#ELECCIONES2018: La elección y sus fantasmas





"...la historia podrá esclarecer el origen de muchos
de nuestros fantasmas, pero no los disipará."
Octavio Paz,
El laberinto de la soledad
I. ¿Modernidad o retorno?
Otra vez el doloroso dilema que nos desgarra desde hace siglos. El desgarramiento trae dolor, porque pareciera que una parte de nuestro ser nacional pugna por liberarse de ataduras mentales, de obsesiones y de dogmas, mientras la otra habla de un edén perdido pero recuperable, de un México glorioso que nos debe dar orgullo y que debemos anteponer —nos dicen— a cualquier espejismo de una modernidad que termina por desvanecerse.
Pero el dilema cruza por una aduana inexorable: la vida, la condición de la vida. Valga una analogía, de las distintas vertientes de la medicina tradicional podemos aprender muchísimo, hay remedios de todo tipo y algunos francamente asombrosos. Pero, ¿qué ocurre si la fiebre no cede, si los delirios nos anuncian temperaturas que pueden dañar el cerebro? Llegamos entonces a un punto de inflexión: por más que respetemos la medicina tradicional debemos aplicar el antibiótico, la penicilina o la alternativa que los médicos —que el pediatra— nos recomienden. La expresión es “debemos”, la primera obligación del Estado es defender la vida misma. Jamás la herbolaria debe cercenar la posibilidad del antibiótico. La obligación de procurar la vida conduce a incluir la modernidad como algo deseable y como fórmula de gobierno.
¿Por qué esa tensión entre el edén perdido y la modernidad nos sigue desgarrando? Es un fantasma muy nuestro. Para muchos países el asunto ni siquiera es debatible, una nación debe buscar la modernidad, esa condición en que la esperanza de vida se eleva, la mortalidad infantil desciende al igual que la materna, la desnutrición disminuye y las condiciones de vida mejoran, en tanto que se tecnifican los trabajos agrícolas y pesqueros, los del sector primario, y disminuye así el número de campesinos que tienen que labrar la tierra, pero la producción aumenta, se buscan los cultivos más adecuados con todo el apoyo que la ciencia y la técnica puedan brindar. Y así esos excampesinos migran a las ciudades y allí encuentran mayor bienestar: vivienda, agua, electricidad, educación, trabajos en el sector secundario y terciario, que dependen menos de su fuerza física.
El tránsito es doloroso y en la ciudad habrá nuevos problemas, pero sabemos que la próxima estación será mejor. La depresión es un horror muchas veces asociado a la urbanización —aunque esto no es del todo exacto, pues en las zonas rurales hay mucha depresión— pero morir de hambre o de una enfermedad gastrointestinal no pareciera una mejor opción. El desarrollo es el antibiótico. El edén perdido es la versión bucólica del México campesino que, por fortuna, ha disminuido para brindar a decenas de millones mayor bienestar. La migración campo-ciudad, el realismo de millones de mexicanos, se impuso al discurso agrarista y bucólicamente irresponsable. La defensa de la vida es obligada.
II. El edén perdido
En la elección de 2018 la idea del edén perdido fue un eje de Morena, pero algo no cuadra.
En 1950 casi el 60% de la población vivía en zonas rurales, hoy es menos del 20%. Ya somos urbanos. La electrificación llega a casi el 100% de los mexicanos. La esperanza de vida ha crecido de menos de 50 años a más de 75, muy cercana a la de un país desarrollado. En esa década, alrededor de la mitad de la población era analfabeta, hoy sólo lo es 5.5%. El nivel general de educación era de alrededor de 2.5 años, hoy rebasamos los nueve. Por entonces, el piB per cápita rondaba los mil dólares, hoy va rumbo a los 12 mil. ¿Edén perdido? En ese mismo año, 1950, casi 60% de los mexicanos trabajaba en el sector primario, con todo lo que ello implica en desgaste físico, riesgos, débil seguridad social y nada de pensiones. Hoy, más del 60% de los mexicanos trabaja en el sector terciario y, a la par, somos el décimo productor mundial de alimentos, con más de 10 productos en los primeros 10 lugares.
El crecimiento de las clases medias es asombroso, el equipamiento de los hogares también: electricidad, agua, televisión, lavadora, radio, coche, y ahora computadora e internet que ya llega al 80% de la población.
Ese edén histórico e idílico nunca existió, era un país hundido en la pobreza y por eso México abrazó, en los hechos, la modernidad de manera muy evidente. ¿Qué nos sucede? ¿Por qué no reconocemos que pocos mexicanos quisieran vivir como sus abuelos, sin electricidad, en chozas, sin drenaje, esperando cosechas traicioneras, sin servicios médicos, con muy escasa educación, atrapados por la marginación social y en ese estado en el que no se participa del cambio? ¿Por qué no discernir, separar racionalmente lo que nos subleva del presente de la carga mítica del pasado doloroso que hemos ido superando? Regresar a esa etapa de desarrollo es, además de imposible, equivalente a regresar a la aplicación de la herbolaria que sabemos no fue suficiente.
