#PoliedroDigital: El posporno como crítica al cuerpo heteronormativo
INTRODUCCIÓN
Mucho se ha dicho ya de la pornografía.[1] Pero, ¿qué más podemos explorar cuando somos nosotras mismas las que lo experimentamos al consumirlo?, ¿qué dice la pornografía de nuestro propio cuerpo, de la manera en la que vivimos (en) un género y de la forma en la que pensamos y producimos nuestro deseo?, ¿podemos, desde nuestro propio cuerpo, “hacer estallar el binomio”? Y si es así, ¿cómo lo hacemos posible?
Este pequeño texto sobre las representaciones del cuerpo generizado y/o sexualizado en la pospornografía comienza, entonces, con un pequeño dato autobiográfico que me ayudará a plantear lo que aquí quiero compartir: la pospornografía es un movimiento que ha desafiado las actuales producciones, prácticas y representaciones de los cuerpos que se han construido históricamente por unas normas moderno-occidentales. Una construcción que, por decir lo menos, ha sido normativa, regulada e impuesta por lo que Bourdieu denomina “la dominación masculina”.[2] Dicha subversión radica en la apropiación y resignificación colectiva de los imaginarios de lo que un cuerpo tiene que ser y cómo tiene que actuar en relación al género que le ha sido asignado. Entonces la pospornografía, al mostrarnos nuevas prácticas sexuales y cuerpos otros y al hacer de la sexualidad un agenciamiento colectivo, rompe radicalmente con la norma hetero-patriarcal-privada y regulada.
¿Por qué es tan importante—nos preguntamos— regular la sexualidad de los sujetos?, ¿con qué dispositivos se posibilita lo anterior? Y, ¿qué líneas de fuga podemos inventar para reapropiarnos de nuestro cuerpo?
PORNOESCRITURA
Fue hace algunos años que tuve mi primera experiencia posporno con la magnífica y bellísima Laura Milano, que me encontraría unos muchos años después en Buenos Aires, a lado de una de las personas más guerreras y chingonas que existen en el mundo y que con cada acto intenta cambiarlo, Pao Lunch, quien, por cierto, quiso “desheterosexualizarme” por todos los medios posibles y que —tristemente— no logró (o por lo menos no del todo).
El primer dato interesante a mencionar es que fue una experiencia colectiva. Hasta ese momento, siempre había pensando que la sexualidad era algo que se formaba en lo privado. Sin embargo, estaba ahí, a la espera y a la expectativa, sentada con otros cuerpos cuyas identidades me eran desconocidas.
Así, empezaron una serie de videos con imágenes completamente ajenas a mí. En ellos, se encontraban temas como, por ejemplo, la analidad como política, que cuestionaba la forma en la que heterosexualidad y la homosexualidad se han ido conformando como dos terrenos no sólo diferentes, sino antagónicos (ya Paul B. Preciado analizó esto en su magnífico texto de “Terror Anal”). Por otro lado, vimos videos que representaban la gordura para hacer, en primer lugar, una poética de los cuerpos que se estiran, se caen y se despliegan en infinitas formas de dar y recibir placer. Por otro, subvertía —desde la práctica y la practicidad— la construcción de los cuerpos que socialmente se han construido como deseables y bellos. ¿Por qué deseamos o despreciamos ciertos tipos de cuerpo?, ¿por qué existe algo como la gordofobia? Porque la gordura o en todo caso, la flacura, no son sólo metáforas de nuestros tiempos: es la materialización de un deseo o un miedo irracional que han estado legitimadas y justificadas por un discurso normalizador y normatizado.
Al finalizar la proyección, discutimos lo que los videos nos habían provocado. En mi caso, fue un sentimiento de extrañeza y confusión envuelto de una serie de preguntas que no podía formular con palabras. Lo que no habían logrado, sin embargo, era excitarme. ¿Por qué —me cuestioné— si había visto varias escenas pornográficas, nada en mí parecía estimularse?, ¿qué decía esto de mi propia construcción sexual, de mi experiencia como un cuerpo generizado y de mi producción de deseo?, ¿la forma en la que percibía y practicaba mi género, mi deseo y mis prácticas sexuales —y cómo juzgaba el de los demás— era, en realidad, lo que yo quería, o estaba mediada, normatizada, normalizada y producida desde afuera?
