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SOMOS LO QUE DECIMOS: “Llegaron bailando ricachá”

Logos y cosmos

Ricardo Ancira | 01.05.2015

BC-CANTO-IV

Una vez descubierta la realidad circundante y evitados —aunque fuera de manera precaria— los peligros que traía consigo, no pasó mucho tiempo antes de que nuestros ancestros levantaran la vista para descubrir, con temor pero también con fascinación, todo aquello que parecía flotar sobre sus cabezas, ya de día, ya de noche.

Son numerosas las explicaciones que a lo largo de los siglos dieron tanto las religiones como las distintas etapas de las ciencias acerca de los fenómenos cósmicos.1 No es de extrañar, entonces, que los planetas, cielo, estrellas y fenómenos meteorológicos ingresaran en las distintas lenguas tanto de manera literal como metafórica: unos cuerpos son minerales; otros, de carne y hueso o bien conceptuales.

Clamar al cielo significa hacer un escándalo; ganárselo, realizar buenas acciones. Le escupen quienes pretendiendo dañar a alguien se dañan a sí mismos. Poner (algo) por los cielos es lo contrario de ponerlo por los suelos. El cielo raso es el techo mientras que el séptimo cielo se refiere a un lugar placentero. “Mi cielo” llaman los melosos a sus parejas. “¡Cielos!” era una interjección, hoy en desuso y apenas menos risible que “¡cáspita!” o “¡recórcholis!”. (Re)mover cielo, mar y tierra habla de una búsqueda exhaustiva. El adjetivo correspondiente, celestial, nombra lo mismo promesas vanas (como en música celestial) que la perfección: platillo celestial. Para los cristianos después de la muerte es posible ingresar al Reino de los Cielos, o sea al otro mundo.

Hay astros y estrellas de cine; cuando alguien descuella por primera vez todo (el) mundo dice que “nació una estrella”. También las hay en la tele, en cuyo horario estelar la publicidad resulta más onerosa. El diccionario dice que estrella se utiliza de hecho para calificar cualquier cosa como “extraordinaria”, “de gran categoría”. El pretendiente romántico y el candidato en campaña siguen afirmando que “bajarán la luna y las estrellas” a su amada o a sus electores. Exigen ambas cosas los sindicatos ensoberbecidos. Estrellas las hay errantes, de mar, de anís o en la sopa. Durante la segunda mitad del siglo XX la competencia espacial enfrentó a los cosmonautas y los astronautas en el marco de la Guerra Fría. Hasta los generales y los hoteles tienen estrellas.

Además de ser considerado como un dios por múltiples culturas de la Antigüedad, el centro de nuestro sistema solar ha dado lugar a muchas locuciones. En efecto, no es lo mismo que no me caliente ni el sol que tratar de taparlo con un dedo, ni tomarlo en una playa que no dejar (a alguien) ni a sol ni a sombra. Los tendidos de sol, por su parte, se hallan en las plazas de toros mientras que el sol naciente es el emblema de Japón. Se acepta universalmente que “no hay nada nuevo bajo el sol”. A lo largo de la historia, antes de nuestros relojes actuales los hubo de sol, de arena, de agua… Solares hay piedras, también baños, tabaco, pájaros, monedas y horarios. “¡Eres un sol!”, exclamamos cuando alguien nos ha ayudado a solucionar un problema, es decir, “cuando se nos vino el mundo encima”. De una persona experimentada y cosmopolita se dice que “tiene mucho mundo”. Hay dos oraciones, una negativa y otra afirmativa, con significados opuestos: no ser nada del otro mundo y ser de otro planeta.

Se habla del tercer mundo, del nuevo, del hispánico…; del mundo al revés, de uno de posibilidades, y también de mundillos como el intelectual o el financiero. Para los antiguos romanos, el segundo planeta de nuestro sistema se llamó igual que su diosa del amor; el cuarto, igual que el dios de la guerra, quizá por ser colorado. Según la autoayuda, los hombres son de Marte y las mujeres de Venus. Mientras que constelación nombra un conjunto de personas notables, un lunático es un demente.

Se dice que los genios siempre “andan/están en la luna”. Hay lunas dulces, como la de miel, otras reflejantes: en los armarios para verse de cuerpo entero, así como medias lunas, como la que simboliza el islamismo, y que, cuando es roja, rivaliza con la occidental cruz del mismo color: hasta para auxiliar a los desamparados existe rivalidad ideológica, en este caso entre dos organizaciones humanitarias.2

Además de lo infinito, universo también se aplica a lo finito (los elementos considerados en una estadística). “Pasa como un cometa” aquel que tiene mucha prisa. Nuestros impuestos van a dar a un hoyo negro.

Están en las nubes los despistados. Poner (a alguien) por las nubes es alabarlo. A menudo los precios andan por esas mismas nubes; también las hay de polvo, humo, moscos.

También algunos fenómenos meteorológicos han servido de base para diversas locuciones: echar rayos y centellas, “que me parta un rayo”, saber (algo) a rayos; estar (una situación) nebulosa, un ataque relámpago. Además de lluvias de estrellas, las hay de elogios, insultos, pedradas. Existen también cometas domesticados, los papalotes, que lo único que necesitan para volar es viento. En demasía, este se vuelve un vendaval o incluso un huracán que arrasa con todo, material y metafóricamente. Los maremotos ahora se llaman tsunamis.

Aprendimos en la escuela que el planeta más lejano en nuestro sistema solar era Plutón. Hace pocos años, los astrónomos nos reeducaron: nunca se trató de un planeta sino de una piedrota: la verdad de hoy será la mentira de mañana.

Se dice que mientras unos nacen con estrella otros nacen estrellados y tienen que trabajar de sol a sol. Por desgracia, en muchas naciones la democracia es como una estrella fugaz que no ha podido eclipsar las distancias entre las clases sociales.

1 Dos de las más candorosas: considerar la vía láctea como gotas de leche derramada, y la noche estrellada como un mantel apolillado.

2 Además de la de David, emblema judío y de Israel, son varias las banderas que cuentan con estrellas, desde naciones capitalistas —como Estados Unidos— hasta comunistas (China), pasando por la Unión Europea y más de treinta países, algunos de ellos latinoamericanos: Honduras, Chile, Cuba, Paraguay, Venezuela, Puerto Rico y Panamá. Soles los hay en las banderas de Argentina y Uruguay. Los brasileños eligieron como escudo nacional el planeta Tierra.

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Profesor de literatura francesa en la Facultad de Filosofía y Letras y de español superior en el CEPE de la UNAM, RICARDO ANCIRA (Mante, Tamaulipas, 1955) obtuvo un premio en el Concurso Internacional de Cuento Juan Rulfo 2001, que organiza Radio Francia Internacional, por el relato “…y Dios creó los USATM”. Es autor del libro de relatos Agosto tiene la culpa (Samsara, 2014).

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