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#ExclusivoEnLínea: La hora de las brujas

Luis Reséndiz  | 02.11.2018
#ExclusivoEnLínea: La hora de las brujas

Tengo un recuerdo distante, allá en casa de mis abuelos, una casa de paredes de ladrillos y ruidosos techos de lámina que llenaban la noche del robusto eco de la lluvia, en un viejo tocadiscos, sonaba Las brujas, de Cri-Crí, el grillito cantor. Unas ominosas y atmosféricas notas de piano rompen el murmullo del aguacero, afuera, de las gruesas gotas de agua que caen sobre el techo, arriba, y de mi propia respiración, aquí adentro de una cama con velo de mosquitero, con mi hermana menor durmiendo plácidamente a un lado, y al piano se le suma un viento aullante, y vuelan las brujas, dice Cri-Crí, en grandes escobas, al juntarse las agujas del reloj. Y tengo el recuerdo de hundirme en la cama, con los ojos cerrados, hasta que la música, que podía venir del tocadiscos o de mi imaginación, se esfumara. Poca idea tenía yo de que las brujas no dejarían de aparecerse en mi vida conforme los años continuaran escurriéndose, porque así son las brujas, insistentes, tenaces, incansables. El cine nos ha regalado unas buenas exponentes: acá van unas de las mejores.

Suspiria (Argento, 1977)

En Suspiria —que ahora recibe un remake hollywoodense del que no se escuchan tantas cosas buenas como uno quisiera—, las brujas habitan un mundo de giallo, repleto por todos lados de ese rojo asesino que tanto gustaba a Dario Argento. La anécdota —una chica, aspirante a bailarina, que llega a una academia de danza que está secretamente al servicio de un grupo de brujas— se vuelve el pretexto para una exploración de la femineidad —una de las más significativas de la historia del cine—. Su protagonista, nos dice la crítica de cine Alexandra Heller-Nicholas en su libro Suspiria —de la serie Devil’s Advocate, sobre obras maestras del horror—, se distingue de las de Halloween o Texas Chainsaw Massacre porque “está en control de su cuerpo y su ambiente”. Una película de esas que son inagotables.

The Witches (Roeg, 1990)

Otra de las artífices de mis horrores de infancia, Las brujas es una de las películas de hechiceras a las que más aprecio le tengo. Sus momentos icónicos —el más, el destape de las brujas durante su reunión secreta y la subsecuente transformación de Luke en ratón— se me quedaron implantados en la memoria para siempre, y aún ahora, cuando ya de grande he podido volver a verla y entenderle a su humor y reírme con ella, de vez en vez siguen apareciendo esas brujas con rasgos de rata de alcantarilla en alguna de mis pesadillas…

The Craft (Fleming, 1996)

Las brujas, sin ninguna sorpresa, han servido para explorar ciertos estereotipos de género femeninos, y una de las películas que más activamente lo ha hecho es la noventerísima —y estupenda— The Craft. En The Craft, las brujas son adolescentes —justo como en Chilling adventures of Sabrina, que puede y debe verse ahora mismo en Netflix— que hacen hechizos y conjuros e invocan a antiguas deidades, muy diferentes a las sutiles brujas psicológicas de The Blair Witch Project o The Witch, más cercanas a una especie de festivo desmadre que a las profundidades del horror atmosférico de aquellas otras. Por supuesto, esto también es una virtud, y The Craft es una de esas películas que esconden, bajo la piel de oveja del adolescente relajiento, una reflexión sobre las dinámicas de poder y las rivalidades femeninas, un poco como una predecesora mágica —y pesimista— de Mean Girls.

The Blair Witch Project (Myrick y Sánchez, 1999)

Menos de una década pasó entre la espiritifláutica representación de Roeg y Dahl en The Witches y la imagen de la bruja se había redibujado por completo de nuevo: en The Blair Witch Project, parte de su horror radica en que no se le ve —una estrategia bien vista en películas como Alien—, en que solo se sienten sus efectos mientras se deambula en un bosque que de pronto parece no tener ni principio ni fin, una lección que The Witch también aprendería bien. Aunado a eso, y a una vigorosa campaña publicitaria que aseguraba que el metraje era real, The Blair Witch Project engendró un estilo visual y un tono, el del found footage, que sigue revisándose y reinventándose hasta ahora, casi veinte años después. Una espeluzante obra maestra.

The Witch (Eggers, 2015)

Cuando las brujas parecían estar más o menos dormidas —esto es así, siempre, con esos viejos monstruos, que se van y regresan y se vuelven a ir, aunque nunca del todo—, La bruja, de Robert Eggers, vino a darle un poquito de aire nuevo al género mediante una estrategia muy sencilla: volver a una de las épocas que definieron a la bruja como boogey(wo)man, el siglo XVII. Una vez ahí, y echando mano de la cerrada ideología puritana, Eggers —y su protagonista, Anna Taylor-Joy— construyen una atmósfera donde la magia negra puede o no ser real, aunque no por ello sus consecuencias se sienten menos. El filo del terror está siempre en la incertidumbre: «¿es real o no la bruja que acecha en el bosque?», y la respuesta, como sucede con el buen horror, terminará perturbando nuestra comodidad con el mundo. En Netflix.

 

 

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Luis Reséndiz, (Coatzacoalcos, 1988) es escritor, editor y guionista. Ha publicado dos libros de ensayo: Insular (Cuadrivio, 2016) y Cinécdoque (Dharma Books + Publishing, 2017).

 

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