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#LoboConCaperuza: Ciudades no imaginarias  

Luis Téllez-Tejeda | 10.09.2018
#LoboConCaperuza: Ciudades no imaginarias  
#LoboConCaperuza es el blog de Luis Téllez-Tejeda y forma parte de los #BlogsEP

 

"Las ciudades destruyen las costumbres” dice José Alfredo Jiménez en una de sus canciones y sí, el caos, las rutinas y lo inabarcable de las urbes contemporáneas las hacen lugares difíciles para la contemplación, para el afecto, para el arraigo. O, al menos, ése es el discurso que los medios masivos nos han imbuido, a alguien le convendrá que nos sintamos solos, que no acabemos de sentir nuestro el espacio en el que habitamos, que veamos como extraños a los vecinos del departamento de abajo y nos aferremos a ser los primeros en la fila para los servicios.

            A pesar de que miles de millones vivamos en las ciudades, pareciera que no quisiéramos vivir en ellas, pero tampoco renunciamos a las pingües comodidades que éstas nos brindan y nos enmarañamos en la repetición de modelos para habitar en estos sitios. Modelos que conducen a laberintos de individualidad y egoísmo: en la ciudad el otro es el enemigo, parece que pensamos.

            Caminamos sus calles, consumimos en sus mercados, descansamos en sus cafés y trabajamos en los edificios que construyen su paisaje, pero la ciudad nos hace sentir expulsados: porque somos peatones y estamos en constante peligro de ser atropellados; porque somos mujeres y el acoso machista acecha desde cualquier rincón; porque somos pobres y tenemos que vivir en la antípoda de nuestro centro de trabajo; porque somos jóvenes y no hay lugares para que nos recreemos sin la mirada inquisidora de los adultos; porque somos niños y cada vez somos vistos peor en cada vez más sitios…

            Y así, el círculo del desarraigo y la despersonalización de los habitantes de una ciudad se vuelve un espiral difícil de detener y la vida en las metrópolis se vuelve paulatinamente más dura. No nos podemos hacer cargo de algo que no sentimos nuestro, de algo que sentimos ajeno a nuestro ser.

            Si desde niños sentimos que la ciudad que habitamos no ofrece nada para nosotros y, por el contrario, es un espacio peligroso, que nos agrede y rechaza, quizá nunca hagamos nada por ésta. Algunos hemos tenido la fortuna de tener quien guiara nuestra infancia y nuestra adolescencia por la ciudad, que nos descubriera algunos sitios e hiciera entrañables algunos secretos de las calles, los parques y colonias que nos rodean y, gracias a ello, hemos podido dar alguna dimensión afectiva al espacio en el que habitamos, más allá de la puerta de nuestra casa.

            Para muchos, ese alguien se apareció ya en la edad adulta en forma de libro. Poemas, cuentos y novelas nos han enseñado a vivir en los lugares que llenamos de asfalto para conglomerarnos y hacer un ecosistema que hace tres siglos no existía.

            La literatura infantil no ha pasado por alto el tema, las ciudades aparecen como escenario, pero también como protagonista y motor de tramas con las que niños lectores se identifican y, así, poco a poco, también aprenden a explorar y a hacer más interesante y emotiva su presencia en sitios tan hostiles para ellos.

            Mónica B. Brozon publicó en 1997 ¡Casi medio año! en la colección El Barco de Vapor de SM, una novela sobre la vida de un niño que comienza a hacerse grande, a tener responsabilidades y a dejar de ver el mundo como un niño, pero sin el aburrimiento de un adulto. Las aventuras del protagonista suceden en la escuela, su departamento y en los trayectos entre estos puntos, hasta que, un día, por irse de pinta termina recorriendo toda una línea del metro. La Ciudad de México, sitio en el que ocurre la acción, no era la que es ahora, pero los niños y su espíritu aventurero siguen intactos. La autora logra retratar, en su personaje, el desparpajo con el que deberíamos movernos por la ciudad y al que todos aspiramos; la despreocupación que para los adultos es un lujo, para Santiago es el cotidiano, aunque el sufra los más terribles problemas que puede vivir un preadolescente, según él.

            En Al atardecer, libro silente de Hsin-Yu Sun publicado por La Cifra Editorial, los lectores tenemos la oportunidad de detenernos a contemplar una ciudad como quien contempla un cuadro en una galería. A pesar de que estamos presenciando un trayecto -el de la protagonista que sale de casa a recorrer Taipei en bicicleta-, cada página nos invita a detenernos a escudriñar los detalles que hacen una ciudad: las personas que la habitan (viejos, niños, jóvenes, pordioseros, monjes, estudiantes, oficinistas, manifestantes…), los sitios para comer, los negocios modernos, los monumentos históricos, los lugares que guardan la memoria, en fin, cada recoveco de la urbe. Sun nos lleva a dimensionar una ciudad como un espacio en el que conviven distintos tiempos, historias, sueños, futuros y, sobre todo, vidas.

            Para muchos es irremediable vivir en una ciudad, lo que sí tiene remedio es la forma en que la asumimos y habitamos, la literatura es una forma de ir reconciliándonos con el concreto y el albañal, los niños merecen vivir en una ciudad que puedan leer y divertirse en sus historias. Aquí hay dos para comenzar.

           

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