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Travesías: Un viaje controversial  

Andrés de Luna | 21.06.2015

Obra plástica de Mari José Marín

Aldous Huxley (1894-1963) fue uno de los sabios que produjo el siglo XX. De él, un escritor argentino, Rolo Diez, en el prólogo a la selección de Obras maestras (Editores Mexicanos Unidos, 2015), aclara que:

La sabiduría enciclopédica de Aldous Huxley fue el fruto de una gran curiosidad intelectual y de su necesidad de aportar ideas al mundo para dotarlo de una estructura útil. Su agudo ingenio y su pensamiento abierto, junto al interés por el misticismo, la ciencia, la conservación de los recursos naturales y la paz, mostraron los aspectos humanos de uno de los grandes visionarios del siglo XX y lo convirtieron en una de las personalidades intelectuales más vigorosas e influyentes sobre sus lectores (p.7).

Esta afirmación resulta inobjetable al hacer un recuento de la bibliografía de un escritor de pulcritud y lucidez extraordinaria. En el periódico Chicago Herald, el escritor inglés anota que: “No hay excusa para no saber todo lo que se pueda saber”. Cita que incluye en su texto Diez.

Todo esto porque ahora se publica Más allá del Golfo de México (Fondo de Cultura Económica, 2015), uno de los libros que han tenido más críticas, pues en algunas de sus páginas aparecen consideraciones que estaban equivocadas y que eran parte de la convivencia con otros autores de la talla de D.H. Lawrence, Graham Greene, entre otros de quienes usaron su talento para vociferar en contra de México. Este hecho, por demás significativo, era parte de una mirada que otorgaba el Imperio Británico a sus súbditos ante el infradesarrollo de una nación latinoamericana. Huxley trata de justificar sus aseveraciones con una amplia variedad bibliográfica, solo que debe observarse que la cultura maya tenía algo de tinte misterioso, y que hasta nuestros días se han aclarado algunas de las múltiples preguntas que suscitaba esta civilización. También podría citarse el libro El camino al infierno (Novaro, 1971), dentro del cual aparece el texto “Predicción visionaria de un autor famoso: Las posibilidades de drogas psicoquímicas que induzcan visiones”, ahí el autor comenta: “La relación entre la cultura y el individuo es, y siempre será, extrañamente ambivalente. Somos simultáneamente los beneficiarios y víctimas. Sin cultura, y sin esa condición previa de toda cultura, el idioma, el hombre no sería más que otro tipo de mandril. Debemos nuestra humanidad al lenguaje y a la cultura” (p. 45).

Al viajar al Caribe, Centroamérica y México, Huxley hizo una crítica que podría ser lacerante para un nacionalista mexicano. Sin embargo, bastaría ubicar el contexto en el que escribe sus aportes para darse cuenta cabal de que el hombre estaba desconcertado, y que sus cuestionamientos eran parte de ver a un México luego de la Revolución. El país libraba una serie de males que un ciudadano europeo estaba lejos de entender. Sobre todo porque Huxley era un hombre que gustaba del orden o del desorden, pero esto con un sentido que él mismo pudiera desarrollar en sus textos. Tan solo sus afirmaciones sobre los frescos de Orozco en la Preparatoria de San Ildefonso, son categóricas: “Esos murales poseen una cualidad extraña aun cuando sean de lo más horrible; y algunos son tan horribles como sería la peor cosa. Su poca adecuación como decoraciones para una escuela de adolescentes de los dos sexos es casi absoluta. Pero son verdaderas pinturas hechas por un hombre que sabe pintar. Las invenciones formales son, a menudo, extraordinariamente felices; el color, sutil, el modelado, a pesar de la feroz brutalidad de los temas, sensible y vital. Son pinturas que permanecen, casi inquietantes, en la memoria” (p. 317).

Huxley, por una suerte de imbricación entre lo particular y lo general, anota que la cultura de México conserva un vínculo con Francia. Él se dio cuenta de esta circunstancia al hablar con algunos de los intelectuales que conocían esta lengua. Lo cierto es que en ese aspecto el escritor británico cometió un yerro, pues esto funcionaba de manera particular.

