#Crónicas: En Xalapa no había Marbellas
Me cuesta trabajo hablar de mis talentos porque me eduqué mitad en la fe católica mitad con los anuncios de la tele y, si algo tienen en común dos cunas tan dispares, eso debe ser la glorificación de la modestia (venga el oxímoron).
Pongo a un lado esa falsa humildad para decir lo que considero un hecho: de niña, yo era buena jugadora de futbol. Me estoy quedando corta: yo jugaba excelente. Pude haber sido profesional, pienso a menudo. Buen toque, aunque poca disposición para correr. Me faltaba disciplina. Qué bien me habría caído un equipo donde entrenar formalmente.
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Es 16 de octubre de 2018. Un martes como cualquier otro en este país. Asesinatos y desapariciones ocupan las primeras planas. A veces, las víctimas aparecen de una en una. Género, edad, profesión, estado de descomposición del cadáver. Los muertos también aparecen en conjunto: fosas comunes, ejecuciones masivas, alguna celebración que terminó en masacre. La lluvia de balas borra los nombres propios en esta tierra de todos contra todos.
A media tarde comienza a correr una noticia en redes sociales: “Hallan muerta a Marbella Ibarra, promotora del futbol femenil mexicano”. Un feminicidio más para sumar a la lista. Más de 500 tan solo este año, según el mapa de María Salguero.
Futbol. (Balompié, escriben los reporteros de noticia de último minuto). Futbol femenil. Dos palabras que hasta hace pocos años eran prácticamente incompatibles. Futbol femenil mexicano, repito, como en un conjuro. Futbol femenil mexicano. Luego me dejo desbordar por la tristeza.
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Una de las páginas que recuperan la historia de Marbella Ibarra apunta: Nunca fue futbolista. Otro portal recuerda: Jugaba futbol de manera amateur. ¿Dónde se traza la línea entre jugar futbol y ser futbolista? ¿Es la misma que divide el escribir del ser escritora?
Marbella estudió Derecho, pero forjó camino en otro ámbito: el deporte. Todo inició en un salón de belleza. “Isamar”, la estética, le permitió a Marbella costear “Isamar”, el equipo de futbol. Desconozco si en aquel momento este equipo era el primero que se fundaba en Tijuana exclusivo para mujeres, pero no me sorprendería averiguar que sí, lo era.
Marbella se inspiró en la dedicación con la que las muchachas estadounidenses practicaban soccer. ¿Por qué no hacemos lo mismo acá?, se dijo. Después de todo somos un país típicamente futbolero. Y lo llevó a la acción.
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Al otro lado del país, en Xalapa, yo tenía 11 años y un talento real para el futbol. Había practicado desde los siete años en el equipo infantil mixto de mi primaria. Niños corriendo para todos lados, medio pastoreados por el papá de algún compañerito, el único interesado en “entrenarnos”. Una desbandada de ovejas descarriadas habría tenido más armonía que nosotros.
Mi mamá en aquella época invertía más dinero en balones que en vestidos para mí, y yo no recuerdo haber hecho otra cosa durante las tardes de esa década. Pasaba las tardes pateando el balón de un lado a otro en la cerrada donde vivíamos. Lo golpeaba contra la pared, concentrada en un punto. Así fue como obtuve la precisión que hoy en día solo me sirve para darle balonazos a mi sobrino cuando quiero molestarlo.
Sin embargo, al ingresar a secundaria no encontré un equipo donde seguir jugando. Solo había clubes para chavos, énfasis en la o, y no logramos que me aceptaran en ninguno. Mi mamá lo intentó. Siempre lo intentaba. Pero en Xalapa no había Marbellas, o quizá no supimos hallarlas.
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Marbella fundó nada menos que el primer club profesional de futbol femenil de este país. Las Xolas de Tijuana, comandadas por Marbella, patearon la puerta del “deporte de hombres” hasta derribarla. Es un decir.
En 2014 Ignacio Palou era el director deportivo de los Xolos de Tijuana. Palou accedió a las peticiones de Marbella de formar un equipo de mujeres. Faltaban todavía un par de años para que se fundara la primera división femenil nacional.
En México, las Xolas no encontraron rivales suficientes, así que comenzaron a practicar en ligas semiprofesionales y amateurs de Estados Unidos. Espero no incurrir en la metáfora obvia, pero, al hacerlo, Marbella y sus muchachas cruzaron mucho más que una frontera. Eran pioneras y estaban trazando el mapa de un territorio nuevo, que por cierto nos merecíamos desde hacía años.
