El libro, ese objeto modernÃsimo. Entrevista con José MarÃa Merino
Recién comenzado el otoño, José María Merino (La Coruña, 1941) nos recibió en su casa, en el barrio de Hispanoamérica, en Madrid, para hablarnos de su última novela, Musa Décima (Alfaguara), pero también para platicar sobre literatura fantástica, sus vínculos con la cultura latinoamericana y los grandes temas que aborda su obra narrativa —la identidad, el doble, las metamorfosis—, la cual incluye una docena de novelas, ocho libros de cuentos, tres de microrrelatos, varias obras de literatura infantil y juvenil, ensayos, memorias y novelas cortas.
La maestría y la versatilidad de este autor español de origen leonés, aunque nacido en Galicia, le han hecho merecedor del Premio Nacional de Narrativa, el Premio Salambó, el Premio Torrente Ballester, el Premio NH y el Premio Nacional de la Crítica, entre otros, y la solidez de su obra ha generado la producción de gran cantidad de investigaciones, artículos, coloquios y congresos en torno a ella.
La nueva novela de José María Merino trata sobre una mujer que investiga la polémica que ha suscitado la autoría de un libro del siglo xvi titulado Nueva Filosofía de la naturaleza del hombre, no conocida ni alcanzada de los grandes filósofos antiguos, la cual mejora la vida y salud humana. El libro, que versa sobre temas médicos y filosóficos, fue publicado en 1587 bajo la firma de Oliva Sabuco, originaria de Alcaraz, España, quien entonces contaba con apenas veinticinco años; sin embargo, en el siglo xx salió a la luz el testamento de Miguel Sabuco, padre de Oliva, en donde se afirma que fue él quien escribió la obra y que había puesto el nombre de su hija en ella sólo para darle honor “mas no el provecho ni interés”. Esta controversia es el punto de partida de Musa Décima, cuyos protagonistas intentan descifrarla mientras lidian con la crisis económica y cultural de la España contemporánea.
CLAUDIA CABRERA ESPINOSA: Musa Décima surge a partir de la vida de Oliva Sabuco, que es un personaje de gran relevancia desde una perspectiva científica y filosófica, pero, además del interés que puede tener como humanista, ¿tenía un interés personal para usted?
JOSÉ MARÍA MERINO: La polémica, porque durante trescientos años nadie puso en duda la autoría del libro de Oliva Sabuco, pero de pronto un día descubrieron un testamento de su padre, Miguel Sabuco, donde le negaba la autoría a su hija y además la maldecía. Decía que lo había hecho por darle honor, que bueno, vaya un honor si luego dices que no es suyo. Y fue ese tema personal, ese enfrentamiento personal del padre con la hija. El que los hermanos no interviniesen, porque yo tengo la cuarta edición del libro, que se publica en 1728, cuando todos ellos han desaparecido, y sigue siendo ella la autora. Nadie ha recabado la autoría, nadie ha utilizado ese testamento. Eso me interesó mucho, aparte de que el libro efectivamente tiene unos temas naturistas, de medicina sana, de respirar aire puro, de hacer ejercicio, algo muy de ahora. Me interesó el personaje de Oliva y que no se volviese a oír nunca más de ella, que nunca se volviese a escribir nada.
Porque claro, yo no me puedo creer que si Oliva Sabuco era una analfabeta, en Alcaraz no lo supiese nadie, es decir, que no fuese un escándalo. La gente aceptó con toda naturalidad que ella era la autora del libro. Además, Alcaraz era una ciudad culta, porque ahí había gente importante; había un estupendo arquitecto y un núcleo cultural. La ciudad es pequeñita, pero arquitectónicamente es muy bella. Entonces me extraña que nadie se sorprendiese de que esa chica publicase un libro. Incluso Lope de Vega la llama “musa décima” en un poema, aunque él llamó “musa décima” a dos que tres, pero me pareció que hay un enigma francamente interesante desde la perspectiva literaria. Durante muchos años le estuve dando vueltas a eso hasta que un día dije: “Voy a escribir una novela”.
