Respuesta a Álvaro Rodríguez Tirado
Le agradezco a Álvaro Rodríguez Tirado la crítica que ha hecho a la nota que publiqué sobre la desigualdad en el diario Reforma (“El nuevo segregacionismo”, 28 de marzo de 2016). Mi texto le parece rebosante de adjetivos y escaso en argumentos. También lo describe como incoherente e inestable. Hablando curiosamente en primera persona del plural en nombre de los filósofos, Rodríguez Tirado cree que mi texto es una demostración de que el tema provoca confusiones e invita a desplantes emocionales. Imagina, por cierto, que una furia por lo que escribió Luis Rubio en el mismo diario (“La desigualdad no es el problema”, 20 de marzo de 2016) me impulsó a escribir mi artículo. Se equivoca: no me “irritó” el artículo de Rubio. Estar en desacuerdo con alguien no es estar enojado con él. No es, desde luego, Rubio el único que ha expuesto públicamente esta tesis de la irrelevancia de la desigualdad. Si respondí en alguna medida a su artículo (acatando las reglas del diario donde escribimos) es porque, lejos de que me haya “irritado” su reflexión, como dice Rodríguez Tirado, me resulta intelectualmente provocadora, porque me parece lúcida y clara; porque suelo aprender de él, porque lo respeto.
Le parece extraño a Rodríguez Tirado que considere parcialmente fundada la tesis de Harry Frankfurt contra la igualdad. A su juicio, el pero, esa conjunción primordial del diálogo, no tiene sitio en el debate intelectual. ¿Aceptar una parte del argumento obliga a aceptarlo todo? Eso es lo que hago en mi artículo, pero trataré de explicarme mejor aquí. Harry Frankfurt sostiene que no existe un valor intrínseco en la igualdad. Que Rodríguez Tirado y yo tengamos una casa del mismo valor y caminemos con idéntica cantidad de dinero en el bolsillo no es bueno ni malo. Lo que es moralmente relevante es que, tanto él como yo, tengamos casa donde dormir y el dinero suficiente para comprar comida. En eso tiene razón Frankfurt. Sin embargo, encuentro dos debilidades en el argumento. En primer término, construye un adversario irreconocible. Denuncia la pobreza filosófica del “igualitarismo económico”, entendiéndolo como la idea de que “es deseable que todos tengan la misma cantidad de ingresos y de riqueza”. Aquí hay que preguntar: ¿hay alguien que proponga tal cosa? El adversario de Frankfurt es, en realidad, un fantasma. No hay tal proyecto que aspire a que todos tengan exactamente lo mismo. Ni siquiera Marx imaginó ese uniforme. A cada quien, según sus capacidades, a cada quien, según sus necesidades, dijo. Al dibujar la silueta de un adversario ridículo, Frankfurt pretende sacrificar la validez de un ideal.
Atendiendo la aportación de Frankfurt, reconozco en mi artículo las trampas de cierto discurso igualitario. Mi argumento, que a juzgar por la lectura que hace Rodríguez Tirado fue poco claro, es que ignorar la relevancia de la distribución es renunciar a hacer filosofía política pero, sobre todo, es renunciar a cualquier empeño de convivencia a través de la razón. Importa lo que tenga Rodríguez Tirado en comparación a lo que tenga yo para definir el tejido de nuestro vínculo. Difícilmente podría argumentarse que el ser semejantes o no serlo resulte trivial. Esa es la segunda debilidad que encuentro en el argumento de Frankfurt y en quienes niegan que la desigualdad sea problema. No creo exagerar al decir que la gran discusión de los arreglos de una ciudad, desde Platón hasta Rawls, ha sido el modo de repartir cargas y beneficios. A pesar de la reconvención de Rodríguez Tirado, sigo creyendo que el argumento thatcheriano de que la sociedad es una mentira (que lo que importa es lo que tiene cada quien y no el reparto) conduce a la legitimación de la segregación, a la cancelación del espacio común. Si la democracia importa, la desigualdad seguirá siendo un problema.
Gracias de nuevo a Álvaro Rodríguez Tirado y a Este País por alojar esta conversación en sus páginas.
(Leer la nota de Álvarez Tirado, Argumentos desiguales, a la que se hace referencia)
__________
JESÚS SILVA-HERZOG MÁRQUEZ es ensayista, analista político y profesor en la Escuela de Gobierno y Transformación Pública del Tec de Monterrey.
Es miembro de la Academia Mexicana de la Lengua.