No es exagerado llamar “pionera del futbol” a Marbella Ibarra. Tampoco, sentir que le debemos mucho. En una entrevista de 2017, ella aseguró que el futbol mexicano de mujeres era un elefante que estaba despertando. “Lo verán en poco tiempo”, dijo en ese entonces. Ahora pienso en el minúsculo pero desolador detalle de que no haya empleado la primera persona. Lo verán. (Ellos: los dueños de los clubes, los patrocinadores, los aficionados, los señores del dinero, todos esos viejos rancios que siguen pensando que el futbol no puede ser para las mujeres). Lo verán. Marbella en ese momento ya había ayudado a formar a un puñado de futbolistas que llegarían a la Selección Nacional.
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En la prepa volví a jugar futbol. Llevé a mi equipo a cuartos de final en el torneo que organizaba el canal Cuatro Más. Me sentía la gran cosa, con mi playera Nike comprada en Deportes Güicho. La gran cosa. Entrenaba duro, sacrificaba fiestas. Volví a creerles a los que me decían que tenía talento y que debía considerar volverme profesional.
La verdad es que no llevé a ningún equipo a cuartos de final. Sí era la capitana, pero si duramos más de cuatro partidos fue porque dos equipos perdieron ante nosotras por default. Los juegos de mujeres se programaban a las cinco de la mañana para que nuestras payasadas no interrumpieran el acontecer de los juegos verdaderos: los de los hombres. Para ellos: porras, botargas, el equivalente dosmilero de las vuvuzelas, playeras patrocinadas por ADO o por el Pollo Feliz. Para nosotras: la esperanza de ganar si el equipo rival no llegaba. Aferrarnos a la posibilidad de que nuestras enemigas tuvieran el sueño pesado. Era demasiado temprano, y era sábado, y estábamos en prepa. Éramos mujeres jugándole a Sansón a las patadas.
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Marbella llevaba un mes desaparecida. Encontraron su cuerpo en el municipio Playas de Rosarito, con signos de violencia, adentro de una bolsa de plástico. Los detalles sobran.
Tenía poco tiempo de haber abandonado el futbol para dedicarse de lleno a ejercer la abogacía. El reportaje de Noticieros Televisa dice que no se ha descartado la posibilidad de que su asesinato estuviera relacionado con su profesión de abogada. Se sabe que contaba con por lo menos tres quejas en su contra.
“Dejó el futbol para dedicarse a la abogacía”. Yo también alcé las cejas a leer la nota. Marbella amaba el deporte más que a ninguna otra cosa. Antes de que los partidos de futbol femenil atrajeran la atención de los aficionados de todo el país, ella narraba los encuentros en sus redes sociales. Era una apasionada ferviente y una promotora incansable. ¿Entonces qué?
Rascándole un poco, aparecen posibles explicaciones. Por ejemplo, el hecho de que los directivos del equipo habían decidido contratar a alguien más. Corrijo: contratar a alguien.
Marbella Ibarra, fundadora, entrenadora y directora técnica de Xolas, nunca contó con un sueldo de parte del club. Como si para ella todo esto del futbol no hubiera sido más que un hobby, algo para entretenerse. No cabe tanta indignación en estas pobres líneas.
(Un mes después del asesinato de Marbella, ni la Federación Mexicana de Futbol ni los directivos de Xolos habían expresado sus condolencias. ¿Ya mencioné que el club pertenece a Hank Rohn?).
Además de trabajar, Marbella estudiaba para convertirse en estratega profesional. Cursaba el tercero de cuatro módulos y en 2019 habría obtenido la licencia para dirigir equipos de primera división. “Haré campeonas a mis Xolas”, decía. Estaba convencida de que las Xolas alcanzarían un nivel tal, que las jugadoras podrían vivir de patrocinios igual que en Estados Unidos.
El día de la noticia de su muerte, algunas de sus muchachas la recordaron con mucho cariño. Twitter se volvió un memorial para honrarla y despedirla. Abundaron las anécdotas y las fotos de Marbella sonriente, siempre enfundada en su chamarra roja de las Xolas.
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Yo no conocí a Marbella Ibarra, pero sé que me hizo falta. O por lo menos, que mi vida habría sido distinta al lado de ella. Su pasión por el futbol era, en el fondo, un compromiso con las mujeres, así como un trabajo que no terminaba en la cancha. Además de equipos, fundó asociaciones para reclutar a jóvenes de escasos recursos y ayudarlas a presentar las pruebas de los clubes de la Liga MX. Exigió los espacios que ella y sus muchachas merecían. Quiso regalarle al futbol mexicano la mitad que le faltaba.
Vuelvo a aquella entrevista del año pasado, y hay un detalle que me ronda la cabeza. Marbella estaba segura de que el futbol femenil mexicano era un elefante despertando. Lo que no dijo, y que yo pienso, es que era justamente ella quien lo estaba haciendo despertar. A patadas.