La obra trata de este polémico personaje del siglo xvi, pero está ambientada en la actualidad. ¿A qué se debe que la trama principal se ubique en la época contemporánea?
Lo que pasa es que yo siempre tuve esa tentación. Cuando escribí mi primera novela histórica, Las visiones de Lucrecia, sobre una mujer a la que persiguió la Inquisición porque era profeta, Lucrecia de León, tuve la tentación de jugar a escribir esa novela, pero desde hoy, quiero decir, que jugasen en el libro las dos cosas. Y luego, por las razones que sean, hice una novela histórica clásica. En este caso sí me atreví, dije: “Voy a jugar con doña Oliva y voy a jugar en el tiempo y hoy”, y, además, efectivamente, que esa supuesta sustitución me sirva para un juego de sustituciones, que mi novela sea un juego de deslealtades, de traiciones, en fin, que en esa urdimbre del libro de doña Oliva yo voy a meter una serie de ficciones que tienen algo que ver con el tiempo en que vivimos. Porque además lo que tiene mucho que ver con el tiempo en que vivimos es el libro de ella; todo lo que dice sobre la salud es totalmente contemporáneo.
Otro aspecto que llama la atención del libro son las ilustraciones, como habíamos tenido oportunidad de ver en otras de sus obras, y ahora, además, fotografías tomadas por usted mismo. ¿Esta decisión está motivada por la trama y los personajes de la novela, o más por una inclinación personal a otras ramas artísticas?
En muchos libros míos hay ilustraciones mías, incluso cuando publiqué la trilogía de aventuras Las crónicas mestizas, los dibujos, aunque son clásicos, están recortados, pegados y manipulados por mí. Y me apetecía, como uno de los personajes es un dibujante de cómic, aunque yo soy muy mal dibujante, dije: “Hombre, voy a hacer que el personaje haga sus viñetas”. Yo tengo una hija experta en cómics que es Ana. Le dije: “Ana, mira ¿esto es presentable?”. Y me dijo: “Sí papá, caramba, en cómic vale todo, hay de todo”. Y dije: “Bueno, pues la parte que sea de este personaje Ray, que es dibujante, yo voy a ilustrarla con viñetas”. Un poco también porque en estos momentos en que dicen que el libro ha muerto y que ya no tiene futuro, quise demostrar que el libro es un objeto que sigue siendo modernísimo y que además en un libro puedes meter de todo y puedes jugar con todo. Las fotos me apetecía incluirlas porque fui a Alcaraz y encontré detalles curiosos, como los aldabones de las puertas. Y decidí que en los capítulos en los que apareciera Ray los iba a ilustrar para darle un juego también gráfico al libro.
La novela aborda también cuestiones referentes a la literatura contemporánea mediante las charlas que mantienen los personajes con escritores y con editores, y se alude incluso a la literatura con mayúscula. ¿Nos podría hablar más sobre ello?
Bueno, es que yo creo que estamos atravesando un momento muy complicado. Yo no sé si es un momento de crisis o eso que algunos llaman un cambio de paradigma. Pero muchas librerías en Madrid han cerrado. En el barrio teníamos dos, una muy antigua y clásica y una más moderna, y ambas han cerrado; cada vez hay menos librerías. Los editores están acudiendo a libros que tratan del santo grial, en fin, a copias, clones de otros que han sido bestsellers. Yo creo que cada vez está habiendo menos preocupación por la literatura, por expresar con voluntad literaria una historia, una trama, sino que se está acudiendo a un mercado que por otra parte no sé si es muy ilustrado. Yo me sorprendo; yo entiendo un poco de libros y a veces voy a las librerías y no conozco absolutamente a nadie. A lo mejor en un rincón está Vargas Llosa o Soledad Puértolas, y digo: “¡A éstos los conozco!”. Pero ahora hay un aluvión de libros que yo sinceramente… alguno de ellos lo he intentado leer y no he podido. Cuando salió El código Da Vinci, por ejemplo, estaba haciendo crítica para la Revista de Libros, y me dieron David Copperfield, que es uno de los libros que yo leí de muchacho, como todo Dickens, y fue un bestseller del siglo xix, y dije: “Voy a compararlo con alguno de ahora”. Era el momento de El código Da Vinci y lo leí. Me quedé absolutamente sorprendido porque yo tenía un cierto menosprecio por la literatura popular, pero es que la literatura popular cuando yo la menospreciaba era una literatura de mucha calidad. Ahí estaban Pearl S. Buck y Somerset Maugham. Stephen King es un autor popular pero no podemos compararlo con El código Da Vinci, que es verdaderamente subliteratura; treinta años antes no se hubiera publicado, no hubiera encontrado editor, porque la gente tenía otro nivel, y a mí me preocupa ese camino, ese momento en el cual la literatura parece que está bajando el listón, el nivel, donde lo que se busca es el éxito rápido y vender. Incluso a eso están jugando las editoriales importantes, y yo en broma digo que la novela moderna empezó con El Quijote y murió con La montaña mágica. Luego vino una gran novela de transición que fue Cien años de soledad, pero en el fondo es una broma cruel.
