1. Nigeria: El demócrata converso
El resultado de las elecciones presidenciales en Nigeria fue una bomba sorpresiva: el ganador, Muhammadu Buhari, fue el primer candidato de oposición que logró derrotar a un presidente en funciones; en este caso, al mandatario Goodluck Jonathan, quien gobernaba al país con mano titubeante desde 2010.
Los dos candidatos punteros de la contienda representaban dos universos distintos de país: el presidente Jonathan era el vicario del sur pujante, cuajado de pozos petroleros, con una visión modernizadora del Estado, pero con un caudal de acusaciones de corrupción en la espalda; Muhammadu Buhari era el portavoz del norte agrícola, atrasado por antonomasia, con una herencia militar de tendencias golpistas autoritarias pero también con una aureola de unificador de las fuerzas de oposición.
Buhari estará sentado en la silla presidencial el 29 de mayo, un evento que no le será ajeno. El nuevo presidente no es ningún advenedizo. Tampoco un desconocido en su patria. Es un hombre de carrera pública que acaba de cumplir 72 años, que ha vivido en el escenario político de su país las últimas décadas y que ha cambiado de parecer y de tendencias a lo largo de su trayectoria. Durante su fase militar y guerrera, iniciada en 1961, participó en golpes de Estado —uno de ellos contra un presidente electo por las urnas—, y como general en jefe del Ejército repelió en 1983 un ataque de las fuerzas armadas de Chad y persiguió a los invasores hasta el interior de su propio país. En ese entonces, se le consideraba un militar inmisericorde, graduado en estrategia castrense en el us Army War College de Pensilvania, Estados Unidos, pero con un bagaje de rudeza de golpista africano.
El general Buhari también es un político. Inició su ascenso a los altos cargos en 1975, como gobernador del estado del noreste del país, y después de la fragmentación de la entidad asumió el cargo de director federal del Petróleo. Como político jamás renunció a sus cargos militares, y como militar siempre abrigó ambiciones políticas. En 1983, después de un golpe de Estado cuya participación ha negado hasta la actualidad, se convirtió en presidente de Nigeria.
Su gestión fue breve —apenas dos años—, pero su paso por el Ejecutivo es difícil de olvidar. Fue una administración contradictoria, llena de excesos y logros inacabados. Aunque su política económica fue de austeridad extrema, rompió abiertamente lazos con el Fondo Monetario Internacional, declarando la autonomía financiera del país. Su respeto a los derechos humanos dejó mucho que desear. Los críticos al Gobierno fueron perseguidos y encarcelados, y los periodistas disidentes —así fuesen los de The Guardian— fueron juzgados por tribunales militares. Entre sus desplantes más descabellados figura la expulsión forzosa por las fronteras de 700 mil trabajadores ilegales, la penalización con 21 años de cárcel a los estudiantes que copiasen en los exámenes y la pena de muerte por el consumo de cocaína. Aunque su Gobierno puso en la mira el combate a la corrupción —en 20 meses fueron encarcelados 500 funcionarios y empresarios—, el saldo no fue favorable —incluso Wole Soyinka, Premio Nobel de Literatura 1986, lo criticó acremente—, y su Gobierno terminó con un golpe de Estado y su encarcelamiento.
Pero la energía de Muhammadu Buhari no se detuvo con su caída. Infatigablemente, participó en las elecciones presidenciales de 2003, 2007 y 2011, y sus fracasos electorales solo le infundieron nuevos bríos. En 2015 logró reunir a las principales fuerzas de oposición, y su programa busca rescatar la lucha contra la corrupción en una nación golpeada por el hundimiento de los precios del petróleo y el terrorismo de Boko Haram. “Me he convertido a la democracia”, fueron las primeras declaraciones de un militar golpista.
2. México: La rifa del dinosaurio
En México la confianza es un valor casi siempre a la baja. En las encuestas más recientes, se observa una disminución de la confianza en todos los órdenes, y las instituciones más averiadas por la desconfianza son la policía, los partidos políticos, las televisoras, los sindicatos y los juzgados. Las universidades, que tienen los índices más altos, alcanzan el 42% de confianza. Los organismos electorales apenas llegan al 12 por ciento.
La construcción de la confianza electoral en México ha costado un esfuerzo enorme y demasiado tiempo. Los elementos de seguridad en las credenciales y las listas de electores, la participación aleatoria de ciudadanos como funcionarios de casilla, la presencia de representantes de partidos y observadores el día de la elección, el conteo abierto de los votos y la transmisión de los resultados de la votación por internet han sido medidas que garantizan elecciones confiables, pero que no son suficientes para despejar la suspicacia de los incrédulos. Máxime en épocas de escepticismo.
México vive una etapa de incertidumbre tapizada por la violencia del crimen organizado y la inseguridad pública. Eso, que afecta en primer lugar a las familias y al caparazón de la opinión pública, se suma a un estancamiento económico permeado por el lento crecimiento, la caída de los precios del petróleo, las reducciones del gasto, la devaluación del peso frente al dólar y la proverbial desigualdad social entre un puñado de ricos muy ricos y una enorme mayoría que vive en el atraso y la pobreza. Y en ese panorama lúgubre, donde la desconfianza envuelve todas las actividades públicas, hay un proceso electoral en marcha para elegir a los diputados al Congreso, casi una decena de gobernadores y una miríada de diputados locales, presidentes municipales y delegados en la capital.
