youtube pinterest twitter facebook

#ExclusivoEnLínea Corte de caja: las quince mejores películas de 2018

Luis Reséndiz  | 24.12.2018
#ExclusivoEnLínea Corte de caja: las quince mejores películas de 2018

2018 fue un año fabuloso. O asqueroso o intrascendente. Da igual: cada quién terminó viviéndolo como siempre, que es como uno quiere y puede. Otras cosas, sin embargo, sí estuvieron a la disposición de todos —o de casi todos— para evaluar el año en conjunto: el Producto Interno Bruto, la participación en los sondeos del tren maya, el número de títulos conseguidos por Cruz Azul y, por supuesto, las películas.

En ese sentido, 2018 sí fue un buen año. Los blockbusters cumplieron, o al menos así fue en caso de la mayoría de las películas que no fueron Venom o Aquaman, dos clavos más en el ataúd de Fox y DC Comics, compañías que nos hacen reflexionar acerca de las bondades de los monopolios mediáticos. El cine de terror tuvo un buen año desde el comienzo —The Killing of a Sacred Deer (que aunque estrenada en 2017, no llegó a salas mexicanas hasta entrado 2018), Annihilation, A Quiet Place y Hereditary marcaron el primer semestre del año— y continuó así hasta el final, con estrenos como Mandy, The Haunting of Hill House y Possum poblando el segundo semestre. Asimismo, Netflix tuvo grandes momentos —The Ballad of Buster Scruggs quizá sea la mejor película que hayan entregado en sus seis años de contenido original, y Roma de Alfonso Cuarón también alcanzó alturas notables—, y autores muy queridos regresaron en buena forma: Steven Soderbergh estrenó Unsane, Wes Anderson dirigió Isla de perros y Spike Lee lanzó Blackkklansman. Así, llegó la hora de separar el proverbial grano de la paja: aquí van mis quince mejores películas de 2018. Mañana vendrán las series.

 

15) Blackklansman, de Spike Lee

Inevitablemente, una cosa buena de tener a un imbécil racista dirigiendo la nación más poderosa del mundo será que muchos de sus mejores creadores no se quedarán callados al respecto. Menos cuando hablamos de alguien como Spike Lee, un sujeto inteligente que rara vez dejará pasar una oportunidad para ejercer su filosa capacidad crítica. Primero, decide iniciar con una escena de Lo que el viento se llevó —una atinadísima recontextualización burlona— para después atacar con un arranque racista, clasista, xenófobo y misógino con un delivery impecable de Alec Baldwin —no en vano el mismo actor que parodia a Donald Trump en Saturday Night Live—. Todo eso sucede en menos de diez minutos, tras los cuales, Blackkklansman se dedica a contar la anécdota de un policía afroamericano que se infiltra en el Ku Klux Klan. Hay humor, hay suspenso y, sobre todo, hay un cineasta veterano en pleno ejercicio de sus capacidades, dirigiendo a un puñado de actores solidísimos —John David Washington, Adam Driver, Topher Grace, el delirante Jasper Pääkkönen y Ashley Atkinson—. Que el final de la película se haya decidido por el panfleto descarado —necesario, en términos políticos, pero chocante en términos estéticos, más cuando hay una enorme distancia geográfica, ideológica y contextual— es una de las pocas razones por las que la pongo en el sitio 15 y no en el quinto.

 

14) Mandy

Según yo, cada detractor de Nicolas Cage es solo alguien que no ha visto las películas correctas de Nicolas Cage. Un poco tramposamente, elijo que Mandy sirva de confirmación para mi credo. Un psicotrópico descenso a los infiernos donde un Orfeo alcohólico —un Nicolas Cage en carne viva, atención a la escena de su catarsis— se enfrenta a una serie de demonios sacados del estuche de Clive Barker mientras busca, trágicamente, rescatar a una Eurídice trastornada —una inescrutable pero entrañable Andrea Riseborough—. No hay mucho más que eso en materia de trama —en ese sentido, películas como Revenge de Coralie Fargeat o Raw (2017) de Julia Ducornau ofrecen una perspectiva mucho más innovadora del horror—, pero lo que sí hay es un exceso técnico y formal, una especie de barroco gore, que convierte a la película en una experiencia sensorial casi con volumen, casi táctil. Una película para proyectarse en loop en una fiesta