Pocos mexicanos encomendarían hoy la salud de sus hijos a un brujo. Es decir, en los hechos sí hemos incorporado la modernidad en nuestra cotidianeidad pero, en algún sentido, nos sigue atrayendo negarlo, porque el discurso de la brujería con sus pócimas mágicas de nacionalismo, de encierro, de improvisación y estatismo, que abanica frente al paciente extraños humos con olor a pasado, es muy exitoso. El fantasma que alienta el doloroso desgarramiento entre pasado y futuro, entre tradición y modernidad, entre magia y ciencia, sonríe después de esta elección. El costo será real, si de verdad se aplican recetas sin contenido científico.
III. Negación es confusión
Lo preocupante de la elección de 2018 no es que la oposición derrote al gobierno, eso era previsible y fue largamente anunciado. Pero sorprende cómo se ha construido esa victoria, pues en muchas vertientes es la negación discursiva de lo que México ha logrado en las últimas décadas y, peor aún, de lo que los mexicanos hacen en su vida cotidiana: comprar automóviles nuevos, televisores, teléfonos, ropa de distinta calidad… pero comprar, al fin y al cabo; usar internet, chatear, ir al cine. El consumo crece históricamente en todas las mediciones, aunque la confi anza del consumidor caiga.
El enojo contra Peña Nieto y el PRI es un asunto menor para la nación y sólo les incumbe a ellos. En cambio, el desprestigio de los partidos políticos, de los legisladores y del quehacer político en general, sí es una emergencia nacional, pues al día de hoy no conocemos una auténtica democracia liberal, en la cual reinen las libertades, que no tenga como cimiento un sistema partidario y una clara división de poderes. La negación de los logros barre con todo. La construcción de instituciones en México ha sido constante: desde el Banco de México en sus distintas fases hasta los órganos reguladores, una exigencia de la globalización. En medio están la Suprema Corte, el INE y las múltiples reformas electorales, sin olvidar a la unam, el imss, issste, la cfe, el ifai y un largo etcétera. La negación en bloque conduce a la confusión.
Esta es otra consecuencia no deseable del fortalecimiento del México precientífico, ese que argumenta que como México no hay dos, que la vida no vale nada, que la familia mexicana es muy unida, que el ingenio del mexicano es insuperable, el que considera que hay una “superioridad moral”, tal y como lo fraseara don Edmundo O’Gorman, esa cultura que rechaza los datos, las mediciones, las comparaciones, es el ensimismamiento, la cerrazón intelectual, la ceguera voluntaria. Sí, es cierto que la apertura del sector agrícola ha provocado la importación de maíz, pero también galopantes exportaciones de frutas, legumbres, cárnicos, etcétera, con ganancias fantásticas.1 ¿Por qué invocar “no hay país sin maíz”, una de las expresiones más retrógradas, que retrata al México guiado por atavismos? ¿Cómo explicar con esa visión que ya somos el segundo proveedor de alimentos de los Estados Unidos? ¿Dónde está atrás y dónde adelante?
¿Autosuficiencia alimentaria? Suena muy bien producir lo que nos comemos, nada más que la hierba no funcionó. Brujería pura, que requiere subsidios brutales y deformaciones económicas que le costaron en bienestar a decenas de millones de mexicanos. El sentimiento nacional también se fractura después de la elección de 2018. La ciencia económica, la búsqueda racional del bienestar, no se aplica cuando se trata de algo tan entrañable como el maíz. ¿Y ahora cómo le hacemos? Porque México no tiene las condiciones de los países septentrionales para producir con eficacia cereales. Podemos adorar al maíz, pero la obsesión ha sido el grillete de millones de campesinos, enfrentados a la realidad de nuestros suelos y cielos.
Es la invención de un “destino artificial”, para utilizar una expresión inolvidable de Samuel Ramos. Hemos desaprovechado nuestros mares, le damos la espalda a nuestras costas, pero nos proponemos ingerir un hongo alucinógeno para creer que somos más fuertes si intentamos producir aquí un cultivo que invade las tierras de otros países, de Norteamérica a África.
La elección también dividió a los mexicanos al imponer esas dos formas de lectura de la realidad. Por un lado, los que desde el pri y el pan se dedicaron a la denostación de Andrés Manuel López Obrador en lugar de comprender que también el curandero quiere curar al paciente. En lugar de proponer fórmulas para ayudar al productor de maíz, desmontando el carísimo aparato de intermediación, criticaron como estupidez la propuesta de reponer los precios de garantía. Del lado de amlo, la brutal falta de estudio, la ignorancia sobre muchos temas como la refinación y la importación de gasolinas, lo llevaron a invocar el edén perdido y a una simplificación irresponsable: la corrupción se barre de arriba para abajo. Como resultado padecemos una fractura, de la cual nos haremos cargo todos.
