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Obra plástica de Gerardo Ruiz Maldonado

Redacción Este País | 01.12.2015

Existe una milenaria forma de arte japonesa espiritualmente cimentada en el budismo zen llamada sumi-e. Los primeros practicantes eran monjes entrenados durante muchos años en el arte de la concentración, la claridad y la simplicidad. Mantenían rigurosos horarios de meditación, antes de comenzar a pintar, hasta alcanzar un estado de contemplación profunda que estaba en la raíz de su proceso creativo. Entonces preparaban la tinta, llenaban sus pocillos de agua y alistaban los pinceles y el papel arroz.

La meta del sumi-e no es reproducir la apariencia del sujeto sino capturar su esencia, de forma que este pueda ser representado en una sola pincelada largamente meditada y espontánea a la vez.

Gerardo Ruiz Maldonado (Puebla, 1948) entiende todo esto muy bien. Su obra está sustentada en la simplicidad y la elegancia. Estudiante de la Academia de San Carlos, el artista ha depurado su estilo hasta lograr lienzos que ostentan una delicadeza difícil de conseguir.

Líneas nítidas y limpias, unos cuantos trazos, una mínima selección de colores en cada lienzo. Quizás esto parezca sencillo, no saturar de elementos la composición y mantenerse en la simplicidad, pero requiere de una gran intuición y de una mirada muy educada.

En su obra, Ruiz Maldonado plasma las formas humanas con los elementos mínimos necesarios, y esto permite que el espectador se asombre ante la simplicidad y el orden de sus lienzos. Formas varias, detenidas justo antes de adquirir identidad, de dejar de ser formas para volverse sujetos, esta es la materia de la obra de Gerardo.

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