 

13) Roma

Llegué a ver Roma fatigado, harto de una conversación hiperbólica que solo empeoró conforme se acercaba la fecha del estreno en Netflix. La cinta, sin embargo, logró pasar por encima de esos prejuicios y ese hastío. Más allá de la cuestión política y racial —que el equipo de la película ha sabido utilizar tanto como para iniciar conversaciones muy necesarias como para crear un culto a su alrededor—, Roma es una película paciente, capaz de desgranar lentamente situaciones y recuerdos y mirarlos con distancia, todo narrado con un impecable músculo técnico, debido en buena parte al manejo de cámara y la fotografía de Galo Olivares y Alfonso Cuarón, a la minuciosa recreación de Eugenio Caballero y, por supuesto, a la solidez incomparable de su reparto, donde Yalitza Aparicio brilla —a pesar o gracias a, es casi imposible saberlo— las escasas y escuetas líneas que recibe, pero donde Marina de Tavira, Latin Lover y Jorge Antonio Guerrero también lucen sus aptitudes. La brocha gorda de sus diálogos y una catarsis medio coja —resultado del empecinamiento de meter todos los diálogos en una sola toma sin cortes— son solo pequeños reparos a lo que, por lo demás, es una cinta muy lograda.

 

12) Unsane

Steven Soderbergh hace ya lo que quiere. Un cineasta que ha trascendido ya el virtuosismo técnico y que, prácticamente solo en la vanguardia de la carrera, se dedica a realizar ejercicios, retos, nuevas cosas que rompan y reinventen. Unsane está justo en ese excepcional punto, y la película hace todo menos escatimar. Filmada con un iPhone —un gesto optado solo por los que tienen poco presupuesto y por los genios que quieren lucirse—, Unsane es un thriller psicológico centrado en el gaslighting, la nociva costumbrita, generalmente masculina, de tirar a loca a una pareja, generalmente femenina. No por eso Unsane descuida su trama por la política: la cinta no te suelta desde que empieza, tensando más y más la situación y acabándola con un signo de interrogación que bien podría ser paranoia y bien podría ser duda legítima. La ambigüedad es su virtud.

 

11) Museo

Alonso Ruizpalacios ya había demostrado en Güeros ciertos intereses: el tedio clasemediero, los viajes iniciáticos, la idolatría por la cultura popular, los distanciamientos casi brechtianos. Museo repite todas esas constantes mientras teje su relato, la historia de un robo que sale bien y que, al hacerlo, termina saliendo horriblemente mal. Con una recreación histórica elegantísima —claramente sin el presupuesto de una Roma, pero con un ingenio que logra saltarse sus propias limitaciones—, Museo ahonda en las incómodas profundidades de una masculinidad idiota, encarnada con la finura acostumbrada de Gael García, y en las dolorosas heridas de un amigo chantajeado, el estupendo Leonardo Ortizgris. Su heist silencioso, a la mejor usanza de Rififi, nomás confirma la buena mano de un director de por sí prometedor.

 

10) The Ballad of Buster Scruggs

Cuando se anunció que los hermanos Ethan y Joel Coen estrenarían La balada de Buster Scruggs en Netflix, temí. Pensé: no sería la primera vez que Netflix ficha a un creador interesante y el creador entrega una chambonada, acaso movido por la sensación de direct-to-video que permea en la plataforma. Luego, se anunció que la película sería una colección de cortos. Temí más: a menudo las colecciones de cortos también son lugar para las chambonadas. Finalmente, la película se estrenó. Creo que la vi menos de media hora después de que subió. La película podría ser una chambonada, pero era una chambonada de los Coen. Los hermanos —a mi gusto, escritores del tamaño de Cormac McCarthy o Dashiell Hammett— escribieron y dirigieron una solidísima antología de cuentos de prosa diáfana y musical —«He didn’t hit nothing important! Nothing important! Just guts is all you had!»— al tiempo que filmados con un generosa mano que lo mismo mueve a la risa que al llanto que a la sorpresa que al extático aplauso.

