarle lo contrario. Y yo no podía. No quería. Cada segundo él me daba más asco.
Cuando habló de su hija, le pregunté qué edad tenía. Tenemos la misma edad tu hija y yo, le hice ver. Sólo entonces se hizo para atrás. Como si al fin me viera diferente. Al poco tiempo al fin me pude ir.
Durante el trayecto de regreso a mi casa, trataba de entender qué había pasado. Me daban lástima él y su tristeza. Pero me sentía yo también extrañamente fuera de lugar. Si nada había pasado al final, ¿tenía sentido sentirme descolocada? ¿Seguir con la sensación de que no tenía control de mi cuerpo ni de mi voluntad?
Era claro que no quería seguir trabajando con él, pero sabía que sería más incómodo tener que confrontarlo a simplemente continuar en el proyecto. ¿Perder el trabajo o aguantarme? Cuando al día siguiente, el Editor me llamó por teléfono, arrastrando las palabras otra vez, renuncié. No se acordaba de nada, pero me pidió perdón. Me dijo que me debía dinero de la corrección. Yo sólo le pedí que no me volviera a contactar jamás.
Me siento muy apenado, fue lo último que dijo. Y colgamos.
VI.
¿Cómo perdonar a alguien que ni si quiera sabe qué te hizo? ¿Una disculpa así es una disculpa o un comodín para salir del camino? Si él me pide perdón aunque no recuerde nada, ¿me está dando la razón? ¿Lo que necesito es una disculpa? ¿Sirve de algo si no sabe por qué la pide? ¿De qué tenemos derecho a hablar y por qué callamos?
Si un árbol cae en el bosque y nadie lo escucha, ¿el árbol realmente cayó? Si el Editor no recuerda nada, ¿el hecho ocurrió o no? Si sólo existe mi versión, ¿ésta es válida o verdadera? ¿Qué es la verdad?
De vuelta en la clase y en 2017, la maestra me preguntó por el nombre del Editor. Y lo dije. Lo nombré frente a toda la clase. Me dijo que ella conocía otro par que cabrían perfecto en esa misma descripción. Y remató diciendo: Sí, así es él.
Sí, así es él, anoté más abajo. No me enoja que me haya tocado la pierna solamente, sino que haya abusado su posición de poder. Y la manera que encontré de neutralizar esa violencia fue quitarme de esa jerarquía. Anularme. Renunciar. ¿Pero salir perdiendo es la única solución?
En clase conté que llevaba muchos años queriendo escribir algo al respecto pero nunca encontraba el tono ni las palabras adecuadas. Que me importaba mucho hablar de cómo dejar de normalizar esta violencia. Que quizá publicaría algo en la columna digital que tengo.
A continuación los demás alumnos leyeron sus chismes. Menos una. La compañera que conocía desde hacía una década. Ella inventó un texto cualquiera porque no le gustaban los chismes, aseguró. Siempre evitaba meterse en ellos por malas experiencias. Deberías hablar entonces de esas malas experiencias, le sugerí. Pero ya no dijo nada.
VIII.
Chisme le decía mi abuela a las cosas que no sabía nombrar. Pásame el chisme ése. Un chismesito con el que oyes mejor. El chisme que le echas a las plantas para que florezcan. Cuando le conté a mi amigo el Pávido, con quien me reúno a chismear, el chisme de que había terminado con mi novio, me dijo: Eso no es un chisme, eso es una noticia.
9.
A la mañana siguiente del taller, tenía una solicitud de mensaje de Facebook de la noche anterior.
DOM 19:42
Perdón que te escriba, Abril. Me enviaron un mensaje anónimo que hoy en un taller de narrativa hicieron un ejercicio sobre experiencias personales y que a partir de esos ejercicios mencionaste que quieres hacer un escrito y publicarlo en el periódico sobre que yo te acosé en mi casa. Me preocupa el daño que genere a mis hijos y nieta y las implicaciones jurídicas. Esa situación me pone muy mal, ya que hace un año y medio me operaron. Puedes preguntar a Equis Persona de mi situación de salud. Sólo eso te quería decir. Y si te ofendí te pido una disculpa profunda. Saludos.
Abril, sólo pienso que te debo una disculpa y pienso en todos los problemas que se van a generar: familias, trabajos, situaciones de convivencia social. Y mucho daño a mí en todos los sentidos y nuestro medio. En fin, siento que metafóricamente me vas a enterrar. Una disculpa por escribir lo que pienso que me va pasar.
No sé qué hacer para parar esta situación. Es pedirte perdón con sinceridad. Y tú dime qué puedo hacer…
DOM 22:17
Abril. Por favor, te suplico pares esta situación de escribir. Te pido perdón. Por haberte incomodado y poner mi mano en tu pierna. Lo lamento en verdad.
j.
