Todo lo que hacemos es collage
No sé cuándo comencé a hacer collage. Sí sé, en cambio, que cuando hice mis primeros collages cuando era niño estaba yo muy lejos de conocer esta palabra —una palabra para la que, por cierto, no he encontrado un sustituto que me satisfaga en español— y más lejos aún de tener noticia de la hermosa tradición que sustenta esta práctica.
El collage, como muy bien lo vio Walter Benjamin, es la técnica por excelencia del siglo xx y sus ecos resuenan poderosamente aún en el siglo xxi. Nacido de la visión de los cubistas, dadaístas, futuristas, constructivistas y surrealistas, el collage resulta el medio idóneo para acercarse a las obras del pasado y relacionarse con ellas con una nueva actitud. Un modo de entenderse con la tradición en nuevos términos para conseguir que vuelvan a hablar aquí y ahora. En este sentido, se puede ver el collage como una práctica de reciclaje ecologista tanto de materiales como de imágenes. Ésta es una buena razón, entre muchas otras, por la cual de todas las técnicas utilizadas hoy en día, el collage se lleva la parte del león en las artes contemporáneas.
Existen —a mi parecer— dos grandes maneras o escuelas de hacer collage visual: el collage constructivista, al modo de Picasso y Braque, donde nada se oculta al espectador y donde se muestran los distintos materiales y las diversas fuentes de las que proceden, así como se muestran las costuras del ensamble sin recato alguno, pues forman parte esencial del discurso de la obra; y por otro lado está el collage surrealista, a la manera de Max Ernst, donde utilizando un zurcido invisible que oculta la disparidad de los elementos que forman una pieza, se privilegia, por sobre los demás aspectos, la contundencia de la imagen. Yo he trabajado en ambas formas.
Se puede discutir si el viejo Matisse abrió una tercera vía para el collage cuando decidió pegar sus recortes de papel intensamente coloreados. En todo caso, yo no he dejado de tener en cuenta esta opción.
Sin embargo, bien visto —y bien escuchado, bien sentido, bien apreciado y bien vivido— el collage está presente en todas las demás artes, no sólo como una estrategia deliberada, tal y como lo podemos apreciar en todas las artes contemporáneas, sino como un principio básico de la creatividad humana, puesto que realmente no somos los creadores de nada. “Si quieres hacer un pay de manzana partiendo desde cero —dijo Carl Sagan— primero tienes que inventar el universo”. Bien sea una casa, un avión, una sopa, un par de zapatos o un poema, lo único que podemos hacer es mezclas, amalgamar distintas formas, proponer ensambles de cosas diversas y componer un todo.
Tal vez por esta razón Max Ernst afirmó que el collage “es un instrumento capaz de registrar la cantidad precisa de posibilidades que el ser humano tiene de ser feliz en cualquier momento”. A mí esta apreciación me parece acertada, y con mi obra doy fe de ello. Este catálogo, así como la exposición retrospectiva que lo justifica, son mi mejor testimonio. A su verdad me atengo.
Todo lo que hacemos es collage. ~
* Este texto fue la presentación de Collage / Collage, catálogo de la exposición retrospectiva de cuatro décadas de collages de Alberto Blanco, en el Centro Cultural Tijuana, que se llevó a cabo en febrero de 2015.