 

9) Mission: Impossible — Fallout

Tengo un mantra personal: si no le gusta Mission: Impossible, es probable que no le guste mucho el cine. La saga protagonizada, parcialmente financiada y elaborada por y para el lucimiento y adrenalina de Tom Cruise es uno de los productos más redondos del sistema hollywoodense y el capitalismo. Piénsenlo bien: un tipo asquerosamente millonario, en la cúspide del acondicionamiento físico humano, arriesga su vida cada tres o cuatro años haciendo acrobacias cada vez más impensables —conducir una motocicleta en las calles de París como un insensato, manejar un helicóptero como un desquiciado, realizar rappel a una altura insana— y nosotros podemos verlo por lo que cuesta el boleto del cine. En el camino, el sujeto busca a cineastas brillantes y temerarios, capaces de subirse al helicóptero con él a fin de conseguir la toma, y guionistas retadores capaces de manufacturar tramas inverosímiles donde el stunt físico, tan a la baja en estos años, sea el protagonista. Buster Keaton y Alfred Hitchcock habrían aprobado la estrategia.

 

8) Isle of dogs

Wes Anderson es un orfebre que se niega a que cosas tan superfluas como la política o las ideologías se filtren conscientemente en sus artesanías. No: el tipo se recluye en su torre de marfil y se entretiene, creando juguetes imposibles cuyo único fin es sorprender, regocijar, fascinar, y Isle of Dogs es uno de sus artilugios más acabados. Wes Anderson no es un director de cine tanto como un artesano, un creador de maravillas del siglo XIX cuya única felicidad radica en ver los rostros perplejos de los espectadores cuando ven actuar a sus creaciones. Lo demás no es siquiera digno de atención.

 

7) Eighth Grade

Esto se supone que es una comedia pero en realidad me pareció una película de terror: un recuento, obsesivo y minucioso, de las particularidades de la vida de una adolescente de catorce años. Las inseguridades, la neurosis, la paranoia, la inevitable fricción paterno-filial, las desgastantes interacciones con la gente socialmente exitosa, el temor, el acné, las selfis, el sexo, el consenso: Eighth Grade es un recorrido por situaciones que son tan normales —y que, al menos en mi caso, había dejado tan atrás— que a menudo se nos olvida lo aterradoras que resultan.

 

6) Widows

Steve McQueen quizá no vaya a hacer el mismo ruido con esta película que el que provocó con la anterior —12 years a slave—, eso seguro, pero creo que Widows es, sin problemas, una mejor película que aquella. De entrada, Widows no recanta en la narrativa del esclavo afroamericano —que en su mismo momento le valió sus críticas a McQueen— sino que crea su propia y fascinante protagonista: una mujer afroamericana cuyo esposo, un ladrón profesional, murió y le dejó una deuda gigantesca con un mafioso local que también es el underdog de las elecciones para alcalde. Lo que sucederá después de eso es una estresante trama compuesta de traiciones, que incluye no solo a la genial Viola Davis como la protagonista, sino a un reparto impresionante que lo mismo presenta a Liam Neeson que a Colin Farrell que a Elizabeth Debicki que a Daniel Kaluuya que a Michelle Rodriguez, con todos los tensos hilos convergiendo en un robo que nada le debe al de Heat de Michael Mann. Atinadamente, Widows se aleja del empoderamiento femenino fácil —ese que parece suceder por puro decreto— y se interna en las dificultades y ventajas que vive un grupo de mujeres dispuestas a realizar un trabajo presuntamente masculino.

 

5) The Killing of a Sacred Deer

Sin llegar a las alturas de The Lobster —una estrujadora anécdota de ¿ciencia ficción? y amor maldito—, The Killing of a Sacred Deer, un thriller psicológico que adapta la obra Ifigenia en Áulide de Eurípides, llega sin problemas a donde muchas otras películas apenas quisieran. Con su estilo enigmático e idiosincrático —el director, se cuenta, se niega a darle información extra a su reparto sobre sus papeles, y filma siempre o casi siempre con luz natural—, Yorgos Lanthimos filma películas bellas, frías, tensas, siempre perturbadoras, siempre quedándose allá, al fondo del cerebro.