Un país con un crecimiento por arriba del 2%, con un desempleo en mínimos históricos, con exportaciones galopantes, con fi nanzas sanas, con una deuda y una infl ación bajo control, con inversión extranjera directa en niveles nunca vistos, con reformas como la energética, que promete traer 200 mil millones de dólares y, sin embargo, todo mundo habla de la crisis. ¿Crisis?
IV. La elección emocional
Este asunto es una muestra de la dimensión emocional del proceso. Que los mexicanos se quejaran de la inseguridad y de la corrupción, es racional, ¿pero de la crisis económica?
Que un brujo invoque sus conocimientos para hacernos creer que vamos a mejorar de la noche a la mañana con sus artes esotéricas, es común. El ser humano tiende a buscar alternativas mágicas a sus problemas, la presencia de la magia en la antropología es ancestral y no pareciera desaparecer. El pensamiento mágico ocupa un lugar en la vida en pleno siglo XXI. Pero que la brujería nos lleve a negar realidades es algo muy preocupante. Igual Donald Trump triunfó negando el calentamiento global, lo logró en la primera potencia económica y científi ca del orbe.
Revivir una utopía regresiva no traerá nada bueno; de nuevo, una terrible confusión. Primero, México no viene de un edén, todo lo contrario; segundo, México no ha sido del todo un infi erno en los últimos años. La violencia y la corrupción nos ahogan y con ello basta para darles una patada en el trasero a los gobernantes actuales y buscar alternativas. Esa es la consecuencia lógica y lo sería en cualquier país democrático, pero echar atrás la apertura económica (imaginemos las consecuencias para el consumidor al cerrar la economía, son una pesadilla), buscar la autosuficiencia alimentaria, alentar un ánimo antiempresarial, pretender que el pasado energético fue mejor o querer revertir la reforma educativa, traería enormes costos innecesarios para el creciente bienestar de los mexicanos. De hecho, esos costos podrían dispararse si se quiebra la estabilidad económica, si la deuda crece, si la inflación regresa, si la confi anza en la marcha del país se pierde y la inversión huye, si el turista deja de visitarnos. Es la negación del México que abrazó y abraza la modernidad, de nuevo el México de los fantasmas.
La de 2018 no es una elección más, en tanto que está en juego la fuerza de los fantasmas del México precientífico, en pleno siglo XXI; también la fuerza de los atavismos, de las creencias falsas, de los dogmas que se convirtieron en las armas de la utopía regresiva. No es una elección más porque la traducción del enojo real y justifi cado por la violencia y la corrupción condujo a una plataforma emocional de enojo con el país en lo general y eso podría tener consecuencias muy graves en la vida institucional. Veamos.
Para todo fin práctico no conocemos democracias funcionales y estables sin partidos políticos, ya lo dijimos. El desprestigio de éstos es muy grave, pero el mundo de los llamados “movimientos” es todavía una incógnita. Miremos a Italia, la otrora democracia liberal que ofrecía de todo en su menú político, en manos de una curiosísima alianza de dos movimientos ideológicamente contradictorios que imponen a un desconocido al mando del gobierno, para después trasladar el mando real a los líderes de los movimientos. ¿Qué será de ese experimento? Lo mismo ocurre con Morena, donde Manuel Bartlett convive con Tatiana Clouthier. No es un arca de Noé que salve a las especies, es un tráiler desbocado que subió a serpientes de veneno mortal con jirafas que quieren lucir su belleza. La pregunta es, ¿quién conduce el tráiler mientras atrás se matan unos a otros por el alimento, que está cifrado en pesos?
Algo similar podría ocurrir en México, que entremos en una etapa de pérdida de pesos y contrapesos institucionales, esos que tanto trabajo costó construir. Ese es el riesgo, amanecer pintados de un solo color capaz de modifi car legalmente el curso de nuestra historia. Eso sería un retroceso brutal, en tanto que sí sabemos, con muchos ejemplos en el horizonte —como Egipto, Turquía, Venezuela y Nicaragua—, que la ausencia de contrapesos conduce a la concentración de poder, sabemos que en esa condición se cometen excesos de todo tipo, sabemos que la globalidad exige esos equilibrios y huye de los países de un solo hombre, sabemos que los derechos humanos se debilitan y que los mercados se fastidian, que las inversiones entran en pánico, que la comunidad internacional le da la espalda a esos países y las minorías sufren, que las economías se colapsan y la degradación de las libertades es imparable. Porque sabemos todo eso del monocromo, es que la policromía siempre será mejor. Eso es lo que está en juego.
El problema no es un ideario, ojalá lo fuera; no es una ideología, ojalá lo fuera, no es un partido, ojalá lo fuera; no es un hombre, ojalá lo fuera. Es el alineamiento emocional y perverso de lo indeseable. EP
1 En 2017, según cifras oficiales, la exportación de aguacate dejó al país más dinero que las exportaciones del petróleo y sus derivados; por aguacate México ingresó 2,227 millones de pesos. N. de los E.
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Federico Reyes Heroles es fundador de la revista Este País y fue presidente del Consejo Rector de Transparencia Mexicana. Su más reciente libro es Orfandad (2015). Es columnista del periódico Excélsior.