LA POSPORNOGRAFÍA: SUBVERTIR LA NORMA
Cuerpos monstruosos. Cuerpos pequeños. Cuerpos cuyo órgano sexual es la piel. Cuerpos gordos. Dildos de plástico, de carne, de todos los tamaños. Pies que penetran. Pliegues. Tatuajes. Sangre. Excremento. Árboles y rocas y paisaje. “Alguien sabe cómo se atraviesa un lenguaje dominante? ¿Con qué cuerpos? ¿Con qué armas?”[3] Justamente así: con la apropiación colectiva de la sexualidad, de sus narraciones, sus ficciones y sus prácticas.
Lo que la pospornografía busca, junto con el movimiento feminista y queer, es deconstruir el cuerpo pornográfico hegemónico que ha estado sobre unos e únicos principios normativos. El posporno se mueve no sólo para criticar, sino lo que es más interesante, para producir creativa y resistentemente nuevas narraciones en cuanto al placer y al deseo se refiere.
Los sujetos que durante tanto tiempo se han nombrado como anormales, se vuelven con estas expresiones, disidentes. Conforman micropolíticas autogestivas en las que proponen otra mirada al orden sexo-genérico. Por un lado, mostrando que los cuerpos que se pensaban que no eran sujetos de deseo habían estado siempre ahí, produciendo desde la periferia. Por otro, desmarcándose de lo normal y lo hetero-bello-normativo con juegos de palabras e imágenes que invitan a la reflexión.
En esta producción disidente, las diferentes partes del cuerpo parecerían escaparse de sus construcciones simbólicas masculinas/femeninas. Todo tiene la potencia de ser penetrado y penetrable. Cualquier órgano puede ser el origen de la eyaculación y cualquier pliegue puede ser un receptor eyaculante. Y lo que es más: el cuerpo —que ha sido construido por la modernidad como una materia con unos límites claros e individuales—, se expande; encuentra a fuera de sus márgenes la potencia de goce. Los sujetos ya no están fragmentados por su genitalidad sino que se encuentran unidos por las ganas de experimentar. En el posporno, no hay un línea clara que divida los cuerpos en géneros perfectamente marcados y establecidos.
Por otro lado, la pospornografía no delimita unas formas de hacer. Está, muy por el contrario a la producción de conocimiento moderno, producida a través de charlas, talleres y encuentros en los que los sujetos con ganas de pensar de otro modo su sexualidad y su género, pueden encontrarse y formular colectivamente otras “tácticas”.
ENTRADAS Y SALIDAS: LA REVOLUCIÓN DESDE LAS EXPERIENCIAS COLECTIVAS
Lo que el posporno quiere, en conclusión, es evidenciar lo que de artificial tiene el sexo. Artificialidad en el sentido de narración, ficción y producción. En que podemos, en una acción lúdica, volver a pensar al cuerpo en su movilidad, en su plasticidad y mutabilidad. Lo que este movimiento nos enseña es poner la práctica sexual en otro lado. Hay demasiadas regiones corporales y formas de narrarlos como para que nos quedemos con las imágenes que representan la eternización de los sujetos en cuerpos binarios.
¿Sabemos encontrar otras estrategias enunciativas que hagan que la sexualidad deje de ser genital y heterosexual?, ¿podemos crear autogestivamente otros dispositivos que posibiliten otra producción subjetiva? Sí. Claro que sí. Sólo hay que unirnos, pero sobre todo, divertirnos.
[1] Cfr. Edith Yesenia Peña Sánchez, “La pornografía y la globalización del sexo” en El Cotidiano, núm. 174, julio-agosto, 2012, pp, 47-57; Amaury García Rodríguez, “Desentrañando “lo pornográfico” en Anales del instituto de Investigaciones Estéticas, vol. XXIII, núm. 79, otoño, 2001, pp, 135-152; Mariela Solana, “Pornografía y subversión: una aproximación desde la teoría de género de Judith Butler” en Convergencia. Revista de Ciencias Sociales, UAEM, núm. 62, mayo-agosto 2013, pp, 159-179.
[2] Pierre Bourdieu, La dominación masculina, Barcelona, Editorial Anagrama, 2000.
[3] Ibid., pp, 140.
La imagen es de una escultura de Pao Lunch: https://www.paolunch.com/