Si bien el Instituto Nacional Electoral ha cumplido con creces todas las fases organizativas del proceso, hay dos ingredientes que pueden debilitar la confianza y generalizar la indiferencia y aun el rechazo a las elecciones. El primero es la costumbre de que en elecciones intermedias el caudal de votos es mucho menor que el que se emite en elecciones presidenciales porque el Congreso sigue teniendo un peso político mucho menor que el Ejecutivo, por lo menos en el imaginario colectivo. Y el segundo es un movimiento amorfo, producto de la inseguridad, la corrupción, el oportunismo y el hartazgo social, que se hilvana en diferentes movimientos focalizados pero sumamente activos, que buscan llevar a cabo un boicot de las elecciones. Uno de ellos es el que gira en torno a los padres de los estudiantes desaparecidos de Ayotzinapa, y otro es el de los maestros agrupados en la CETEG de Guerrero y la CNTE de Oaxaca.
Lo más probable es que se lleven a cabo elecciones en casi todo el país, que los intentos de boicot queden en intentos, que la violencia no se riegue por las casillas electorales y que las elecciones intermedias se lleven en paz. Sería lo mejor, sin duda. Pero como todo apunta al triunfo del partido en el Gobierno a nivel nacional, con algunas innovaciones en ciertos estados y sobre todo en la capital de la República, también es posible que el vencedor de las elecciones sea el abstencionismo y que la desconfianza existente se extienda aún más a lo largo del presente sexenio.
3. España: ¿Podremos?
El partido revelación en la España de nuestros días se llama Podemos. En términos históricos es solamente un bebé porque nació en enero de 2014. Pero en su corta historia ha sentado un colosal precedente, pues con apenas unos cuantos meses de edad logró colarse con cinco escaños al Parlamento Europeo, y hacia finales del año pasado desbancó en las encuestas de las preferencias electorales a los partidos tradicionales de España, que son el Partido Popular y el Socialista.
Podemos es una amalgama surgida del movimiento de Los Indignados, donde tienen cabida las cabezas pensantes de la clase media golpeada por la crisis: profesores universitarios, cineastas, conductores de televisión y radio, pintores, músicos, periodistas, escritores e investigadores. Es gente sin mayor experiencia política que firmar desplegados contra el Gobierno y acudir a los mítines callejeros. Su líder más visible, Pablo Iglesias, es un conductor de debates televisivos; Juan Carlos Monedero, que aparece como su segundo de abordo, es un profesor universitario sin experiencia parlamentaria.
El caldo de cultivo de Podemos tiene ciertas semejanzas con lo que sucede en México si descontamos la violencia producida por el narcotráfico. En España la economía se encuentra desgarrada desde la crisis de 2008, que provocó una recesión brutal en un par de años, arrojó al desempleo a más de 6 millones de trabajadores, contrajo el crédito bancario y redujo los salarios de los empleados del Estado. En ese contexto, y poniendo en evidencia las falsas promesas de los gobiernos de José Luis Zapatero (PSOE) y Mariano Rajoy (PP), estalló una serie de escándalos de corrupción en las altas esferas del Gobierno que abrió más de mil 700 casos en los tribunales y alcanzó a poner en la cárcel a más de una veintena de funcionarios de primer nivel y a un cúmulo de empresarios acusados de fraude, cohecho, malversación de fondos, lavado de dinero y falsificación de documentos. Los escándalos llegaron hasta la Casa Real, ya que se abrieron procesos contra la hija y el yerno del rey Juan Carlos, y contra el padre, la abuela y una tía de la actual reina Letizia.
En ese contexto, los españoles están cansados de la asfixia económica y hartos de las trapacerías de los políticos. Por eso Podemos, una fuerza multitudinaria que se ha convertido en partido político a pesar de muchos de sus seguidores, se ha levantado como una alternativa esperanzadora para un cambio de rumbo en el país. ¿Cuál es el programa político del nuevo partido? Algo que parece imposible: terminar con la desigualdad y crear oportunidades para todos.
Dentro de sus activos, Podemos es una organización que no permite la corrupción en sus filas. Algunos de sus miembros han declarado que ni siquiera tienen intenciones de buscar algún cargo público. Uno de sus dirigentes, el profesor Juan Carlos Monedero, fue criticado por falsear supuestamente su currículum y solicitar crédito en un banco internacional para financiar sus proyectos. En otras palabras, el Gobierno lo acusó de practicar la misma corrupción que lo caracteriza. Por eso Monedero dio una explicación exhaustiva de sus ingresos, sus asesorías y su currículum, desmintiendo todas las infamias dichas, incluso por medios tan prestigiosos como el diario El País.
Podemos no participará en las elecciones municipales de mayo pero sí lo hará en las generales de fin de año. En el peor de sus escenarios y predicciones quedará como la tercera fuerza político-electoral de España. Pero si triunfa, será un terremoto similar al que sacudió a Grecia en las pasadas elecciones, y los extremos geográficos del continente —los países más atrasados de la Unión Europea— se darán la mano para abanderar una política anticapitalista que parecía olvidada.