Cuatro mensajes casi al hilo sin que yo dijera nada. Una súplica creciente sin que yo lo hubiera amenazado nunca. Me empecé a sentir amenazada yo. Desde el momento en que vi su nombre. ¿Por qué me tenía tanto miedo? ¿A cuántas personas ha dañado?
No respondí. Sólo tenía claras dos cosas: 1) No se acordaba de ese día ni tenía idea de por qué me pedía perdón. 2) Alguien en el taller había roto un pacto que yo supuse que existía en ese tipo de espacios.
Le escribí a las tres personas que conocía del taller. Si había sido alguien más, alguien desconocido, ¿tendría más derecho de acusarme que si era alguien conocido, alguien a quien yo considerara mi amigo? Por lo menos sería menos doloroso. ¿Estaría entre esas seis personas un pariente, un amigo, una pareja del Editor a quien le importara más él que la confianza presuntamente pactada durante el taller?
Abril: Persona 1, ¿fuiste tú?
[captura de pantalla del inicio del mensaje del Editor]
Persona 1: No, ¿por qué? ¿Qué pasó?
Abril: Persona 2, ¿fuiste tú?
[captura de pantalla del inicio del mensaje del Editor]
Persona 2: Ahorita te llamo, no fui yo.
Abril: Persona 3, ¿fuiste tú?
[captura de pantalla del inicio del mensaje del Editor]
[visto, 10 minutos]
Abril: Veo que ya leíste el mensaje y sé que quizá vienes manejando, pero con todo, no sé cómo interpretar tu silencio. Yo te conté eso en un ambiente de confianza. O eso creí. Además de que Persona 2 ya me dijo que no fue, no se me ocurre quién más podría haberle dicho más que tú. Pero prefiero preguntarte y ojalá seas sincera en esto.
Persona 3: Abril. Voy manejando. Dame dos minutos.
[visto, 12 minutos]
Persona 3: Listo. Sí, fui yo. Y me costó mucho trabajo decidirme, pero al final, lo hice. Llevo varios meses trabajando con él, hace mucho que lo conozco y desde entonces, sólo ha sumado cosas a mi vida, justo el sábado comí con él. Como le dije, no quiero saber si es cierto o no. Sólo lo puse en antecedente para lo que viene. Espero que tu nota te dé lo que buscas. Entiendo que estés molesta. En serio. Pero tú sigue con el impulso de escribir tu experiencia, publica la nota… lo demás es sólo cuestión de tiempo. Sabía que esto podía pasar y tomé el riesgo. No te detengas, Abril. Si quieres, lo hablamos en persona.
l.
Me sentí como cuando alguien te gana el lugar de estacionamiento que llevabas esperando diez minutos. Cuando ese alguien te mira de frente y lo sabe y te sonríe. Y no le importa. Me quedé como idiota ahí parada, en pausa, con esa sensación de que perdí algo, sin poder hacer nada. Impotente. Pasada por encima. ¿Cuáles eran mis opciones? No moverme. La persona se desabrocha el cinturón y se baja de su carro. Pasa cerca de mí. Si quieres lo hablamos en persona. Se aleja y mientras tanto decido irme al fin. Sin rayarle el coche. Sin escupirle mientras pasa por mi ventana. Sin chocarle su coche a sus espaldas. Sin atropellarla. Porque sería como hacérmelo a mí. Sólo quiero alejarme ya, del lugar y de esa persona. Rezar por no volverla a ver. Aunque lo más probable es que me la encuentre en poco tiempo, en cuanto al fin estacione mi coche y llegue tarde a donde iba. Porque seguro ella iba al mismo lugar. Y es más difícil volver fantasma a una persona que sabes que ha vivido lo mismo que tú, pero que prefiere ignorarlo. Y tú no eres nadie para gritarle. Hay que salvarse uno mismo.
12.
Abril: No. No tenemos nada que hablar. Lo bueno es que tú nunca haces chismes. Me pudiste haber dicho a mí antes. Pensé que éramos amigas.
Persona 3: Tienes razón. Te debería haber dicho que lo iba a hacer. No hice un chisme porque lo que tú dijiste es verdad. Y se lo dije al protagonista. Si se lo hubiera dicho a “todo el mundo” eso sería distinto.
Abril: Lo que él me dijo y reclamó era algo totalmente tergiversado. Y te lo dije en confianza. Y ni entendiste bien mis intenciones. Dite a ti misma lo que necesites para dormir tranquila. Por favor ya no me contactes. No quiero saber nada de ti.
n.
Hay que saber cuándo callar. Y cuándo hablar. Nunca estaremos seguros de quién te agrede. De lo que dijiste. De nada. Somos daños colaterales. La diferencia de un chisme y una noticia es que el chisme desfigura los hechos por la emoción de contarlos. El chismoso cree que existe la verdad. Quien busca la objetividad sabe que la verdad no existe, que sólo hay aproximaciones. Y se hace cargo de lo que es suyo.
14.
