Drama en series: Black Mirror: negra reflexión
La hazaña de separar el mito de la realidad hizo de los filósofos antiguos auténticos revolucionarios. Liberaron a la mente de la dictadura de la fantasía, gracias a lo cual fue posible la ciencia, la tecnología, el pensamiento, en una sola palabra: Occidente. El valor supremo pasó a ser la verdad; las explicaciones míticas, el lado imaginativo de la mente, la construcción de relatos colectivos inexistentes, imposibles o improbables, fueron calificados, en el mejor de los casos, como un conocimiento inútil, y en el peor, de pura ignorancia. No en vano Platón excluyó a los artistas de su República ideal, gobernada por filósofos.
Dos mil quinientos años después, la verdad se ha pulverizado: la realidad perdió espesor, se volvió virtual. El valor supremo pasó a ser la verosimilitud, los artistas hoy son poderosos y los filósofos apenas sobreviven. La realidad ya no necesita ser concreta, una proyección basta y sobra. Que lo real no tiene que ver con lo que hay sino con lo que se percibe es conclusión vieja; sin embargo, el hecho resulta inédito en el mundo contemporáneo porque éste ha dejado de ser concreto: ya no somos personas (el término es griego y significa ‘máscara’); pasamos a ser avatars (el término es sánscrito y significa ‘encarnación’). En las redes, avatar es la representación gráfica con la que se identifica (encarna) un usuario en el ciberespacio. Soy lo que proyecto. No se puede vivir sin WhatsApp, Facebook y Twitter. En la actualidad, alguien sin proyección no existe; la realidad concreta sirve para lo concreto: que haya señal, que haya un aparato y que el aparato tenga cargador. Para comunicarse, para las relaciones humanas, está la realidad virtual, mítica, fantasiosa, manipulable y manipuladora: es el imperio del parecer. La humanidad regresa al mito, a la caverna de donde Platón la sacó. El filósofo antiguo no se lo podría explicar; alguien de estos tiempos, en cambio, diría: es que la caverna es el único lugar donde hay una pantalla. La pantalla fue de piedra, fue de tela, fue de vidrio, y hoy es un espejo negro, Black Mirror, metáfora que sirve de título para una serie que es fenómeno en las generaciones jóvenes. “Black Mirror” es el celular, ese objeto que fue un aparato con botones y que ahora se convirtió en una extensión de nosotros mismos, porque pase lo que nos pase, y donde sea que nos pase, a partir de ahora, habrá siempre presente una pantalla negra reflejándonos.
Black Mirror es una miniserie (13 episodios en 3 temporadas) que habla de eso que sucede o sucederá en un presente alternativo, o en un futuro próximo, en un mundo ciberespaciado. Aun cuando los créditos iniciales dicen que es una serie original de Netflix, se trata de una creación europea: nació de la unión de Zeppotron (una pequeña productora británica dirigida por el autor de la serie) y Endemol (el megacorporativo holandés). Luego de las dos primeras temporadas (de tres episodios cada una), en 2014, Netflix la hizo suya. El cambio se notó de inmediato con el cuarto episodio que adjuntaron a la segunda temporada (el extra-navideño); a partir de ahí, la producción se hizo más compleja y las historias más complicadas, incluso siendo escritas por la misma mano: el guionista, dibujante, columnista, productor y conductor de televisión Charlie Brooker (Inglaterra, 1971).
Brooker es la prueba viviente de lo que significa recibir una buena educación. Estudió en Wallingford School, una prestigiosa academia que dice todo con su lema: “Introducir a cada persona en el mundo de manera capaz y calificada para que dé todo de sí”. El sí de Brooker, su esencia íntima, fue siempre la de un sátiro; y la academia Wallingford School, de manera consecuente, se encargó de que el sátiro saliera al mundo a darlo todo. Brooker empezó estudiando Comunicación. Su pasión por los videojuegos lo llevó a escribir una tesis sobre el tema, el cual fue considerado como “no aceptable”, con lo que le negaron la titulación. Incursionó en la prensa escrita logrando una exitosa columna en la sección The Guide de The Guardian, titulada “Screen Burn”, donde, de 2000 a 2010, hizo una sátira del mundo de la televisión y sus producciones. Ácido, profano, pesimista, fue tan célebre que llegó a ser nombrado, en 2009, columnista del año en los British Press Awards.
Wikipedia
En 2006 se inició en la televisión con Screenwipe, una suerte de Ventaneando que, en lugar de Pati Chapoy, produce y conduce él mismo. En 2008 escribió y produjo Dead Set, una miniserie de terror (le fascina el género) para el canal 4, aprovechando las instalaciones de Big Brother del mismo canal. Dead Set fue nominada a mejor drama serial en los premios BAFTA del 2009. Brooker le había dado todo al videojuego, le había dado todo a la sátira y le había dado todo al terror, pero aún no le daba todo a las tres cosas juntas. Como se trataba de un exalumno de la Wallingford School, dio todo de sí y el resultado fue Black Mirror.
Aunque se trata de historias independientes, no son autónomas. A todas las sostiene la misma estructura dramática. Una estructura dramática se compone de una parte sustantiva (el contraste, que se expresa con sustantivos o adjetivos) y otra activa (el conflicto, que se expresa con verbos). Las buenas historias manejan estructuras dramáticas con más de un contraste y más de un conflicto. Los contrastes estructurales de Black Mirror son:
CONCRETO-VIRTUAL
CUERPO-MENTE
VERDAD-VEROSIMILITUD
En las historias de Black Mirror, los personajes habitan y exploran la virtualidad con naturalidad, mientras lo concreto pasa a ser el bien escaso o lo anormal; puede ser también lo anhelado, incluso un ideal, pero en una sociedad basada en el contraste “concreto-virtual”, por sobre todo, lo concreto es lo que amenaza, un peligro constante.