Algunos de los capítulos de esta obra, como ocurre en otras de su autoría, tienen lugar en un país latinoamericano, en este caso Panamá. ¿Nos podría hablar un poco de sus vínculos y experiencias en Latinoamérica?
Yo trabajé muchos años en el Ministerio de Educación, y cuando empezaba la transición, después de la muerte de Franco, empezó a haber un intento de acercamiento de otro modo con los países hispanoamericanos. Entonces yo fui a un congreso de Administración Educativa que hubo en Caracas y para mí fue un descubrimiento total. Aquello era lo mío, fue muy extraño, distinto. Yo soy un defensor de la lengua y me han hablado en un español tan bonito en México o en Chile. Mientras hablaba con una viejecita en un bohío, cuando escribí mi segunda novela, La orilla oscura, en Tortuguero, yo me decía: “Cómo es que habla esta señora. Yo nunca he oído hablar así de bien”. Y es verdad que las erres las dice de otra manera, pero aquí también, en Andalucía hay seseo, en fin.
Aquello fue un descubrimiento. Y desde entonces yo me interesé muchísimo por América, porque la veía como parte también de mí, eso formaba parte de lo que era mi cultura, mi subconsciente, la lengua, la cantidad de bellas historias. Me empecé a interesar muchísimo por todo el tema de la Conquista, por todo el tema de las culturas precolombinas, de las culturas del mito. Tengo una biblioteca bastante importante de este tipo de material. A partir de ahí escribí un libro de aventuras, Las crónicas mestizas, y siempre he tenido una fuerte relación con el mundo hispanoamericano. Por ejemplo, El heredero tiene una parte en Puerto Rico porque son unos emigrantes españoles que fueron ahí a finales del siglo xix, y es la historia de esa familia a lo largo de cien años; hay una fuerte vinculación con ese país. En este caso, uno de los primeros países que yo conocí cuando trabajaba para la unesco fue Panamá. La ciudad de Panamá entonces era peligrosísima, no se podía salir a la calle. Luego el país ha cambiado totalmente en cuanto el canal ha revertido a manos panameñas, bien es verdad que se ha llenado de rascacielos y que cuando yo fui no había ninguno. Pero Panamá es un país que me gusta mucho, es un país muy pequeñito, muy variado, muy diverso, como todo el Caribe, que es un sitio muy acogedor. En Colombia estuve en un festival en Cartagena de Indias y el nivelazo cultural de la gente era increíble. Los escritores hablábamos de literatura con los camareros, vaya un nivel. Entonces es una relación sentimental. A mí que me gusta lo del doble, el otro yo; ahí me encontré a otro mío que estaba ahí y siempre he tenido esa relación. Ahora soy tesorero de la Asociación de Academias de la Lengua Española y tenemos una relación fraternal, siempre con la idea de que el español es de todos y hay que procurar que no se nos descomponga, conseguir que el noventa por ciento del español esté bien sujeto. Luego, la riqueza léxica nunca la vamos a dominar, cada pueblo tendrá su propia forma de expresión. Eso creó para mí una fuerte relación personal con el mundo hispanoamericano.
