Son muchos los autores de literatura “a secas” que se han visto tentados a recorrer los caminos de la literatura “para niños”. La mayoría de las veces, seamos francos, el llamado obedece a razones de mercado, ¿qué padre que quiera que su hijo sea un gran lector no le compraría un libro del último premio Nobel escrito especialmente para el público infantil?, ¿qué escuela que quiera presumir de su programa de lectura no va a incluir entre los títulos que los padres deben adquirir, una obra infantil del laureado escritor nacional?

El motivo de la escritura de dichos volúmenes se adivina en las primeras líneas de los textos: escritores tomándose demasiado en serio la tarea de crear obras para los más jóvenes lectores que terminan por repetir las viejas fábulas moralizantes, en las que los niños actúan y piensan como adultos pero en un mundo pequeño, en el que -por supuesto- abundan los diminutivos y los anhelos por crecer siendo un buen ciudadano.

Y puede ser la más granada periodista o el más polémico escritor del continente, pero cuando se ponen a escribir para niños, engolan la pluma y, en vez de tinta, parecen trazar sus letras con condescendencia y cursilería. Así, terminan por aburrir al público al que supuestamente se dirigen, porque en realidad apelan al adulto que reconoce su nombre. Pareciera que a estos autores se les olvida hacer literatura, se les olvida jugar, se les olvida la autenticidad y ceden a una idea anquilosada de infancia y al deber ser.

Claro que hay ovejas descarriadas, que crean antes de pensar en publicar, que escriben sin que un editor les escriba una cifra en un post it, que se divierten con el lenguaje e invitan a ese solaz a sus lectores.

Acaso algún despistado dudaría del lugar preponderante que ocupa Fernando del Paso en el panorama literario mexicano, lo que sí resulta sorpresa para muchos es su vasta obra literaria dirigida al público infantil.

Del Paso es un ejemplo de que se puede llevar el lenguaje a sus últimos límites y, aún así, apelar a quienes apenas lo están aprendiendo. Sus libros publicados en colecciones para niños son una permanente provocación a llevar las palabras al terreno de lo lúdico, a escucharlas y combinarlas de tal suerte que siempre sea una carcajada el resultado de la operación.

En Encuentra en cada cara lo que tiene de rara, publicado por CIDCLI, el autor presenta breves rimas en el más puro estilo de los niños que acaban de descubrir que hay palabras que suenan de forma similar y que encuentran gracioso el repetirlas y buscar en su inventario léxico aquellos ítems que se parezcan, aunque los objetos a los que nombren no tengan relación. Además, Fernando del Paso se da el lujo de mostrarnos sus habilidades plásticas e ilustra los textos con dibujos que hacen evidente el absurdo, lo que desata -también- risas de gozo.

Fernando del Paso reconoce en sus lectores a seres inteligentes, que averiguan sobre su entorno mientras juegan, que buscan a un cómplice con quien bromear y con quien compartir la alegría de la revelación del mundo. Él se vuelve ese compañero de viaje y les presenta el lenguaje sin ambages, no tiene miedo de escribir palabras desconocidas por los niños porque sabe que los niños intuyen y dominan la forma de acercarse al significado de lo desconocido.

El autor se adentra también en las formas populares de la poesía y construye adivinanzas para nadar por los profundos mares con sus compañeros de juego. Ejemplo de ello es Ripios y adivinanzas del mar, publicado por el Fondo de Cultura Económica con frescas ilustraciones de Jonathan Farr, en el libro, Del Paso no duda en envolver los oídos de sus lectores con la melodía y las imágenes que le permite el lenguaje poético, además de hacerlos jugar -una vez más- con acertijos que les propone.

Faltan autores que se olviden de su grandeza cuando escriben para niños, sí, pero por lo pronto, con Del Paso tenemos para rato.