El cuerpo es lo más concreto que tenemos, por lo tanto, en él confluyen las conclusiones del párrafo anterior: el cuerpo puede ser idealizado, ser lo que más se anhela y, a la vez, puede representar el mayor peligro, lo que interfiere en el juego de las proyecciones y las percepciones mentales. Porque en el mundo de Black Mirror, la mente tiene percepciones que las percepciones desconocen: se puede percibir algo sin sentirlo (nos pasa cuando jugamos un videojuego) y también se puede sentir sin percibir (sin poder ordenarlo en la mente, como le pasó a los indígenas que no pudieron ver las carabelas que venían por el mar). Ya sea en uno o en otro caso, la disociación de cuerpo y mente provoca una situación de conflicto: los personajes de Black Mirror están incómodos, perturbados o en crisis.
En tercer lugar, veamos el contraste verdad-verosimilitud. Cuando la realidad deja de ser concreta, cualquier cosa puede ser considerada verdadera, para ello basta que cumpla con un requisito mínimo: que sea verosímil, que parezca verdad. Cuando la verosimilitud se convierte en sistema, el ser humano vive un estado de alienación. Marx fue el primero en introducir el concepto, pero en su época significaba el embrutecimiento del hombre que trabaja en algo ajeno e impersonal; en Black Mirror, alienado es el que, aún pudiendo estar realizado y satisfecho, no está seguro de estar realizado y satisfecho. La verosimilitud es blanda, inconsistente, adaptable, un pez que nos da paz mientras se mueve con gracia bajo el agua, pero si tratamos de tomarlo con la mano, se volverá escurridizo, resbaloso, una lucha constante.
Respecto al segundo aspecto de la estructura dramática, para identificar los conflictos que plantea la serie es preciso tomar en cuenta que se trata de una distopía: de base, hay una sociedad ficticia indeseable (aunque francamente posible). Lo indeseable de la sociedad de Black Mirror tiene que ver con dos cosas: en primer lugar, el protagonista está siempre atrapado en un sistema, de esta forma, ESCAPAR-ATRAPAR resulta ser el primer conflicto “denominador común”: las historias de Black Mirror son, todas, historias de rebeldías. En segundo lugar, el protagonista, al mismo tiempo, depende del sistema. Y como se trata de un sistema que virtualiza, los sujetos se convierten en usuarios; la sociedad de consumo quedó atrás, en la sociedad del usuario las cosas, los servicios, todo, se usa y se desecha, incluso los mismos usuarios. En Black Mirror “ser desechado” es la amenaza que pesa sobre todos los personajes, siempre víctimas de un otro implacable. USAR-DESECHAR se convierte así en el segundo conflicto “denominador común” de la serie.
Como se trata de una antología de relatos, se presta mucho para rankings. Si alguien no la ha visto y quiere darse una empapada, sugiero que empiece por el episodio 3 de la primera temporada (uno de los pocos no escritos por Brooker) y que siga con el 4 de la segunda; son los de mayor espesor dramático. Para seguir explorando, recomiendo el primer capítulo de la segunda temporada y el 4 de la tercera; los más fantásticos. Si se entusiasmó, propongo continuar con el episodio 1 de la primera temporada y el 3 de la segunda; los más satíricos. Si, en cambio, le gusta el terror, empiece por el 2 de la tercera, luego con el 2 de la segunda y el 3 de la tercera.
Desde un punto de vista formal, todas las historias privilegian la intriga por encima de la trama. La trama es como un árbol que crece ramificado; aun cuando son distintas, todas las ramas buscan lo mismo: la luz del sol. Una intriga, en cambio, es como un laberinto en donde lo que se busca es simplemente la salida. Una trama se desarrolla, una intriga se desenvuelve. La trama es compleja, la intriga, complicada. Adoptar la intriga como forma dramática es sumamente eficaz, y Brooker maneja el asunto con particular maestría en las fases de planteamiento; sin embargo, decae a la hora de la resolución: los personajes se vuelven explicativos y suele haber discursos. Aun así, todas las historias son sumamente originales.
La serie maneja un acertado estilo naturalista en sus primeras dos temporadas, que contrasta con la realidad virtual que narra. A partir de la tercera temporada (con la llegada de Netflix) el estilo cambia y se vuelve preciosista, lo que no quita contraste, esta vez con el lado brutal de cada historia. No hay música que identifique la serie y la cortinilla inicial dura menos de veinte segundos, sencilla y compleja a la vez: sobre un fondo negro aparece un pequeño círculo luminoso, entrecortado, signo universal de un aparato que se está activando. Una línea de figuras geométricas básicas forma el título: Black Mirror. En ese momento, invisible pero concreta, la pantalla se triza. El título, vibrante, se congela: el aparato deja de funcionar, una oscuridad lo envuelve todo; en la pantalla negra sólo queda nuestro reflejo. ~
______________
ERNESTO ANAYA OTTONE, chileno naturalizado mexicano, es guionista y dramaturgo. Autor de nueve obras de teatro, entre ellas Las meninas (Premio Nacional de Dramaturgia Oscar Liera 2006), Maracanazo (por el 50 aniversario del CUT/UNAM) y Humboldt, México para los mexicanos. En 2015 fue profesor de dramaturgia en la Escuela Mexicana de Escritores. Escribe y dirige la serie animada en red Catolicadas.