 

4) Possum

Una película diminuta que vi sin planearlo mucho —saludos al club Cinema Horrorama, en Facebook, den clic si quieren unirse: vemos una película de horror nueva cada semana—, realizada con poquísimo presupuesto y con una marioneta al centro, Possum es la película más aterradora que vi en el año. Lejos de sustillos vulgares como monjas demoníacas, Possum tiene como monstruo a una especie de babadook de veras malvado, de veras desgraciado, de veras invencible. Oscilando entre el tono del cine de arte y el thriller psicológico, Possum es una experiencia sensorial cuya narrativa no termina de colocar la última pieza sino hasta los minutos finales, en una revelación estrujante cuyo horror no puedo subestimar.

 

3) Paddington 2

Lejos de ser solo un cash-grabber protagonizado por un simpático animal antropomorfizado animado por computadora, Paddington 2 es una obra wesandersoniana que, sin preocuparse tanto por política ni por el dichoso Brexit, se interna con gozo y alegría en una versión casi de filigrana de Londres. Paddington, el oso, es uno de los personajes animados más entrañables y mejor actuados de lo que va del siglo —rivaliza, claro, con el Caesar de Planet of the apes—, y su mundo, una creación multicolor en la que dan ganas de quedarse a vivir, uno de los más fascinantes. Llena de detallitos y en estrecha sintonía con la primera entrega, Paddington 2 es un libro de cuentos infantiles hecho película, una demostración irrefutable de que nada, ningún género cinematográfico, está exento de la maestría y la belleza.

 

2) First Reformed

Paul Schraeder no se anda con rodeos: First Reformed es una depresiva y deprimente inmersión a las entrañas de un mundo que se está yendo a la mierda, el nuestro, en el que nadie o casi nadie hace nada por detener el apocalipsis. A través de una crisis de fe —la peor crisis de fe que se haya visto desde la de Jesús en La última tentación de Cristo, también escrita por Schraeder—, un cura católico de una iglesia meramente turística se interna en el alcoholismo, la depresión, la enfermedad, el ambientalismo y, en medio de toda la basura, el amor. Descomponiéndose casi orgánicamente —un rasgo que la emparenta con otro guion de Schraeder, Light Sleeper—, la película va acercándose más y más hacia una inexorable conclusión y, al mismo tiempo, hacia terrenos más oníricos. Su desenlace, que llega en un momento cúspide que se antoja casi insoportable, es de esas cosas en las que no he podido dejar de pensar en dos días.

 

1) The Tale

La mejor película de mi año —la que más me cimbró, la que más tiempo se quedó en mi cabeza, la que más cosas me puso a pensar— fue The Tale, de Jennifer Fox. Escrita y dirigida por Jennifer Fox —basada en sus propios recuerdos e investigación sobre su adolescencia— y protagonizada por una genial Laura Dern, The Tale cuenta la historia de una profesora de cuarentaytantos años que, casi por error, encuentra un diario suyo de cuando era adolescente. Al abrirlo, descubre que su madre la castigó hace años por tener un novio «muy mayor para ella», y eso detona una introspección dolorísima que la llevará a descubrir unos siniestros episodios de su adolescencia que llevaban décadas ocultos. Jugando con la naturaleza engañosa de los recuerdos —que tienen apariencia de verdad pero a menudo ocultan muchas otras cosas detrás—, y repleta de actuaciones brillantes —Dern, claro, pero también Ellen Burstyn o Elizabeth Debicki, quien también estuvo en Widows—, The Tale es una catarsis dolorosa, casi ensayística, una espeleología de la memoria que no deja de descubrir cicatrices y heridas largamente olvidadas. En los años del #MeToo, The Tale se encarga de explorar con maestría en zonas vitales donde la cobertura mediática no quiere o no puede llegar.

 

Más de este autor