Tal parece que Más allá del Golfo de México tuvo sus fracturas al ser un texto llevado por el momento y sin posibilidad de ser revisado con una conciencia mayor. Sus notas están tomadas al instante y por ello carecen de una consistencia profunda. Son esas insistencias por las que podría caer en las trampas de un país tan rico y tan vivaz que era casi imposible ubicarlo de esta forma. México era un universo.

El escritor, al hablar de su itinerario, hace la siguiente descripción:

El viaje de Oaxaca a Puebla es tan espantoso que su horror describe, por así decirlo, un círculo completo y surge en el otro extremo del barómetro cualitativo como una broma. Sí, una broma; pues tras un cierto número de horas de incomodidad incesante y creciente llega un momento en que, de repente, se comienza a encontrar todo profundamente cómico: es cómico el vagón genuinamente antiguo en que se viaja; cómica la multitud de pasajeros con su vasto e innumerable equipaje; cómico el desborde ocasional de pululantes familias indígenas que surgen de la segunda clase; es cómico hasta el calor. El último hay que experimentarlo para creerlo. En el curso de mis viajes he visitado lugares muy cálidos pero en ningún otro sitio sufrí nada que pudiera compararse con el calor del valle de Quiotepec, a mitad del camino entre Oaxaca y Tehuantepec, aproximadamente. El vagón era un horno, pero si se abría una ventanilla era como abrir la puerta del horno que daba directamente al fuego. Una bocanada de calor ardiente, que era a la vez una nube de arena, raspaba la cara como una lima al rojo (p. 303).

Muchas de las cosas que cuenta Huxley en su trayectoria por El Caribe, Centroamérica y México eran incomprensibles para un ser educado por la civilización europea. Tal vez el tren, que era tan lamentable para mexicanos y extranjeros, solo que comentado por un escritor inglés, resuene chocante para las sensibilidades nativas. La realidad es que esos transportes eran terribles antes, durante y después de ciertos periodos. La crítica de Huxley era en realidad válida, al menos en ese aspecto, con relación a una nación que, de seguro, él tenía más o menos concebida de mejor forma. Solo que, y ese es un hecho primordial, en el relato “El sombrero mexicano” —del libro Selección de Aldous Huxley (Grupo Editorial Tomo, México, 2009)— dedica las siguientes palabras a un objeto que podría parecer irrelevante:

Ya está viejo mi sombrero mexicano, y comido de polillas y verdusco. Pero lo conservo, y algunas veces, por recordar tiempos pasados, hasta me lo pongo. Este sombrero representa para mí toda una época de mi vida. Es un símbolo de mi emancipación y de mi primer año en la Universidad. Es un símbolo de mil cosas nuevas recién descubiertas, de nuevas ideas y de sensaciones nuevas: la literatura francesa, el alcohol, la pintura moderna, Nietzsche, el amor, la metafísica, Mallarmé, el sindicalismo y Dios sabe cuántas cosas más. Pero el principal valor que tiene para mí es que me recuerda mi descubrimiento de Italia. Mi sombrero mexicano evoca en mi mente todas las emociones, todo el inmenso asombro, mil veces repetido, todos los éxtasis de mi alma aún virgen durante el demorado viaje que hice en 1912 (p. 159).

De esta manera, con un simple sombrero, al que le atribuían la nacionalidad mexicana, Huxley aprendió aquello que debía saber de la existencia. Sin que lo latinoamericano se mezclara con lo europeo, con el candor de alguien que está a la búsqueda de “algo”, eso es lo que logró transmitir a través de un objeto de la vestimenta. El libro Más allá del Golfo de México es un relato audaz y, de seguro, estaba lejos de formar parte de las obras principales del autor de Un mundo feliz y de Los escándalos de Crome. Aún así, la literatura de Huxley siempre es un baluarte al que debemos acercarnos para atisbar en el horizonte. ~

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ANDRÉS DE LUNA (Tampico, 1955) es doctor en Ciencias Sociales por la UAM y profesor-investigador en la misma universidad. Entre sus libros están El bosque de la serpiente (1998); El rumor del fuego: Anotaciones sobre Eros (2004); Fascinación y vértigo: La pintura de Arturo Rivera (2011), y su última publicación: Los rituales del deseo (Ediciones B, 2013).

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