PARATEXTOS
Extrañas invenciones de Juan José Arreola
A propósito del centenario del nacimiento del maestro jalisciense, quisiera dedicar este espacio a escribir algunas consideraciones sobre su primer libro, Varia invención, publicado en 1949 por la editorial Tezontle. El volumen incluía originalmente dieciocho textos, la mayoría de los cuales posteriormente pasaron a formar parte de Confabulario, entre ellos “La migala”, “El faro” y “El silencio de Dios”, y tres más, de Bestiario: “El asesino”, “Interview” y “El soñado”. De esta forma, la edición final de Varia invención quedó conformada, desde 1971, por “Hizo el bien mientras vivió”, “El cuervero”, “El fraude” y “La vida privada”.
Vale la pena detenernos en los paratextos de la edición, pues conjuran lo mejor de los polos del barroco español: la sonoridad de Luis de Góngora y el ingenio de Francisco de Quevedo. Felipe Vázquez, entre otros estudiosos, señala que Arreola acuñó el título de su primer libro a partir de un soneto gongorino, fechado en 1584, cuya primera estrofa reza:
Varia imaginación, que en mil intentos,
a pesar, gastas, de tu triste dueño,
la dulce munición del blando sueño,
alimentando vanos pensamientos,
En cuanto al epígrafe, se trata de dos versos del poema “No si no fuera yo...”, de Quevedo, los cuales, aunque de origen amoroso, funcionan en este contexto como una invitación al lector a aceptar sus narraciones:
...admite el Sol en su familia de orollama delgada, pobre y temerosa.
Si bien el libro ha sido descrito como un híbrido del poema en prosa, el cuento y el ensayo, curiosamente los cuatro textos que integran su última versión bien podrían considerarse como cuentos en el sentido más extendido del término, es decir, narraciones con un planteamiento, un nudo y un desenlace. No obstante, lo paradigmático de su constitución no los convierte, de ningún modo, en relatos convencionales. Nos disponemos aquí a destacar algunas particularidades que delinearon desde muy pronto la creación literaria de un autor que años más tarde escribiría textos tan inquietantes como “El guardagujas”, o que incursionaría en lo fantástico mediante narraciones como “Un pacto con el diablo” o con otras tan breves y contundentes como la siguiente, dedicada a Octavio Paz: “La mujer que amé se ha convertido en fantasma. Yo soy el lugar de las apariciones”.
Podemos describir lo extraño como la presencia de acontecimientos que pueden explicarse mediante las leyes de la razón, pero que son, de una u otra manera, extraordinarios, lo que emparenta este tipo de literatura con lo siniestro y lo angustiante. Los primeros relatos de Arreola no presentan fenómenos sobrenaturales que transgredan el plano realista; sin embargo, incluyen elementos perturbadores que provocan inquietud y extrañeza tanto en los personajes como en el lector. En el primero de ellos, “Hizo el bien mientras vivió”, nos enfrentamos con el fallecimiento de cuatro presidentes de una Junta Moral cuya misión es “propagar, ilustrar y exaltar la religión, así como de vigilar estrechamente la moralidad de nuestro pueblo”. Los cuatro mueren poco después de ser nombrados, lo cual puede considerarse una coincidencia, pero ¿cuál es la probabilidad de que mueran cuatro directivos seguidos en un lapso tan breve? La causa de los decesos, como se va revelando, se debe a la doble moral y a la falta de integridad de dichos hombres.
De los cuatro relatos de Varia invención, tres tienen a la muerte como elemento en común. Esta presencia recurrente le otorga a la primera prosa de Arreola cierto aire lúgubre, proveniente quizás de la temprana pérdida de su hermana Margarita, la cual, como él afirma: “me causó la pena más grande, total y devastadora que haya tenido yo jamás en mi vida”. En “El cuervero”, que retrata las injusticias cometidas contra la gente del campo, el fallecido es un niño pequeño, recién nacido, cuyo padre debe empeñar una de sus herramientas para poder pagarle al médico. Pero el niño de Hilario no sobrevive. Nace y muere en temporada de siembra: “Cuando los cuervos van volando sobre los potreros y buscan entre los surcos las milpitas tiernas, que acaban de salir de la tierra y que brillan como estrellitas verdes”.
Esta temática otorga un cariz siniestro a algunas de sus narraciones. Además de hacer una pronta aparición en su vida al fallecer su hermana, la muerte permeó su infancia mediante el oficio de uno de sus tíos, quien era carpintero y se dedicaba a confeccionar ataúdes. Cuenta el autor jalisciense que “existía la superstición de que cuando alguna caja crujía, era porque en ese momento alguien acababa de morir”.
El motivo es recurrente en la obra de Arreola, quien, aunque alguna vez afirmó haber quedado vacunado, vuelve a él desde diversas aproximaciones en su literatura. Como apunta Freud: “El axioma de que todos los hombres son mortales aparece, es verdad, en los textos de lógica, como ejemplo por excelencia de un aserto general, pero no convence a nadie, y nuestro inconsciente sigue resistiéndose, hoy como antes, a asimilar la idea de nuestra propia mortalidad”. Escribir sobre la muerte es una manera de enfrentarla.