MAR 18:37
Editor: Lamentablemente Persona 3 tergiversó totalmente lo que ocurrió en el taller. Me das igual: tú, tu familia, tu salud. Son asuntos tuyos. Tu nombre ni lo mencioné en el texto que escribí, lo mencioné en lo que creí que era un ambiente de confianza que Persona 3 rompió. Veo que no recuerdas nada de lo que pasó en tu casa y eso es lo que me parece más grave. No tienes ni idea de la cantidad de veces que has dañado a otros y todavía te atreves a echarme la responsabilidad de las consecuencias de tus propias acciones. Lo único que no quiero que olvides es que en ese entonces te pedí y te reitero que no me contactes. Yo no quiero tener nada que ver contigo y por lo mismo jamás mencionaría en una publicación tu nombre. Por favor déjame en paz. No quiero yo tener que preocuparme porque me agredas de algún modo otra vez.
15.
Al fin le respondo. Ya no quiero seguir en silencio. Lo primero que quiero es que el Editor ya no me hable. Que se quede tranquilo para que no vuelva a buscarme. Decirle que su nombre no es importante. Quienes le dan trabajo, quienes deciden trabajar con él, quienes saben que hace lo que hace, conocen su nombre. Y tampoco importa.
Sí, ya se que el Editor tiene también un lado bueno. Todos tenemos un poco de todo. De lo contrario, no habría terminado esa tarde en su casa confiando en que íbamos a trabajar. Todos somos personas. Pero pensar que porque no te tocó a ti personalmente, la violencia no existe, es ignorar el problema. Voltear a otro lado, ser testigo desde la periferia del bosque. Que se quemen todos. Yo sólo estoy mirando.
No quiero disculpas. Ni que se muera. Ni que deje de trabajar. Ni tener que estarlo evitando yo en todos los contextos posibles.
Lo que quiero es que tipos como el Editor paren. Quiero que mujeres como Persona 3 entiendan por qué hay cosas más grandes que los hombres que sin memoria ni arrepentimiento alguno violentan a quien esté a su paso. No, no quiero disculpas.
Quiero que sea visible que el problema no es que un jefe le agarre la pierna a su colaboradora, que un hombre piense que tiene derecho sobre el cuerpo de una mujer, que no la deje irse y la haga sentir atrapada. El gran problema es que todo esto, en nuestra sociedad, no se considere un problema.
El problema no es que el Editor me pida perdón sino que me exija silencio. Que me calle porque le afecta a él. ¿Callar a alguien es violencia? El problema es que crea que sería yo quien dañaría a su familia. ¿Manipular con el discurso es violencia? El problema es su incapacidad de ver que son sus propias decisiones las que dañaron su salud, su relaciones personales. ¿No hacerse responsable de sus acciones ni de su familia es violencia? El problema es que use de pretexto su vida y su muerte y las ponga en mis manos, en la consecuencia de mis palabras y no de sus actos. ¿Hacerme responsable de su vida, voltear la moneda, es violencia? El problema radica en que mi decir siga siendo más grave y traiga peores consecuencias que su hacer.
¿Qué es violencia? No lo sé. Yo lo llamaré violencia a falta de otra palabra. Intimidación. Manipulación. Violencia.
¿Qué quiero? Que personas como él dejen de violentarnos y entiendan por qué es violencia. Que la violencia deje de ser un extraño sentimiento de descolocación. Que no me calle él ni nadie cuando nombro el mundo. Que se respete mi voz y mi vida, la nuestra, la de todas las mujeres a las que diario están acosando, violando y matando en todo el mundo.
Y un primer paso es ver que esa violencia es real y empieza desde esta zona gris o verde a la que nadie quiere verle las partes ni reconocer de qué está compuesta. Porque ahí habitamos todos. Cómoda o ni tan cómodamente. Depende del día.
Y que a causa de todas las complicidades el fuego no se apaga.
Por eso y por ahora la única solución posible parece que es irse una, desaparecer, dejarle al otro el lugar de estacionamiento y llegar tarde a todas partes.
XVI.
Existe un área verde, un lugar que empieza en el azul más una gota de amarillo y termina en el amarillo más una gota de azul. Ése es su límite. Casi nadie habita los extremos, los colores puros. En el fondo, todos vivimos en esa área donde todo es posible. El bien con una gota de mal, el mal con una gota de bien. Y todo lo de en medio. La felicidad con una gota de tristeza, la amargura con una gota de agradecimiento, el sinsabor con tres gotas de satisfacción, el miedo con ocho gotas de confianza, el machismo con seis gotas de respeto, el feminismo con diez gotas de patriarcado.
Vivimos de complacer al otro y a nuestros miedos. Nos quedamos en la comodidad de estar en medio, con la urgencia de movilizarlo todo. En esta área que es punto de apoyo en la balanza de los otros dos polos. Desde aquí tenemos la forma de equilibrar. Romper el silencio desde esta gama de verdes consiste quizá sólo en tener la paciencia de distinguirlos.
Eolo, Amanda Mijangos