En sus ensayos y conferencias, al hablar de literatura fantástica suele aludir, entre muchos otros, a autores latinoamericanos como Borges, Bioy Casares y Cortázar. Pero cuando se le pregunta sobre sus influencias literarias, generalmente se refiere a Chéjov, Maupassant y Poe. ¿Cuál ha sido su relación con unos y con otros?
Lo que han hecho los hispanoamericanos es normalizar lo fantástico, porque hay una teoría de que en España no existía lo fantástico; claro que no, porque la Santa Inquisición se dedicó a perseguir lo fantástico durante cuatrocientos años. Lo fantástico compite con lo sobrenatural. Eso había que borrarlo del mapa, pero las novelas de caballerías son libros fantásticos, y son españoles. Lo que sí tiene gracia es que yo empecé a leer lo fantástico antes de descubrir a los latinoamericanos. Yo a Poe lo leí de jovencito, ahí tengo sus libros, y Poe para mí era increíble. Maupassant y Chéjov son mis grandes maestros, pero claro, cuando descubrí la literatura fantástica latinoamericana me tranquilicé porque dije: “Bueno, esto es normal. Se puede escribir en español literatura fantástica. No pasa nada”.
Aunque Musa Décima es una novela de corte realista, llama la atención la presencia de un elemento fantástico que hace que roce con el realismo mágico: el fantasma de Oliva, que no provoca sorpresa en los personajes.
Porque piensan que es una chaladura de la madre, que como está tan enferma tiene sus particulares visiones. Yo juego también a esa ambigüedad. El fantasma para mí es un elemento totalmente vivo. Yo creo que de todos los elementos que llamamos fantásticos, el único real es el fantasma, porque los fantasmas son las personas, nuestros muertos, para bien o para mal, que nos acompañan para toda la vida. Bueno, no digamos en México el culto que hay al mundo de la muerte. Pero fíjese que por ejemplo en León, cuando yo era niño, durante la Noche de las ánimas, en los pueblos, se dejaba encendido el fuego de la cocina porque los muertos de casa iban a venir a calentarse; eso era una creencia y la cocina se dejaba bien caliente. Esa idea del fantasma, ya sé que es una idea fantástica, pero a mí me gusta mucho y creo que para bien o para mal estamos rodeados de fantasmas, que las cosas terribles que hemos vivido y lo que ha pasado sigue gravitando sobre nosotros durante toda nuestra vida y que nuestros fantasmas desaparecerán cuando desaparezcamos nosotros. Por eso decidí jugar con el fantasma en el libro; me parecía bonito que saliese ahí doña Oliva y que tuviese charlas con el personaje.
Generalmente usted suele alternar su producción literaria entre la novela y el cuento, intercalando algún libro de literatura infantil y de ensayos. Tras la publicación de Musa Décima, ¿podemos esperar la publicación de un nuevo libro de cuentos?
Va a haber un libro de cuentos. Porque una profesora, estudiosa y vieja amiga mía, Ángeles Encinar, está haciendo un libro que se titula Aventuras e invenciones del profesor Souto, en el que va a recoger toda la obra de Souto. Y yo ya he escrito varios inéditos también, cuentitos cortos para ello, y eso es lo próximo. En cuanto acabe con la presentación de mi novela, ya me sentaré con ella para rematarlo. Y luego estoy pensando una cosa todavía muy brumosa que es una especie de juego que se llama algo así como “Invenciones y travesuras quijotescas”, utilizando personajes sobre los que he escrito. Quiero reescribir El Quijote, mire usted qué barbaridad estoy diciendo, pero seguir puntualmente todos los capítulos de El Quijote; y en ellos va a haber historias de personajes de ahora, minicuentos, etcétera, que van un poco a recordar cada uno de los capítulos de El Quijote. Con lentitud, a largo plazo, ya veremos. ~
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CLAUDIA CABRERA ESPINOSA ha trabajado como editora en McGraw-Hill Interamericana de España (Madrid) y Condé Nast de México, entre otros. Es autora de libros para niños como El cuaderno de Ana y Una historia de aventis. Actualmente cursa el doctorado en Letras Españolas en la UNAM.