Poliedro digital: Acuerpadas
Podríamos enumerar aquí (en una interminable lista), las formas en las que la dominación ha operado históricamente. Podríamos investigar cómo han cambiado las técnicas, los nombres con los que se le ha descrito y los cuerpos a los que ha oprimido. Podríamos decir, por ejemplo, que para que el sistema pueda operar, necesita —como condición de existencia— del racismo; y del machismo; y de la pobreza; y de la exclusión; y de las normas; y del odio; y del despojo. Necesita de la muerte. Necesita también de conceptos como el de progreso, como el de verdad y como el de racionalidad. También necesita de los binomios. Necesita cambiar el trabajo vivo por el trabajo muerto, el valor de uso por el valor de cambio. Podríamos también dar ejemplos de cómo estas formas operan juntas, o por el contrario, podríamos pensarlas por separado para exponer sus particularidades. Podríamos jugar con las miles de combinaciones posibles dependiendo del contexto, del tiempo, del espacio y de los cuerpos.
Claro, exhibir estas prácticas es necesario, sin embargo, se hace fundamental entender que este sistema tiene un sólo nombre aunque se manifiesta de muchas formas. Entonces, si bien la dominación tiene innumerables representaciones, es este sistema al que hay que matar porque o lo matamos o morimos.
Inapelable es pensar en otro sistema radicalmente diferente. Un sistema en donde las diferencias no sean una razón para matar o por la cual habría que morir, que no se entiendan como fundamento de las jerarquías y los privilegios; sino una fuerza con la que proponer y con la cual afectar y ser afectado; con la cual hacer colectivo y desde donde nos encontremos para sentir. Necesitamos, entonces, de la indignación, de la resistencia y de la rebeldía… Necesitamos de otrxs cuerpos. Pero ¿cómo construir un otro sistema?, ¿con qué elementos funcionaría? Me parece que, como afirma Armando Bartra,[1] ya existen movimientos de resistencia contrahegemónicos (y cuerpos) que han funcionado y existido desde hace muchísimo tiempo pero que han sido relegados por esta colonialidad. De la misma manera, hay experiencias no sólo sociales sino económicas; no sólo culturales sino corporales; no sólo colectivas sino afectivas, que pueden considerarse como otro lugar de enunciación para pensarnos. Y si bien estos modelos han estado supeditados al modo de producción capitalista, su constante reinterpretación y discusión nos pueden dar el marco para pensarnos y relacionarnos de otra manera. “Epicentros de autonomía”, dicen los zapatistas, en donde la voces acuerden, desde su libre determinación, una otra y mejor forma de vivir y no de morir.
Hay que reproducir, aprender e inventar nuevos ejercicios para visualizar las “grietas”, para radicalizar la lucha o bien, para unirnos a ella desde nuestra trinchera. Estxs cuerpxs y prácticas nos enseñan que existe ya una potencia creadora y revolucionaria que se va formando y pensando en la acción, en el actuar y en el combate. Ya lo dice Grüner: “O inventamos o erramos. Y el peor error será siempre no tanto el de volverse locos como el de perder el propio cuerpo”.[2] O sea que si perdemos la capacidad de producir nuestra subjetividad, si perdemos la opción de reafirmarnos en ella, perdemos entonces el espacio en donde radica la forma en la que nos revindicamos como potencia revolucionaria y el modo en como inventamos la manera de reapropiarnos de nuestra reproducción, esa que ha sido cooptada por el capital. Indispensable se vuelve entonces, nombrar las fisuras, deslizarnos a los puntos de fuga y mostrar los espacios en donde la contradicción se hace más visible. Ahí donde el capital no ha podido realizar una subsunción formal, ahí donde las formas amenazan al sistema, ahí donde aparece la autonomía y la comunidad, es donde tenemos que poner la mirada y el cuerpo.
Reunirnos en el “Encuentro Nacional e Internacional de las Mujeres que Luchan”, así como en otros espacios de resistencia, nos hace recordar junto con las otras que, efectivamente, hemos acordado vivir; y que caminamos junto a las compañeras zapatistas en esta lucha, que aunque se manifiesta de otras formas, tiene justamente la finalidad de crear para todxs una vida más vivible. Multiplicar estas micropolíticas afectivas muestra que, como los grandes movimientos, nuestra lucha es incompleta, porosa, interrumpida en el más maravilloso de los sentidos. La lucha recae en nosotrxs como un proceso de liberación, como un material inagotable, “no porque siempre sea nuevo, sino porque siempre se desplaza”. Para mí, colectivizar(nos) sólo puede provocar acción, búsqueda y desplazamiento: estar juntas no nos permite hacer más que esto: reescribirnos, que es lo contrario a agotarnos.[3]
[1] Armando Bartra, “Pasos, huellas, rumbos: ideas en movimiento. Una baza mesoamericana en la partida andino-amazónica” en Hidlago Flor, Francisco y Álvaro Márquez Fernández (coords.), Contrahegemonía y bien vivir, México, UAM-X/CCH, 2015, pp, 15-61.
[2] Grüner, ibid., p, 70.
[3] Mesa redonda sobre Proust, Moderada por Serge Doubrovsky. Los ponentes fueron Deleuze, Roland Barthes, Gerard Genette, Jean Ricardou y Jean Pierre Richard, Nueva serie, no. 7, Paris, Gallimard, 1975, pp, 87-116.