El relato “El fraude”, por ejemplo, gira en torno al fallecimiento del señor Braun, propietario de las estufas Prometeo, y a las secuelas del hecho en todo cuanto lo rodeaba. La primera consecuencia es que todos sus productos dejan de funcionar, como si la desaparición de su creador hubiera apagado la llama de todas las estufas. Asimismo, la vida del narrador, empleado de Braun, adquiere un cauce dramático tras su orfandad laboral. “También yo estoy como una estufa que funciona mal”. Resulta ciertamente extraño que al morir el dueño de la fábrica todos sus productos dejen de funcionar. Nos enfrentamos una vez más a una serie de coincidencias que no podemos calificar de sobrenaturales, pero que constituyen un elemento ominoso.
El último de los cuentos de Varia invención, “La vida privada”, no aborda esta temática, pero es, quizás, el más extraño de todos. Lo siniestro no proviene de supersticiones y velorios, sino de la anormalidad que pueden adquirir las relaciones humanas. El narrador confiesa, desde el principio, estar al tanto de la sospechosa amistad entre su mujer, Teresa, y su amigo Gilberto, pero, lejos de indignarse, siente pena por ellos, por lo doloroso de su dicha, condenados a verse en secreto, y llega a confesar también la sensación de que él se le adelantó a su amigo, robándole a su mujer. Este comportamiento es, a todas luces, anormal. Se trata de un mundo en donde los valores están trastocados y en donde las acciones de los personajes no se corresponden con el paradigma de lo moral. La exposición de los motivos del narrador, no obstante, adquieren un tono sublime cuando declara que su amor por su mujer dejaba mucho que desear. “Si es cierto que cada enamorado labra y decora el alma de su amante, debo confesar que para el amor soy un artista mediocremente dotado. Como un escultor inepto, presentí la hermosura de Teresa, pero sólo Gilberto ha podido sacarla entera de su bloque. Reconozco que para el amor se nace, como para otro arte cualquiera”. Tras esta confesión, el narrador acepta su derrota y aclara que su relación conyugal con Teresa ha concluido, que pensar en su cuerpo sería ya una profanación, un sacrilegio.
En este cuento se mezclan lo siniestro y lo sublime al revelarse los sentimientos del narrador, quien sufre ante su impotencia por no haber apreciado la incandescencia de Teresa y su deleite al ser testigo de una sensación profunda y desgarradora. Al final, tras establecer un paralelismo entre su relación y una obra de teatro que los tres actores han representado y que está llegando a su fin, parece salir un momento de su letargo y se dirige a su mujer: “He aquí Teresa, una buena ocasión para que te pongas a improvisar”.
La afición de Arreola por la actuación fue uno de los detonantes de la vorágine que el escritor vivió desde su juventud, cuando una entrevista con el actor francés Louis Jouvet dirigió sus pasos a París, experiencia que fue determinante para su formación. Cabe mencionar que su pasión por el cine y el teatro tampoco estuvo exenta de elementos perturbadores y extraños. Uno de sus actores favoritos, junto con Jouvet, fue Jules Berry, cuyas actuaciones Arreola recuerda contaminadas “de maldad, de lo siniestro, de lo sórdido, lo demoniaco. Y también se contagiaba de lo numinoso y, claro, de lo ominoso”. Él disfrutaba con estas actuaciones y guardaba en su memoria el lado oscuro de los intérpretes: “los personajes del cine que coleccionábamos eran la estampa misma de la maldad, de la cobardía, de lo repulsivo”.
Yendo un poco más atrás en sus anécdotas biográficas, podemos rastrear la primera aparición del terror en su vida en la imagen de un borrego negro cornudo que escapó de un corral y salió corriendo hacia él. El pequeño Juanito, que tenía apenas un año, se aterrorizó de tal modo que tuvo pesadillas recurrentes con aquel animal hasta la adolescencia. Y mucho tiempo después, a sus casi ochenta años, le confesaría a Fernando del Paso: “Ese borrego negro nunca ha dejado de perseguirme”.
Como vemos, la muerte, lo ominoso y el terror le han llegado al autor de las maneras más diversas y mediante las anécdotas más disparatadas. No es de sorprender que su narrativa sea ese caleidoscopio de sueños, cartas, diálogos, reclamos, anuncios fantásticos y temores que conforman sus obras completas. La versatilidad con que Arreola aborda los temas más variados no es más que un reflejo de lo estrambótico de sus vivencias y lo variopinto de sus oficios, entre los que se incluyen el de vendedor ambulante, panadero, comediante, maestro de secundaria, empleado en un molino de café, tipógrafo, vendedor de telas, editor y comentarista deportivo del mundial Italia 90, entre otros.
Juan José Arreola, a pesar de haber declarado alguna vez ser “un hombre que solamente tiene la experiencia del mal y del castigo y no la del bien y del perdón”, en su narrativa demuestra sentirse a sus anchas tanto en el cielo como en el infierno, y dialoga por igual con Dios y con el diablo, como en vida lo hizo con Jorge Luis Borges y Salvador Elizondo, o bien con Verónica Castro y Thalía. Convirtió lo ominoso en sublime a través de su arte y dotó a lo extraño, mediante su escritura, de una policromía fantástica. EP
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Claudia Cabrera Espinosa ha trabajado como editora en McGraw-Hill Interamericana de España (Madrid) y en la Secretaría de Cultura del Distrito Federal, entre otros. Es autora de libros para niños como El cuaderno de Ana y Una historia de aventis. Es candidata a doctora en Letras Españolas en la UNAM.